viernes, 26 de noviembre de 2010

DEVASTATION. Capitulo 6

Capítulo 6

Largo viaje a ninguna parte.


Andábamos desfallecidos por una empinada carretera flanqueada a ambos lados por espesos bosques. Tras varias semanas de éxodo a través del estado, sorteando pueblos y ciudades tomadas por los infectados, el cansado grupo de supervivientes avanzaba lentamente. Hambrientos y deshidratados, con las reservas de alimentos agotadas desde el día anterior, caminábamos casi como autómatas movidos por una voluntad ajena.

Bob encabezaba el grupo con su escopeta Remington, recuerdo de sus años en el cuerpo. Detrás de él iba Esther, montada a caballo con Claire; y Samantha, a lomos de Bucéfalo, junto a Rosemary. Stacie, Rowie y yo íbamos a pie detrás de ellas, y en la cola del grupo Martin cubría nuestra retaguardia armado con su fusil M4.

El grupo guardaba silencio, habíamos aprendido a ser discretos y a movernos de forma furtiva para no atraer atenciones no deseadas. Era algo que ya surgía en nosotros por puro reflejo. Aunque en aquella ocasión quizás fuera porque estábamos tan al límite de nuestras fuerzas que reservábamos hasta el último ápice de energía en continuar avanzando, un paso tras otro.

Debido a eso, la única forma que encontrábamos para evadirnos de la fatiga era recreándonos en nuestros recuerdos. Revivir en nuestras cabezas momentos de nuestra vida pasada, se convirtió en ocasiones en la única forma de encontrar refugio y consuelo en aquella perturbadora realidad en la que nos habíamos despertado. Sin embargo, aquellos recuerdos reconfortantes poseían un doble filo, tan cortante y envenenado que te enviciaba el pensamiento con una ponzoña de tristeza y culpabilidad.

Las imágenes de mi niñez, con mi hermana en el jardín los calurosos días de verano mientras nuestros padres nos regaban con la manguera; o Rachel, mi amor de universidad, con quien estuve a punto de casarme, irremediablemente acaban hundiéndose en un pestilente pozo de pesadumbre y añoranza. Daba la impresión de que todo aquello perteneciera a una vida anterior o a un dulce sueño del que finalmente me había despertado.

No obstante, aún poseía un lazo de unión con aquel mundo, mi hermana. Intentaba recordarla, tenerla presente en todo momento pues me daba fuerzas para seguir adelante. Sin embargo, cuando reconstruía su cara mentalmente surgía borrosa, desfigurada, con una apariencia grotesca. Por ese motivo, en muchas ocasiones debía acudir a la foto desgastada de mi cartera para recuperar su bello y auténtico rostro.

Estaba tan absorto, evadido de todo cuanto me rodeaba, incluso de mi propio cuerpo, que no me di cuenta cuando el grupo se detuvo, y entonces, ¡PAM!, me estampé contra el trasero de Bucéfalo.

- Alto.- Bob nos hizo parar con el puño cerrado levantado en alto.

- ¿Qué ocurre?- le preguntó Esther sobre el caballo justo detrás de él.

- Allí.- señaló algo en la distancia carretera arriba.- Pásame los prismáticos.

- ¿Qué es?- pregunté con la mano sobre la frente a modo de visera.

- Pues parece ser una estación de servicios.- dijo observándola a través de las lentes de los prismáticos.

- -¿Ves algo?- obvié cualquier puntualización, pues sólo una cosa regía nuestro comportamiento al desplazarnos.

- No, parece despejado.- Bob no se mostraba muy convencido.

Sin embargo, la esperanza de conseguir algo de comida y agua ya comenzaba a germinar en nosotros con un efecto revitalizante. Sin darnos cuenta habíamos olvidado el cansancio y desánimo que nos aquejaba desde muchos kilómetros atrás, y nos dirigíamos al edificio con renovamos ánimos.

La desvencijada estación de servicios parecía llevar bastante tiempo abandonada. No habían tapiado las ventanas ni asegurado las puertas y el establecimiento tenía evidentes señales de pillaje o quizás de la incursión de algún infectado. La puerta de cristal, entreabierta, estaba hecha añicos. Martin, Bob y Rowie se acercaron cautelosamente para no ser sorprendidos por nada ni nadie que pudiera permanecer aún dentro y a continuación, se dispusieron a entrar armas en mano.

Mientras tanto, Stacie y Rosemary intentaban atisbar algo del interior a través de los mugrientos cristales de las ventanas. Esther y yo permanecimos junto a los polvorientos surtidores de gasolina haciendo guardia. Samantha y Claire cuidaban de los caballos, que pastaban por los alrededores del edificio, bajo la atenta mirada de su madre.

Escrutaba la espesura del bosque al otro lado de la carretera, y me vinieron a la cabeza las imágenes de lo vivido semanas antes en un bosque como aquel. Una sensación de vulnerabilidad se apoderó de mí y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. En ese momento, vigilando ambos extremos de la carretera, reparé en algo justo en la zona más alta de la colina.

Una mota borrosa que parecía levitar justo sobre la ondulante superficie de la carretera. No estaba seguro de que se trataba exactamente, pensé incluso que era algún defecto de mi vista. Pero observando fijamente aquel punto fluctuante sobre el ardiente asfalto, vi que se elevaba, estaba avanzando. Desconcertado le pedí los prismáticos a Esther.

A través de las lentes de los binoculares aquella figura aparecía completamente nítida. Del horizonte irregular surgieron unos hombros y luego un torso. Sus ropajes mugrientos y ennegrecidos por la sangre seca, y su forma de caminar errática y tambaleante delataban sin lugar a dudas la condición de aquel individuo.

Permanecí allí estático con los prismáticos pegados a mis cuencas oculares, rezando porque aquel fuera un rezagado, un infectado hambriento y deshidratado nada difícil de eliminar. Sin embargo, sabía que eran muy raras las ocasiones en que eso ocurría. Los jodidos siempre se agrupaban, no sé si por algún instinto animal básico o por una coincidencia brutal, pero formaban congregaciones que podían ir del par de docenas a miles e incluso decenas de miles. Desgraciadamente, aquella ocasión mis plegarias no fueron escuchadas y no tuve que esperar mucho tiempo para confirmar mis peores temores.

El corazón me dio un vuelco cuando detrás de aquel infectado surgieron otras figuras, primeros unos pocos y luego docenas de infectados hasta donde la curvatura del terreno me permitía atisbar. Posiblemente cientos de ellos avanzando con lentitud hacia donde nos encontrábamos.

Contemplaba atónito aquella horrible pesadilla caminante, cuando sin motivo aparente la horda de infectados comenzó a correr colina abajo a toda velocidad. Al bajar los prismáticos me di cuenta del resplandeciente y abrasador sol del mediodía que me daba justo de cara, y que sin duda se había reflejado en las lentes de los prismáticos, advirtiendo a los infectados de mi presencia.

Volví la cabeza hacia Esther en un movimiento que casi me produce un esguince cervical.

- ¡Esther, coge a las niñas!- dije apretando los dientes.

No hizo preguntas, por el tono de mi voz y la expresión de mi cara palidecida sabía perfectamente de que se trataba. Sin perder un segundo corrió hacia las niñas y se las llevó a la parte trasera del edificio junto con los dos caballos. Corrí hacia la puerta del establecimiento, susurrando el nombre de Bob con la pistola sostenida hacia abajo.

- ¿Qué ocurre?- Bob salió de entre la penumbra del interior de la gasolinera.

- ¡Infectados!- logré apenas pronunciar. El corazón me retumbaba en el pecho y en los oídos.

- ¡¿Dónde?!- empuñó con fuerza la escopeta contra su pecho.

- ¡En lo alto de la colina, son cientos y vienen hacia aquí a toda velocidad! - dije intentando parecer lo más entero posible, sin conseguirlo.- Debemos darnos prisa.

- Bien, entrad todos. ¡Vamos, entrad!- dijo desde el umbral de la puerta.

Rosemary, Stacie y yo entramos corriendo dentro del establecimiento, cruzándonos con Bob que nos cubría. Cuando pasé junto a él, me detuvo con gesto de preocupación:

- ¡¿Dónde está Esther y las niñas?!- preguntó angustiado al no verla con nosotros.

- Fueron a…- en ese momento el picaporte de la puerta metálica trasera empezó a girar ruidosamente.

Martin y Bob apuntaron sus armas hacia allí. Rowie, que estaba buscando algo de provecho en las estanterías desvalijadas, se colocó detrás de la puerta con el bate en alto preparado para asestar un golpe mortal al intruso/infectado. La puerta se abrió lentamente produciendo un chirrido metálico y una silueta alargada proyectada en el suelo cubierto de envoltorios y desechos pútridos comenzó a adentrarse lentamente en el interior.

- ¡No disparéis!- grité.

Entonces una pequeña figura con melena dorada apareció de detrás de la puerta. Los demás bajaron las armas, aliviados al ver que se trataba de la pequeña Claire con su hermana y su madre que habían escondido los caballos en la parte trasera.

- Vamos, coged lo que hayáis encontrado y larguémonos de aquí. Los infectados nos han descubierto.- dijo Bob.

Salimos a la parte trasera del edificio, llena de chatarra amontonada cubierta de óxido. En un extremo había una vieja camioneta Ford de los años cincuenta azul marino, perfecta para una huída rápida de aquella trampa. Desafortunadamente, estaba apoyada sobre cuatro bloques de hormigón donde antes habían estado las ruedas. Esther y las niñas se montaron en los caballos y nos adentramos en el denso bosque, adoptando la misma formación que poseíamos cuando avistamos aquella estación de servicios. Una vez más éramos conducidos sin remedio al interior de un bosque.

Huimos con rapidez por el bosque, intentando alejándonos del edificio todo lo posible lo más rápido que podíamos. A través de la frondosidad del bosque se podía oír el estrépito de la horda de infectados descendiendo la carretera que discurría paralela a nosotros.

Martin en nuestra retaguardia, no perdía de vista el bosque detrás nosotros, a la espera del momento en el que avistase a los rabiosos. Del mismo modo, Bob blandía su escopeta de un lado al otro, escudriñando la espesura del bosque delante del grupo.

Los primeros infectados no tardaron en intuirse entre los árboles a nuestras espaldas cual pálidas siluetas, pululando con rapidez en el boscaje distante. Avanzando hacia nosotros como atraídos por nuestro aroma, semejante a como es guiado un depredador por el olor de su presa.

- Seguid vosotras, encontrad un lugar seguro y espéranos allí.- le dijo Bob a su esposa.

Esther golpeó los costados del caballo y se perdió entre los árboles al galope. Mientras nosotros: Rowie, Martin, Bob y yo, nos escondíamos detrás de los árboles y nos preparamos. Me atreví a echar un vistazo, sacando levemente el lado derecho de la cara de detrás de la húmeda corteza, y vi la marabunta de infectados que se dirigía lentamente hacia nosotros.

Además, reparé en otra cosa. Una figura femenina apartada del grupo. Una chica de pelo rubio, inmóvil, ajena al paso lento e inquieto de los infectados, permanecía estática, mirando hacia donde me encontraba yo, El pelo le caía sobre la cara en mechones áureos que impedían ver con claridad su rostro.

De improviso, un infectado pasó justo delante de mí sin verme. Era una mujer de mediana edad, con el torso desnudo salpicado de sangre ennegrecida. Se acercó a la posición de Martin, al que podía ver esperando el momento para actuar. En ese momento, el estallido de una rama más adelante, tras el árbol en el que estaba guarecido Bob, alertó a la infectada. La pálida mujer se quedó observando estática la vegetación frente a ella unos segundos antes de embestir.

Martin, esperándose la explosiva reacción de la infectada, había desenvainado su cuchillo militar con suavidad. Entonces, cuando la mujer pasó junto al árbol el que se encontraba, la apresó tras él con una contundente llave constrictora y antes de que la infectada tuviera tiempo a reaccionar, le asestó dos puñaladas en el cráneo con un súbito movimiento.

A pesar de la rapidez con la que neutralizó a la mujer, algunos de los infectados cercanos se percataron del brevísimo gesto, y acto seguido una marea de infectados cargó en tropel contra nosotros.

- ¡Vamos, nos replegamos!- gritó Martin, abriendo fuego contra la estampida.

Emprendimos la retirada, corriendo tan rápido como nos era posible al mismo tiempo que manteníamos a raya a los infectados. Para entonces, ya no era tan patoso con el arma como lo había sido la última vez que nos vimos en una situación similar. Algo de lo que me sentía, por qué no decirlo, bastante orgulloso. Mi puntería se había afinado y mi capacidad para controlar el estrés y los nervios en situaciones límite era mucho mayor. Corría varios metros, cubierto por los demás, y luego me detenía para cubrirlos yo a ellos mientras avanzaban. Ese modo de retirada era más efectiva que salir por patas sin más.

Con los rabiosos no podías echar a correr esperando dejarlos atrás, puesto que aunque creyeras que lo habías hecho, bastaba con que pararás para recuperar el aliento un minuto y entonces se te echaban encima como una manada de hienas. Situaciones así habíamos visto demasiadas en las ciudades que observábamos a distancia antes de decidir si ir o no.

Seguíamos corriendo, con los infectados comiéndonos terreno cuando bruscamente el bosque se acabó y nos topamos con un río que abría una ancha brecha en el bosque.

- ¡Oh mierda! ¿y ahora qué?- farfullé con la voz entrecortada.

- ¡Aquí, aquí!- gritó Esther, río arriba.

Había pasado un de los dos caballos hasta el otro lado del río, tendiendo una cuerda entre ellos. De este modo podríamos cruzar sin ser arrastrados por la corriente, pues aunque la poca profundidad permitía hacerlo a pie, la corriente sí que era demasiado fuerte para cruzarlo sin ningún tipo de sujeción.

Las primeras en cruzar fueron Stacie y Rosemary que se reunieron con las niñas que ya estaban en la otra orilla a lomos de Bucéfalo. Los siguientes en hacerlo fuimos Esther, Rowie y yo, con los primeros infectados en alcanzarnos y mostrarnos sus dentaduras melladas. Martin nos siguió mientras que Bob y él lidiaban con los rabiosos que surgían de la penumbra del bosque.

Después de que todos hubieran pasado, Bob cruzó a lomos del caballo, cubierto por Martin, Rowie y yo de los infectados que iban apareciendo, desde el otro lado del río. Cuando llegó hasta nosotros, ya se había aglomerado un considerable número de infectados en la otra orilla. Nos quedamos observando con horror como eran barridos por la fuerte corriente al intentar alcanzarnos, y luego estampados duramente contra las rocas río abajo, desapareciendo bajo los rápidos sin volver a verlos salir a la superficie.

Lo cierto es que en ese momento, más que rabia u odio hacía ellos, lo que sentimos fue lástima por las personas que habían sido, con sueños y esperanzas, y en lo que se habían convertido. Nuevamente nos sumergimos en el seno del bosque, perdiéndonos a la vista de los infectados pero contemplando una vez más un futuro incierto frente a nosotros.

martes, 2 de noviembre de 2010

DEVASTATION. Capitulo 5

Capítulo 5

Naturaleza muerta.

Las primeras luces del alba comenzaron a diluir la negrura casi untuosa de la noche en una suave y reconfortante claridad. El cielo se teñía lentamente de color añil, como si aquel nuevo amanecer fuera la dinámica obra de un pintor expresionista en cuyo cielo nocturno sumergiera su pincel usado y los pigmentos en disolución barrieran la noche de la bóveda estrellada.

Martin empezaba a tornarse visible, aun sólo como una leve y difusa silueta armada, agazapada tras un árbol caído frente a nuestro precipitado refugio: una pequeña oquedad al final de un barranco. Me giré hacia donde yacían dormidas Stacey y Rosemary, acurrucadas una junto a la otra; apenas un par de horas antes habían sucumbido finalmente al sueño después de una larga noche en vela pendientes de cada chasquido de una rama o sonido en la penumbra.

También Rowie había caído víctima del cansancio. Estaba acostado al lado de las chicas, contraído instintivamente en posición fetal para conservar la mayor cantidad de calor corporal posible. Mientras los observaba, Rowie se despertó de golpe, desorientado y sin saber muy bien donde se encontraba durante los primeros segundos, se levantó y se sentó a mi lado.

- Pfff…daría mi brazo izquierdo por un café bien cargado.- murmuró, frotándose vigorosamente la cara para espabilarse.
- ¿Has conseguido dormir algo?- le pregunté.
- Bah…, apenas unas cabezadas.- respondió mientras ejercitaba los ojos, cerrándolos y abriéndolos con fuerza.- ¿Y tú?
- Tampoco. No dejo de ver a esas cosas cada vez que cierro los ojos. Y cuando los abro veo constantemente figuras detrás de cada árbol, detrás de cada arbusto…- cogí un par de pequeñas piedras del suelo y las lancé con desgana.
- Ya… - comprendía a lo que me refería, quizás por aquel motivo él mismo se había despertado.
- Lo peor de todo es no saber si son imaginaciones tuyas o si de verdad están ahí, deambulando a nuestro alrededor, rodeándonos...- comenzaban a descubrirse las siluetas de los árboles, los espacios entre ellos se aclaraban gradualmente y definían contornos en ocasiones engañosos.

En ese momento Martin se aproximó a nosotros.


- Chicos preparaos, en unos minutos nos ponemos en marcha, ¿ok?- nos dijo con voz tenue.
- Vale, bien.- asentimos Rowie y yo, alegrados de irnos de una vez de aquel sitio.
- Iré a despertar a las chicas.- dijo Rowie y se incorporó dificultosamente, sacudiéndose los restos de tierra y hojas secas del trasero.

- ¿Y bien, cuál es el plan?- le pregunté a Martin aún sentado.
- Por lo pronto abandonar estar situación, aquí somos demasiado vulnerables.- me respondió sin sentarse en el tronco, examinando exhaustivamente los alrededores.
- Ya, bien. ¿Qué dirección tomamos? – me incorporé.
- No lo sé…, esas cosas están por todas partes. Lo mejor será que nos alejemos en dirección opuesta a la de la que venimos y busquemos un paso seguro por donde llegar al pueblo o ciudad más cercana. Debe haber algún sitio al que no hayan llegado esas malditas cosas.- su tono se volvió más apagado y lleno de rabia a medida que acababa la frase.

- Chicaas… Chicaas… eei…- les susurró Rowie, meciéndolas suavemente para despertarlas.
- ¡¿Qué?! ¡¿Qué pasa?!- Stacey y Rosemary se despertaron sobresaltadas, como temiendo que las pesadillas que estarían teniendo se hubieran hecho realidad.
- Nada tranquilas, tranquilas. No pasa nada. Iros preparando, dentro de unos minutos nos vamos.- sin demora, se levantaron y se unieron a nosotros.

Sedientos y hambrientos, sin más equipaje que la mugrienta ropa que llevábamos puesta y el puñado de armas que teníamos, nos pusimos en macha hacia… seré honesto, no teníamos la menor idea de a dónde nos dirigíamos.


El bosque poseía una serenidad y benignidad que paradójicamente resultaban inquietantes. Nos movíamos a través de los árboles con la desquiciante sensación de sentirnos observados en todo momento. Convencidos de que en cualquier momento y como salido de la nada, aparecería un infecto de detrás de un árbol, seguido de otro, y luego de otro más, y otro.

Eran las doce de la mañana y el sol estaba bien alto en el cielo. La luz del mediodía intensificaba el color esmeralda de la clorofila de la vegetación, que parecía refulgir, creando una siniestra atmósfera verdosa, casi una neblina diría yo, que difuminaba los alrededores más allá de los árboles. No se escuchaba pájaro alguno, ningún placentero coreo de cantos que aliviara el estrés derivado de la falta de sueño y comida. Sólo el estallido de la hojarasca y las ramas caídas bajo nuestros pies, resonando en el mudo bosque.

Recuerdo ir caminando a la cola del grupo por el infinito bosque, agotado y con las tripas rugiendo, pensando en que no recordaba que el bosque fuera tan grande y espeso. A decir verdad, no recuerdo haberme adentrado tanto en toda mi vida. Me vinieron a la mente las palabras de mi padre, que para disuadirme cuando era niño de que no me adentrara en el bosque, me contaba historias de horripilantes monstruos de ojos rojos y brillantes que se comían a los niños que se adentraban solos en el bosque. Era irónico que, llegado aquel momento, mi padre no estuviera tan desencaminado después de todo.

En ese momento Martin se detuvo y nos ordenó parar. Por puro instinto nos agrupamos buscando refugio en el grupo.

- ¿Qué ocurre?- le susurré a Martin por encima del hombro.
- He oído algo ahí delante.- murmuró, buscando a través de la mirilla anaranjada de su ametralladora el origen del ruido extraño.


Fui a echar mano de mi pistola en la parte trasera del pantalón por si se trataba de nuevo infectados, pero no la encontré. Creí que quizás la habría perdido, que se me habría caído mientras corríamos o mientras pasábamos la noche. Pero entonces recordé que la noche anterior se la había dado a Rowie cuando huíamos de la casa. En ese mismo instante, el punzante sonido de los disparos de la nueve milímetros a escasos centímetros de mi oído derecho me taladró el tímpano. Rowie comenzó a disparar contra los arbustos delante de nosotros, blandiendo nerviosamente el arma con ambas manos.

Entonces recuerdo que me pareció que si hubiera sufrido un pinchazo muscular o algo así en el hombro, porque soltó el arma como si estuviera al rojo vivo. Luego apoyó la espalda contra un árbol y resbaló hasta quedar sentado en el suelo. Pude vislumbrar una sinuosa gota de sangre, deslizándosele por la camiseta desde debajo de su mano. Comprendí entonces que le había alcanzado un disparo.

- ¡A cubierto! ¡Detrás de los árboles, corred!- gritó Martin, disparando al follaje ráfagas breves mientras nos refugiábamos tras los árboles.

Rosemary atendió a Rowie, que se sujetaba el hombro con gesto de dolor, e intentó hacerle un vendaje improvisado con una tira que se había arrancado de su camisa. De pronto, una ronca voz masculina comenzó a hablar al otro lado de la vegetación

- ¡Tirad las armas, os tenemos rodeados! - dijo la voz tras el verdor, que me resultó muy familiar aunque no fui capaz de reconocer.
- ¡¿Quien habla?!- preguntó Martin.
- ¡Tirad las armas y nadie más resultará herido!- volvió a ordenar la voz.
- ¡No podemos hacer eso! ¿Cómo sé que no es un farol y no eres un pobre desgraciado con un rifle?- dijo Martin resguardado tras el grueso tronco.

Sin previo aviso, varios disparos procedentes de diferentes puntos del follaje hicieron saltar por los aires la corteza de los árboles tras los que nos escondíamos.

- ¿Aún crees que estoy de farol?- preguntó la voz con rabia.
- ¡Basta, no sigan disparando por favor! ¡Solamente huimos de esas malditas cosas, nada más! ¡Esto no ha sido más que un estúpido error! ¡Lo sentimos mucho, solo queremos seguir nuestro camino! ¡Por favor no sigan disparando!- les supliqué, temiendo que el siguiente de nosotros que resultase herido no tuviera la suerte de Rowie.

Se hizo el silencio tras la vegetación. No sabíamos si mis dotes diplomáticas habían dado resultado y si por el contrario estaban tramando algo, y nos estaban rodeando para acabar con nosotros.

- ¿Charlie? ¿Charlie eres tú?- preguntó el desconocido.

“No puede ser” pensé.

- …B… ¿Bob?- le pregunté, incrédulo.

Entonces de los arbustos salió un hombre robusto y calvo, mostrando las manos desnudas levantadas en alto.


- ¿¡Bob!?- no podía creer que fuera él.- ¡No dispares!-le grité a Martin- ¡!Booob!¡- corrí hacia él y lo abracé con tanta fuerza que casi nos caemos al suelo.
- ¿Cómo estas hijo?- me preguntó, sujetándome la cara con ambas manos.
- Bien. - le dije minimizando al máximo la respuesta para evitar preocuparlo.
- Me alegro mucho de verte sano y salvo hijo.- dijo con los ojos vidriosos.
- ¿Esther y las niñas, están bien?- la buscaba por todas partes con la vista.

Bob silbó, imitando el canto de un pájaro, y de la vegetación salieron Esther y las niñas con los caballos.

- ¡Esther! ¡Chicas!- al igual que Bob, Esther era como una segunda madre para mí y ver que se encontraba bien junto con las niñas me quitaba un enorme peso de encima.
- Hola Charlie cariño, me alegro mucho de que estés bien hijo mío.- me dijo acariciándome la cara con lagrimas en los ojos.
- Oye, ¿y Álex?- me preguntó Bob al no encontrarla entre el grupo.
- ... Fui a su trabajo, pero ya no estaba allí. De camino hacia aquí vi su coche destrozado en la cuneta, pero gracias a Dios ella no se encontraba dentro. Pensé entonces que quizás habría llegado antes de que te fueras y estuviera con vosotros.- esperé sin mucha esperanza una respuesta afirmativa.
- No cariño…- dijo Esther.- Nosotros tuvimos que huir de casa.
- Ya, hemos estado allí.- les dije.- Que desastre.
- Si…unas horas después de que te fueras empezaron a aparecer alguno que otro. Iban solos y parecían desorientados, muchos ni siquiera se pararon al pasar frente a la casa; aunque otros sí que lo hicieron. Pero no eran problema, los eliminábamos sin complicaciones. Hasta Sam acabó con más de uno desde la ventana de su cuarto.- Samantha asiente con una tímida sonrisa, sin saber quizás si sentirse orgullosa o culpable por ello.- Lo difícil fue cuando el sol comenzó a descender.
- Si…- asiente Esther con cara seria.
- Entonces empezaron a venir en grupos, primero de unos pocos pero luego de cincuenta o más de esas jodidas. Fue entonces cuando decidimos abandonar la casa, e irnos en los caballos.- dijo con gesto de resignación.
- Me alegro muchísimo de que os encontréis bien.- los volví a abrazar y fuimos junto al grupo de supervivientes.
- Bueno, os presento a Bob y Esther McKnight, son como mis segundos padres, y ellas son sus dos hijas: Samantha y Claire. Ellos son: Martin, Rosemary, Stacie y aquel es Rowie.- dije, señalándole al dolorido Rowie con la mano en el hombro.


Con una mezcla de arrepentimiento y recelo el grupo se presentó a los extraños. La presencia de las dos pequeñas, que permanecían pegadas a sus padres aún con el susto y miedo del tiroteo mantenido momentos antes reflejado en sus ojos, ayudaba a aliviar la posible tensión existente entre ellos. El hecho de que fueran unos padres que solamente protegían a sus hijas de unos extraños de gatillo fácil, les hacía sentir arrepentidos e incluso avergonzados, y servía de justificación más que suficiente para el hombro herido de Bob.

- A ver, echémosle un vistazo a ese hombro. Bueno hombretón no sufras, solo es un rasguño.- Esther se quitó la mochila y sacó de ella un botiquín médico.
- Siento lo del brazo hijo, pero peor quedaría un agujero en la cabeza ¿no crees? jaja- dijo Bob en tono maliciosamente burlón.
- Si…- Rowie forzó una sonrisa, intimidado por aquellos dos carrozas, que aunque parecían rondar los cincuenta o sesenta, desprendían una fuerza y vitalidad a tener muy en cuenta.
- ¡Aunque creo que deberías sentirte en deuda con mi mujer. Si Esther hubiese querido acabar contigo, ahora mismo te estaríamos cavando un hoyo a medida jajaja! – le dio una palmada en el hombro y Rowie se estremeció de dolor mientras que con una picara sonrisa, Esther y él se cruzaban la mirada.

Nos reunimos todos en círculo para planear nuestro siguiente movimiento: qué camino tomar para salir de aquel angustiante bosque y llegar a un lugar seguro que no hubiera sido arrasado por aquellas cosas.

- Hemos recorrido los alrededores con los caballos y esas malditas cosas están por todos partes. Tanto al norte como al este las hay a cientos, millares. Tienen rodeado todo este bosque. Es más, no deberíamos quedarnos mucho tiempo por aquí porque esas cosas se están adentrando cada vez más. Ya nos hemos encontrado con un par de ellos no muy lejos de aquí.- señala brevemente hacia la espesura bosque adentro.
- ¿Qué opciones tenemos?- pregunté, cruzando los brazos junto a mí pecho y sujetándome la barbilla con una mano en pose reflexiva.
- Al oeste el bosque se extiende cientos de millas hasta Kansas y como he dicho no es buena idea permanecer por mucho más tiempo en él. La única opción es el sur, el bosque acaba a poco más de 8 millas y luego es terreno bastante llano. Podemos seguir hasta Archie o Drexel.- les expuso Bob el plan, quizás el único viable.
- Bien, estoy de acuerdo.- me giré hacia Rowie que estaba a mi derecha - ¿Tú qué dices Rowie?
- Hagámoslo.- se encogió de hombros. Bueno, al menos de uno de ellos.
- ¿Chicas?- me dirigí hacia Stacie y Rosemary.
- No nos queda otra.- contestó escuetamente Stacie como era de costumbre en ella.
- Hagámoslo, no soportaría pasar una noche más en este bosque.- confesó Rosemary.
- ¿Y tú Martin, qué opinas?- le pregunté en último lugar.
- Mmm… es bastante peligroso. La autopista pasa muy cerca de aquí, y con los atascos de las últimas horas debe haberse convertido en un imán para los infectados. Toda esa gente…- no mostraba mucho convencimiento.
- Si…es terrible….- nos quedamos en silencio, pensando en todas las personas que habían resultado muertas, o no del todo, en las últimas horas.
- No me refiero a eso.- le miramos desconcertados.
- Esos animales rabiosos convierten a quien muerdan en uno de ellos. Si te encuentras entre una multitud y una persona herida se desvaneciera y despertase transformada en una de esas cosas… no te gustaría estar en medio de esa marea humana teniendo que esquivar tanto a las personas sanas como a las ya infectadas.- empuñó el fusil contra su pecho.- Por eso debemos mantenernos lejos de cualquier aglomeración de gente, de cualquier autopista o carreteras donde haya gente que pueda atraerlos, si es que no han dejado de serlo ya.

Por supuesto que con las últimas palabras se refería a gente ya infectada. Gente que había emprendido la huída al volante de su vehículo y que al quedar atrapada en un atasco irresoluble, retomaban el éxodo a pie (pertenencias al hombro), dando lugar a enormes mareas de gente que, cansada y atemorizada, cargaban con infinidad de cosas inservibles y pesadas en enormes caravanas.

Ya me había encontrado con algunas de aquellas multitudes cuando me dirigía a la ciudad para rescatar a mi hermana. Y luego al salir de ella, en las poblaciones periféricas; salvo que entonces, ya no eran personas con sus enseres a cuestas, huyendo de todo aquel infierno en hileras más o menos homogéneas y ordenadas, sino que eran mareas y mareas de esas desbocadas y encolerizadas bestias.

Llegué incluso a reconocer a alguna que otra persona a la que había visto horas antes, con sus caras de temor y desconcierto, buscando refugio en el cuerpo de sus padres, ó intentando reflejar calma en sus rostros para no preocupar más a su familia. Sin embargo, sus caras ya no reflejaban sentimientos, miedo, ya no reflejaban humanidad. Solamente furia animal en un gesto indefinible.

Obviamente, no habían tenido ninguna posibilidad cuando los infectados los alcanzaron mientras escapaban. Aglutinados en largas formaciones de kilómetros de longitud, los del interior del grupo, hostigados por los que venían justo detrás, sólo podían avanzar y avanzar, y los de los flancos, concentrados solo en salvarse, inconscientemente estrangulaban la formación en una densa sierpe de personas. De este modo cuando los infectados abordaban a los de la cola o los costados de la formación, solo hacía falta que el pánico cundiera entre la masa, y por supuesto que lo hacía, para provocar un efecto dominó que asfixiaba y aplastaba a los de en medio, y entorpecía a los que venían detrás.

Por eso he comentado lo del orden y organización a la hora de desplazarnos: incluso cuando corremos por nuestras vidas seguimos una pauta. El pánico nos hace embutirnos en una marea humana asfixiante, aún cuando disponemos de cientos y cientos de kilómetros de terreno para dispersarnos y huir sin atropellarnos los unos a los otros. Hasta esa indeseada característica de nuestra naturaleza escapaba a aquellas cosas, que avanzaban sin ningún tipo de orden o regularidad.


Incluso después rememorar el sufrimiento de aquellas pobres personas, acompañé a los demás, asintiendo y agachando la cabeza avergonzados de nosotros mismos por estar completamente de acuerdo con lo que estaba diciendo Martin. Aunque pudiéramos parecer unos insensibles desalmados que no sentían la menor lástima por aquellas pobres personas, lo cierto es que lo que único que buscábamos, por egoísta que pueda parecer, era simplemente sobrevivir.

Como decía Martin, la realidad era que ya no nos estábamos enfrentando a aquella horda de cientos o miles de infectados que irrumpía en la ciudad la madrugada anterior, sino que en aquellos momentos se trataría quizás de un número dos, tres, diez veces mayor. Ante tal situación no habría demasiado que pudiésemos hacer por mucho que quisiéramos.

- ¿Estamos todos de acuerdo?- todos asintieron o hicieron algún gesto de aprobación.- Bien…, pongámonos en marcha.

Rumbo al sur, el acrecentado grupo prosiguió su viaje a través del bosque. En silencio, por miedo a atraer a infectados cercanos, íbamos avanzando sin tener la posibilidad de compartir cualquier tema trivial de conversación que evadiera nuestras mentes de aquella situación extremadamente estresante.

Después de una hora y media, la lenta y tediosa marcha a través de aquel interminable bosque, empezaba a hacerse monótona, aburrida e incluso diría que algo soporífera. Llevábamos varias horas, desde que nos escondimos en aquella especie de madriguera, sin ver ni oír a un infectado, y empezaba a creer que quizás los habríamos dejado atrás. Tal vez los infectados de los que hablaba Bob habrían desistido y dado media vuelta.

Lo cierto es que inmersos en aquella burbuja de impenetrable frondosidad, nos sentíamos excluidos de la realidad que se vivía fuera de aquel bosque. El techo del bosque con las copas de los arboles estrechamente yuxtapuestas, amortiguaban considerablemente cualquier sonido del exterior, sin embargo por muy aislante que resultase no podíamos atribuirle el hecho de que hacía tiempo que no escucháramos el sonido de un helicóptero o un avión sobrevolando la zona, y eso era bastante extraño. ¿Dónde se suponía que estaba el ejército combatiendo a aquellas cosas?

Entonces y como era de esperar, aquella grotesca realidad no tardó en alcanzarnos de nuevo.

- Agachaos.- nos susurró Bob haciéndonos gestos con la mano.- Agachaos.

Tras los árboles se distinguían una figuras vacilantes, aproximándose desde nuestra retaguardia. Bob llamó a Stacie y Rosemary y las montó a cada una en un caballo, junto con Esther y las niñas.

- Pásame el rifle. No queda mucho hasta el límite del bosque, id a campo abierto y esperadnos. No tardaremos.- le dijo a Esther, montada a lomos del caballo.
- Bien. Ten mucho cuidado.- le apretó con fuerza la mano.
- Lo tendré.- despedidas como aquella había tenido cientos cuando estaba en el cuerpo y no sabía si iba a volver a casa de nuevo.
- Te quiero.- Esther se inclinó sobre el caballo y besó a su marido.
- Y yo a ti preciosa… Vamos, ve.- Bob la besó por última vez en la mano y la dejó ir.

Los caballos se perdieron entre la vegetación y nosotros nos preparamos para enfrentarnos a aquellos infectados y darles tiempo a las chicas para salir del bosque.

- Rowie, Charlie, ocupaos del flanco izquierdo. No abráis fuego hasta que os lo diga, ¿entendido?- dijo mirándonos a los ojos.
- Entendido.- contestamos al unísono Rowie y yo.

En el otro extremo, a nuestra derecha, Martin estaba tumbado en el suelo junto a un árbol, visualizando aquellas figuras a través de la mirilla color ámbar de su fusil. Bob estaba en el medio, con su rifle de caza con mira telescópica no tan sofisticada quizás como la del arma de Martin, pero igual de precisa y letal. Nos quedamos quietos en el suelo, mimetizados con la vegetación. La suciedad de nuestra ropa, que básicamente cubría nuestro cuerpo entero, nos servía de perfecto camuflaje.

Eran alrededor de una docena de infectados, hombres y mujeres, jadeando, y bufando, cubiertos de sangre ennegrecida. Tan mugrientos como nosotros, con la diferencia de que su repugnante apariencia se debida a la sangre y demás fluidos humanos en los que estaban ungidos. Muchos estaban semidesnudos, con las camisas o vestidos colgándoles hechos girones, mostrando sus pálidos cuerpos mutilados con infinidad de heridas y amputaciones. Sus ojos teñidos de color sangre se antojaban oscuros, como profundos agujeros en sus caras, otorgándoles una presencia más terrorífica aún. Caminaban pausadamente, jadeando, cuál depredador buscando su próxima presa. Desprendían una euforia incontenible, apreciable en sus movimientos nerviosos y frenéticos, como si la sangre les bullera dentro de las venas.

Uno de los infectados que iban a la cabeza del grupo se detuvo cuando se encontraban a escasos veinte metros de nosotros. Se quedó inmóvil, con la boca abierta cubierta de sangre, chorreando un fluido viscoso de color oscuro y los ojos inyectados en sangre clavados en nosotros. Podíamos escuchar su trabajosa y gutural respiración como anticipo de lo que nos esperaba. A penas permaneció quieto unos segundos y entonces embistió contra nosotros, seguido por el resto de infectados que cargaron en tropel. Comenzaba el enfrentamiento.

Un disparo efectuado por Bob atravesó la cabeza del encolerizado, que cayó al suelo inerte. Con la “fortuna” de que dio con la cabeza en una piedra, abriéndosele como una nuez desde el boquete que la bala había abierto en la parte trasera del cráneo y derramando viscosamente el cerebro licuado sobre la roca cubierta de musgo.

Ya descubiertos, nos incorporamos y continuamos disparando a la rabiosa horda. Notaba como si el corazón me fuera a salir por la boca, y temblaba tanto que no era necesario que los infectados se movieran para que errara el tiro. Intenté calmarme, respiré hondo y me concentré en apuntar a un blanco y luego disparar, y no al revés.

Por su parte, Rowie estrujaba el bate entre sus manos, preparado para arrancarle la cabeza al primer infectado que se le pusiera delante. Cuál sería su sorpresa cuando el primero que se puso al alcance de su bate fue un niño de no más de diez años. Incapaz de golpearle, Rowie puso el bate entre el chico y él, y aquel cayó al suelo de espalda. Le puso la pierna en el pecho para impedirle incorporarse, mientras el chaval le arañaba y tiraba del pantalón, intentando morderle la bota, sin que Rowie supiera muy bien qué hacer.

Miraba a aquel chico enloquecido, con el antebrazo izquierdo desgarrado hasta el hueso, y luego dirigía su vista a su bate de madera. Entonces, súbitamente la cabeza del chaval estalló en mil pedazos.

- ¡Espabila!- le espetó Martin con el cañón de su arma humeante, y volvió a dirigir su fuego hacia los infectados.

El chico parcialmente decapitado conservaba de forma precaria el lado derecho de la cara, en el cuál el ojo que aún poseía sufría espasmos en el párpado como consecuencia del agonizante sistema nervioso remanente, dando la impresión de seguir mirándole.



Veía como muchos infectados eran alcanzados por las balas en hombros, torsos y o extremidades sin inmutarse, sin siquiera frenar sus acometidas contra nosotros. Por ese motivo en un principio pensé que no estaba acertando ni un solo blanco. Sin embargo, cuando caían abatidos en el suelo, podía ver sus cuerpos absolutamente acribillados con las camisas o torsos repletos de agujeros.

Una cosa muy distinta ocurría cuando eran alcanzados en la cabeza. En esas ocasiones era como si les dieran al botón de apagado. Se volvían entes inanimados que caían de boca al suelo, completamente lánguidos, y debido a la inercia que sus cuerpos aún poseían por la carrera, se doblaban y retorcían, quedando en muchas ocasiones el tronco inferior y las piernas plegadas sobre sus espaldas en posturas que dolían solo de verlas.

- ¡Retrocedemos, son demasiados!- nos gritó Bob mientras se colgaba el rifle sin munición y echaba mano de su escopeta que llevaba a la espalda.

Nos replegamos en la dirección que había tomado Esther y las chicas. Lo hicimos por turnos, de modo que dos cubrían mientras que los otros dos corrían para luego estos cubrir a los demás. Continuamos con ese método de retirada “escalonada” hasta llegar a los límites del bosque.

Una vez salimos a campo abierto, con los infectados pisándonos los talones, seguimos cubriéndonos y corriendo. En la carrera, Rowie tropezó con un leño escondido entre la hierba y cayó al suelo de bruces. Un infectado se le echó encima, a la vez que Rowie interponía el bate entre él y las dentelladas del rabioso. El infectado, en cada intento por hincarle el diente a Rowie, se topaba con el bate, dejando la impresión de su dentadura en la madera.

Entonces, la mitad superior izquierda del cráneo del infectado voló por los aires y éste se desplomó, muerto, sobre Rowie. Miramos a nuestra izquierda, y en lo alto de una loma estaba Esther, a caballo junto con las demás chicas, empuñando su rifle con el cañón humeante.


- ¡Vamos, corred!- gritó Bob.

Subimos la colina y corrimos hasta los caballos. Bob sacó un par de objetos esféricos color verdoso de metal de una mochila azul.

- ¡Al suelo!- les quitó las anillas a las granadas a la vez con ambas manos y las lanzó contra los infectados.

El suelo tembló con las dos fuertes explosiones, y luego una lluvia de tierra y briznas de hierba. Cuando levanté la vista lo único que se veía era una nube de polvo y humo donde antes estaban los infectados. Una vez se disipó el humo, lo que quedaba de ellos eran cuerpos mutilados, no completamente desmembrados como se esperaría uno al ver las películas de Hollywood. Algunos sí que habían perdido alguna extremidad o parte de ella pero los demás seguían de una pieza y sólo estaban algo desorientados por las ondas expansivas. Suficiente para que a Martin y Bob les diera tiempo a rematarlos antes de que se recuperaran del trauma de las explosiones.

- Un regalo de mi mujer.- Martin asintió con cara de desconcierto, rodeados de cadáveres mutilados y humeantes.

Sin entretenernos mucho más por miedo a que las explosiones hubieran atraído a más infectados, abandonamos el lugar y retomamos nuestro viaje. Rumbo sur comenzamos nuestra búsqueda de un lugar seguro, libre de aquella terrible plaga, donde poder empezar de nuevo o simplemente sentirnos a salvo. Algún lugar debía quedar libre de la infección ¿o no?...





sábado, 7 de agosto de 2010

DEVASTATION. Capitulo 4-Parte 2

Capítulo 4

Hogar, amargo hogar.

Parte 2

La mortecina luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas parecía aún más intensa al encontrarse con la oscuridad casi absoluta de la habitación. En un rincón, Martin no era más que una vaga figura en la penumbra, inmóvil en completo silencio mientras los demás dábamos vueltas en nuestros colchones incapaces de conciliar el sueño. Aún cuando lo conseguíamos, no era por más de unos minutos antes de despertarnos sobresaltados por una angustiosa pesadilla.

Después de un largo rato intentando dormirme, luchando contra las espeluznantes imágenes que saturaban mi cabeza sin dejar un resquicio de paz y tranquilidad en mi mente, me di por vencido y acompañé a Martin en su guardia. La situación de vulnerabilidad e incertidumbre en la que nos encontrábamos me producía una intensa sensación de vértigo en la boca del estómago, hasta el punto de provocarme náuseas.

- Hola.- susurré, colocando con cuidado una silla junto a la suya.

- Hola.- musitó.

- Si quieres ve a descansar, yo te relevo.- le dije en voz baja.

- No has dormido nada, deberías descansar un poco.- de sus palabras se desprendió cierto tono paternal.

- Ya bueno, no me apetece mucho dormir.- resultaba un tanto patético intentar ocultar lo que era evidente, que estaba acojonado. ¿Tú no estás cansado?

- Estoy bien.- pronunció sin entonación alguna.

- Pff… todavía son las tres de la madrugada, esta noche se va a hacer muy larga.- eché un vistazo a mi reloj de pulsera y apreté el botón lateral que iluminaba la esfera con una parpadeante luz verdosa.- ¿Qué plan tienes pensado para cuando amanezca?

- Concentrémonos en pasar esta noche sin ningún contratiempo.- dijo prudentemente.- ¿Tu tienes algo en mente?

- Mi hermana, tengo que encontrarla. Debe estar sola en algún lugar ahí afuera, desorientada y quizás herida. Su coche no estaba muy lejos de aquí y no sé, tal vez llegase antes de que Bob y su familia huyeran y se fuera con ellos.- me costaba creer mis propias palabras.

- Estará bien, no te preocupes.- intentó reconfortarme.

- Si, es una chica muy fuerte, seguro que lo estará.- dije con ánimos brevemente renovados. No obstante, no pude evitar que me vinieran a la cabeza horribles situaciones en las que mi hermana podría encontrarse en ese mismo instante.- ¿Y tú, tienes hermanos?

- Shh…- de repente Martin creyó escuchar algo.

- ¿Qué ocurre?- dije susurrando aún mas bajo.

- ¿Lo oyes?- preguntó en alerta.

- ¿Qué?- no conseguía escuchar nada.

- Escucha.- dijo, intentando localizar la fuente del sonido desconocido.

- Mmm…- me incliné sobre la silla, intentando percibir algún sonido a parte del zumbido del silencio en mis oídos.- ¿Qué?

Martin se levantó de su asiento, y empuñando su ametralladora, se acercó a la ventana. Entonces un leve gemido procedente del exterior de la casa me disparó el pulso.

- ¡¿Qué es eso?!- podía notar como el corazón me daba tumbos dentro del pecho.

- Son ellos.- dijo apostado a un lado de la ventana, apartando levemente la cortina con el dedo índice, y espiando lo que pasaba en el exterior por una estrecha rendija.

Me situé al otro lado de la ventana y abrí levemente la blanca cortina de encaje para ver a lo que se refería.

- ¡Dios mío!- me tapé la boca para evitar alzar la voz al toparme con aquella terrorífica imagen.

La casa estaba cercada por docenas de infectados que, como fantasmagóricas siluetas bajo el lóbrego brillo de la luna, deambulaban lentamente por los alrededores, ignorantes aún de que nosotros nos encontrábamos allí atrincherados. Amparados por el refugio que el anonimato nos proporcionaba, observamos a aquellas cosas con el único objeto de asegurarnos de que no hicieran ningún movimiento inusual que significase que nos habían descubierto de alguna forma.

- Será mejor que nos preparemos. Aseguremos la puerta.- dijo Martin y se dirigió a la puerta.

Rowie se despertó mientras colocábamos la pesada cómoda contra la puerta y luego lo hicieron las chicas que estaban durmiendo juntas en la cama de matrimonio.

- ¿Qué ocurre?- preguntó sobresaltado.

- ¿Qué pasa?- dijeron las chicas al unísono con gran preocupación.

- Debemos fortificarnos.- dijo Martin.

- ¿Por qué? ¿Que ha pasado?- dijo Rowie y se levantó del colchón de un salto empezando a preocuparse de veras.

- Mira por la ventana…- mi cara delataba la seriedad de la situación.

- Oh Dios mío…- se llevó la mano a la boca en un gesto de incredulidad ante tal visión digna de la peor pesadilla.

Con la cómoda bloqueando la puerta, Martin volvió a la ventana, y tras parecer calcular la altura desde la ventana hasta el suelo, se acercó a la cama.

- Creo que valdrá.- se dijo a si mismo, examinando la envergadura de las sábanas.

- ¿Qué haces?- pregunté intrigado.

- Tenemos que hacer una soga con las sábanas, ya sabéis, atándolas entre si- nos explicó y sin más comenzó a desvestir la cama, arrancando las sábanas y la colcha de un tirón.- Si la cosa se pone fea podremos escapar por la ventana.

- Buena idea.- cada uno de nosotros aceptó su idea sin discutir.

- Primera regla si huyes de alguien o algo: Ten SIEMPRE una vía de escape alternativa.- comentaba mientras ataba las sábanas entre si y comprobaba la resistencia de los nudos.- Chicas, mirad si hay algo que nos pueda servir en el armario.

Stacie y Rosemary registraron el armario en medio de la penumbra en busca de algo útil. Además de algunas prendas de ropa colgadas en sus perchas, en principio no había nada que nos pudiera ayudar a combatir a las hordas de infectados que nos tenían acorralados. No obstante, en un gran cajón inferior encontraron un viejo bate de béisbol de madera y una pequeña linterna.

- Mirad, una linterna.- dijo Stacie y la encendió, apuntando con ella a Rowie en la cara.

- ¡Apágala! ¡Apágala!- Martin corrió desde el otro lado de la habitación y le arrebató la linterna de las manos. Luego se acercó a la ventana y echó un vistazo afuera.- ¡Joder!- exclamó entre dientes.- Vamos, ayudadme con la cama, pongámosla contra la puerta.

Me asomé a la ventana con una ligera idea de lo que había provocado tal reacción en Martin, y entonces vi que todos los infectados habían comenzado a correr en masa hacia la casa. En la negrura de la noche, el débil haz de luz de la linterna fue como un fatídico faro que los dirigió directamente hacia nosotros.

Un fuerte estruendo estalló en el piso de abajo, los infectados comenzaron a golpear los entablados de puertas y ventanas violentamente. Los tablones de madera reparados apresuradamente no tardaron en caer bajo el intenso ataque y los infectados entraron en estampida en el interior de la casa. Desde nuestro escondite podíamos escuchar atemorizados como volcaban mesas, sillas y sofás al entrar aparatosamente por las ventanas del salón y el comedor; como correteaban de un lado para el otro en la primera planta dando escalofriantes alaridos y gemidos; y el chirrío de la puerta mosquitera de la cocina al abrirse cada vez que salía uno a toda velocidad.

En un principio se mantuvieron en la primera planta, lo que nos hizo pensar que tal vez, sólo tal vez, si permanecíamos en completo silencio, podíamos pasar desapercibidos en aquella habitación al final del pasillo. Sin embargo, resoplábamos aliviados, pensando que nos habíamos tenido suerte y nos habíamos librado de un ataque muy posiblemente fatal, cuando el estrépito de un infectado corriendo escaleras arriba nos hizo estremecer. Todos excepto Martin, que se mantuvo expectante, con la oreja puesta en la puerta y la ametralladora junto a su pecho sin hacer ningún movimiento, únicamente aguardando al sonido de una sola copa tintineando.

Aquel infectado llegó a lo alto de las escaleras y se llevó por delante la hilera de copas de cristal sin tan siquiera percatarse de ello. Sólo entonces Martin abandonó su aparente pasividad y se colocó en posición de disparo frente a la puerta en actitud defensiva. El infectado se detuvo un segundo, titubeando sobre las copas hechas pedazos y entonces cargó brutalmente contra nuestra puerta. El impacto fue tan duro que el marco de la puerta se desclavó y la cómoda de veinte kilos y la cama de matrimonio con dosel, se desplazaron un palmo.

Rowie y yo corrimos a sujetar la puerta para evitar que el infectado se colara en el interior de la habitación mientras intentaba alcanzarnos con el brazo que había conseguido introducir. En su empeño por pasar la cabeza por la estrecha ranura, los clavos del marco desclavado le rasgaron profundamente la piel de la cara desde el ojo hasta la oreja. El tajo se dilató desde un extremo a otro y la piel pendió, cual sangriento colgajo, dejando entrever la estratificación de tejidos: piel, untuosa y amarillenta grasa, músculos ennegrecidos y huesos.

Varios infectados se le sumaron al otro lado de la puerta y cada vez era más duro sostener la puerta. Se intentaba abrir paso el infectado intentaba alcanzarnos, introduciendo el brazo y luego su cabeza parcialmente.

- Chicas, preparad la cuerda- dijo Martin a las chicas con tono calmo sin dejar de apuntar a la puerta.- Hemos perdido el factor sorpresa.

Stacie y Rosemary ataron la cuerda hecha con sábanas a la estufa bajo la ventana y la dejaron caer hasta llegar al suelo.

- Rowie, baja tu primero y cubre a las chicas mientras ellas bajan.- le ordenó

- Toma Rowie, tal vez la necesites.- me saque la pistola de la parte trasera del pantalón y se la ofrecí por la empuñadura.

Se agarró a la improvisada cuerda y, sin pensárselo dos veces, la descendió torpemente. Por otro lado, a las chicas el plan no les convencía tanto.

- No creo que pueda…- dijo Rosemary con lágrimas en los ojos.

- No hay tiempo Rosemary, debes hacerlo.- le pedí, soportando las acometidas de los infectados.

- No te preocupes, yo te ayudo a bajar.- Stacie se ofreció a ayudarla.

Con su ayuda Rosemary logró por fin descender la cuerda no sin dificultades, para después hacerlo Stacie. En contraposición, la puerta empezaba a mostrar pequeñas grietas que se incrementaban con cada carga de los enloquecidos infectados, además los tornillos de las bisagras se estaban desprendiendo del marco de la puerta bajo la fuerte presión que ejercían sobre ella.

- Charlie, voy a eliminar a los infectados que te están dando tanto trabajo. En cuanto puedas cierra la puerta, colocamos la cómoda y salimos echando leches. ¿OK?- me desembuchó el plan sin perder un solo segundo para tomar aire.

- Vale.- respondí sufriendo las embestidas, ya al límite de mis fuerzas.

Martin giró una pequeña palanca en el lateral de la ametralladora para ponerla en modo semiautomático con el que se dispara una bala por vez y sin titubear abatió con letal precisión a tres de los infectados al otro lado de la puerta. Primero, con un limpio disparo en la cabeza, eliminó al infectado que me impedía cerrar la puerta. Sus sesos salpicaron toda la puerta y la pared antes de desplomarse inerte en el parquet al otro lado de la puerta. A continuación, abatió a los otros dos, a uno de ellos con un solo disparo certero a través de la puerta. Increíble.

Cerramos la puerta y la atrancamos de nuevo con la cómoda. Con Martin cubriéndome mientras me descolgaba por la ventana, descendí con tanta prisa que me quemé la palma de las manos por la fricción con las sábanas tensadas. Detrás de mi, Martin esperaba a que yo llegara abajo para descender él cuando los infectados lograron derribar la puerta y entrar en la habitación. No tuvo más opción que la de colgarse de la precaria soga antes de que yo llegase al suelo. Entonces, como sospechábamos sobre la resistencia de las sábanas, no soportaron el peso de los dos y se rasgaron a la altura de la ventana. Martin cayó de espaldas al césped desde una altura de cinco metros, mientras que yo, que estaba a escasos dos metros del suelo, no tuve más inconvenientes en tomar tierra.

- ¡Martin!- cayó junto a mí con el desagradable sonido de la brusca exhalación al vaciársele violentamente los pulmones por el fuerte espaldarazo.- ¡Martin, Martin!, ¿me oyes?- mientras yacía tendido inmóvil en el suelo semiinconsciente, temíamos que se hubiese lesionado la espalda o algo peor aún.

Una vez recobró la conciencia, movió las extremidades y pudimos respirar aliviados al descartar cualquier lesión medular grave. Tras recuperar el aliento, lo incorporamos y Rowie y yo nos dispusimos a cargarlo a hombros.

- Puedo seguir solo. Estoy bien.- manifestó, rehusando ser llevado a cuestas.

- ¿Seguro que estás bien?- insistí, preocupado por la contundencia del golpe.

- Si, si… estoy bien. Sigamos, vamos.- dijo visiblemente dolorido, resintiéndose del costado izquierdo.

Nos dirigimos hacia el bosque detrás de la casa, atravesando el alto y denso herbaje que llevaba hasta sus límites. Perseguidos por varios infectados nos adentramos en el tenebroso bosque, la oscuridad era prácticamente absoluta, casi claustrofóbica. La tenue luz de la luna que conseguía atravesar las copas de los árboles y llegar al suelo, le confería una siniestra refulgencia perlada que apenas insinuaba los contornos engañosos de los árboles y los desniveles del terreno, los cuales destacaban como vacíos de luz en el suelo, semejantes a insaciables agujeros negros que se tragaban hasta el último fotón.

Guarecidos en las tinieblas bajo un pequeño terraplén, permanecíamos sin mover un solo músculo ni emitir ningún sonido. Esperábamos que aquellas cosas siguieran de largo o desistieran en su intento de darnos caza al habernos perdido de vista. Pero lejos de eludirlos, un jadeante infectado se detuvo en el vértice del montículo, ignorante de que, literalmente, nos tenia a sus pies. La hojarasca crepitaba a su paso mientras nosotros tratábamos de permanecer lo mas inmóviles posible, aguantando la respiración y soportando el correteo de repulsivos seres del suelo del bosque, que se nos introducían por los orificios de la ropa, terminando ya de situarnos en una pesadilla completamente tangible.

En lugar de retirarse o dispersarse en el bosque, los infectados seguían deambulando por la zona delante de nosotros sin alejarse demasiado y nosotros comenzábamos a sufrir pinchazos en los músculos por permanecer totalmente inmóviles durante tanto tiempo. Martin, impacientado tanto como los demás, echó mano de una rama seca y la lanzó lo mas lejos que pudo sin incorporarse. El palo rebotó en un árbol y calló al suelo cubierto de hojas secas. A continuación, el estrépito de los infectados, saliendo a la carrera hacia el lugar de proveniencia del ruido. En ese momento, aprovechamos para escabullirnos sigilosamente. Rectamos con cuidado hasta un lugar donde la vegetación se hacía más densa y entonces empezamos a correr con todas nuestras fuerzas, adentrándonos en el siniestro bosque sin tener la menor noción de adonde nos dirigíamos.

Corrimos y corrimos bosque adentro con el constante fantasma de los infectados acechándonos tras cada árbol y montículo, y con la incertidumbre del no saber lo que nos depararía la mañana siguiente. Mientras corría entre los árboles cubiertos de húmedo musgo, una sola pregunta rondaba mi cabeza y me producía un gran desasosiego: - ¿Qué nos traerá el nuevo amanecer…?

sábado, 26 de junio de 2010

DEVASTATION. Capitulo 4-Parte 1

Capítulo 4

Hogar, amargo hogar.

Parte 1

Los rayos del sol se escondían tras las nubes dispersas, proyectando un tapiz de oscuras sombras sobre los bosques y praderas, que semejaba las manchas de una descomunal piel de animal extendida sobre todo el territorio. Al volante, Rowie conversaba animadamente con Rosemary mientras Stacie, sentada junto a la ventanilla, observaba el vasto paisaje con un gesto de desagrado.

- ¿Y tú Stacie?- le preguntó Rowie al verla tan apartada de ellos, aún estando a escasos centímetros.

- ¿Qué?- dijo, fingiendo ignorar el tema de conversación.

- ¿De donde eres?, yo soy de Utah, de Tooele, la ciudad de las plantas rodadoras jajaja.- rió con la vista en la carretera y una - y Rosemary de Erie en Pennsylvania, ¿y tú Stacie, de que inhóspito lugar eres?- pregunto Rowie con tono burlón quitando los ojos de la carretera por un segundo.

- Phoenix...- respondió Stacie con sequedad.

- ¡Vaya Arizona, tengo amigos allí! ¿y cómo es que acabaste en Missouri?- preguntó Rowie de nuevo, obligando a Stacie a dar mas detalles sobre ella.

- Diferencia de opiniones.- volvió a responder sin mirarlo.

- ¿Diferencia de opiniones?- Rowie continuaba con el pulso entre ellos dos por traspasar la coraza bajo la que se escondía.

- Ellos pensaban que a un hijo se le educa mediante palizas y yo no.- respondió, dejando a todos en la cabina helados.

Un silencio absoluto pareció tragarse el aire en la cabina, dejando un vacío insalvable entre ellos. Incluso el ruidoso sonido del motor y los crujidos de la carrocería al toparse con un bache se volvieron inapreciables.

- Una vez, cuando yo tenía cinco años, mis tres hermanos mayores casi prenden fuego la casa de mis padres.- Rosemary interrumpió el incómodo silencio que se había instalado entre ellos.- Era Acción de Gracias y recreaban una pequeña función vestidos como indios y soldados en la entrada del garaje. La sábana que habían colgado con unos árboles y un sol pintados se levantó por la ligera brisa que soplaba y se posó suavemente sobre una pequeña hoguera que muy inteligentemente habían colocado junto a ella.- la historia de Rosemary empezó a captar la atención de Stacie y Rowie.

Mi padre corrió a apagar el fuego con un pequeño extintor que llevaba en el coche cuando un trozo de la sábana ardiendo salió volando hasta caer sobre el suelo húmedo cerca de una garrafa roja de gasolina. Imaginaos, la garrafa explotó en una bola de fuego enorme que casi alcanza a mi padre y que quemó el garaje y por poco la casa entera. Cuando la policía y los bomberos se fueron, mi padre se reunió en la cocina con mis hermanos. Lo único que sé es que no volvieron a ver la luz del día en meses jeje.- Rosemary se rió con su innata timidez, poniéndose la mano sobre la boca.

Una leve sonrisa, casi imperceptible, se dibujó en el rostro de perfil de Stacie.

- Tantos chicos en una misma casa es peligroso, demasiada testosterona en ebullición.- agregó Rosemary con una intención maliciosa nunca antes vista en ella.

- Pues en mi casa éramos tres chicas y dos chicos, y nos traían de cabeza con sus cantantes guaperas y sus turnos interminables en el baño. Las chicas son peores que los chicos sin ninguna duda.- dijo Rowie, devolviendo el dardo envenenado a Rosemary.

- ¡Oye! ¡Eso no es cierto!-ella le golpeó con simulada rabia en el brazo.

Stacie se descubrió sonriendo con aquellos dos panolis flirteando de la forma más inocente, quizás sin que ellos mismos se dieran cuenta de que lo hacían. De lo que ella si se dio cuenta es de que por un momento había bajado la guardia y enseguida se apresuró a recuperar la compostura.

En la parte trasera de la pick up Ben estaba tumbado inconsciente. A ambos lados de él Martin permanecía en guardia, empuñando el fusil sobre el pecho con el dedo índice extendido sobre el gatillo, y yo mirando la línea de árboles de un lejano bosque con el único pensamiento en mi cabeza del paradero de mí hermana.

Miraba hipnotizado la larga y estrecha carretera extendida delante de nosotros, adormecido por el incesante zumbido del motor y el movimiento ondulante del coche sobre la irregular carretera.

- ¿Has servido en el ejército?- su atuendo militar y su gran destreza con el fusil apuntaban a ello.

- Sargento Martin Reyes del Cuerpo de Marines de Los Estados Unidos.- respondió como si cada palabra estuviera atada a la siguiente y formara parte de un honorable salmo repetido hasta la saciedad.

- ¿Has estado desplegado?- seguí tirando del hilo.

- La Guerra del Golfo.- dijo sin mirarme, comprobando los mecanismos de su ametralladora.

- Vaya, eres todo un veterano de guerra. Tu familia debe estar muy orgullosa.-

- Si… Lo estaban.- su tono de voz se desplomó.

Al pronunciar el verbo “estar” en pasado, una pesada roca con el letrero “IMBÉCIL” cayó sobre mi cabeza.

- Lo siento, no sabía que…- intenté enmendar mi torpeza.

- Tranquilo.- le restó importancia a mi colosal metedura de pata.

- ¿Qué les ocurrió…?- le pregunté sin pensarlo, y temí que con toda la razón me reprendiera duramente por mi irrespetuosa curiosidad.

- Estábamos durmiendo y mi hija gritó en su habitación. Un grupo de infectados había entrado por su ventana. Conseguí acabar con todos pero ya era demasiado tarde. Estaba en un rincón de la habitación, tumbada boca abajo en medio de un charco de sangre- las lágrimas resbalaban en tropel por la cara de Martin mientras luchaba por no romper a llorar.

De repente oí gritar a mi mujer. Cuando llegué a nuestra habitación un infectado estaba sobre ella en la cama intentando morderla. La había herido de gravedad en el cuello pero aun así ella seguía defendiéndose. Murió en mis brazos ahogada en su propia sangre. Entonces, aún no sabía que quienes son heridos por esas cosas vuelven a la vida poco después de morir. Así que, la tumbé en la cama y la cubrí con la sábana.- niega con la cabeza sin asumir todavía lo vivido aquella misma madrugada o quizás la anterior- Poco después se levantó…, sin más. Para entonces yo estaba en estado shock. Era demasiado para asimilar, un infectado le había desgarrado la mitad del cuello, se había desangrado sobre mis brazos y estaba allí…de pie.- vuelve a negar levemente con los ojos fijos en la nada.

Estaba allí, inmóvil junto a la cama de espaldas a mí. Entonces la llamé por su nombre y se giró hacía mi. En cuanto me vio, saltó sobre la cama y se me abalanzó antes de que me diera tiempo a reaccionar. Yo no entendía nada, intentaba morderme y yo no dejaba de repetirle que era lo que le pasaba, le decía “¡¿Cariño que te ocurre?!” pero no me escuchaba, ya no era ella.

Tuve que…- las palabras se le atascaron en la garganta y tragó, intentando deshacer el nudo que le impedía hablar.- la empujé sobre la cama y la apunté con mi pistola. Le murmuraba “no me obligues por favor cariño, no me obligues”, pero volvió a correr hacia mi y tuve que hacerlo, le disparé dos veces en el corazón.- bajo la cabeza y se quedó en silencio un momento.- Pero no…- niega con la cabeza- eso no la mató. Se volvió a incorporar y cargó de nuevo contra mí con la misma energía. Así que, levanté mi pistola y volví a dispararle. Pero esta vez le disparé en la cabeza. ¿Qué podía hacer?- rompió a llorar cubriéndose la cara con la mano sin emitir ningún sonido.

No sabía muy bien que se debe hacer en esas situaciones, por lo que preferí dejar que se desahogara y drenase toda la ponzoña que lo intoxicaba desde dentro. Me avergüenza decir que en aquel momento me pregunté que había pasado con su hija asesinada, ¿Se habría transformado en una de aquellas cosas? y de ser así, ¿como había reaccionado Martin? Por supuesto no me atreví a preguntárselo y desde entonces me odie a mi mismo por albergar semejantes pensamientos.

- ¿Y tú, tienes familia Charlie?- me preguntó ya repuesto tras rememorar el traumático suceso.

- Mi hermana Alex. Estaba trabajando en Kansas City cuando estalló toda esta locura. Por suerte logró escapar a tiempo y en este momento estará esperándome en casa.- dije con la intención de tranquilizarme a mi mismo y borrar de mi mente las malas sensaciones.

- ¡Mirad!- exclamó de repente Rowie, señalándonos el extraño objeto no identificado sobre la hierba más allá de la cuneta.

Un objeto rojo brillante resaltaba sobre el verde mate de la hierba a un kilómetro. A medida que nos acercábamos, aquel objeto se nos antojaba más familiar y a poco más de quinientos metros se hizo evidente que era un coche accidentado. Nos aproximamos lentamente a su altura, aminorando la velocidad sin detenernos del todo para ver si había alguien atrapado en su interior a quien pudiésemos ayudar. Hasta el momento, el grave estado en el que había quedado el vehiculo me había impedido darme cuenta de algo que mas tarde hizo que el corazón me diera un vuelco en el pecho.

Observando aquel coche deformado, a duras penas identificable como tal, lo reconstruí mentalmente, intentando averiguar la forma que tendría antes de sufrir el accidente, y el resultado, el vehiculo que surgía en mi cabeza de aquel amasijo, era un Mazda MX. Un maldito Mazda MX, mi hermana conducía un Mazda MX rojo fuego.

Aporreé el techo de la cabina para que Rowie se detuviera y salté de la camioneta movido por una voluntad ajena a mí.

- ¡! ALEEEX!! ¡! ALEEEX!!- gritaba con todas mis fuerzas mientras bajaba el terraplén hasta la explanada donde descansaba el coche amorfo.

Una pegatina en la que se leía “He sobrevivido a un rodaje con Billy Bob Thornton” en la parte trasera del maletero retorcido confirmó el peor de mis temores, efectivamente era el coche de Alex. Corrí a mirar en el interior, preparándome para lo peor. Pero lo único que había era los airbags deshinchados que se habían disparado en el accidente y que yacían desparramados como un par de vejigas blancas, escupidos desde el interior del volante y el salpicadero.

Me sentí aliviado al ver que mi hermana no estaba dentro del coche. No obstante, una vez más la sensación de habérseme escapado de entre los dedos me llenó de frustración. Ninguna pista de cómo había ocurrido ni de donde había podido ir, tal vez herida y desorientada. Solamente las marcas en el asfalto, atestiguando el momento en el que el coche se había descontrolado, y los esfuerzos de mi hermana en forma de zig zag por controlarlo, antes de salirse de la calzada y dar varias vueltas de campana.

De nuevo en marcha, rastreaba los alrededores esperando ver a mi hermana deambulando desorientada por los bosques o por la cuneta de la carretera. Entonces me fijé en que el pecho de Ben no se movía. Puse mi oreja sobre su boca y al ver que no respiraba, le busqué el pulso en la muñeca sin suerte. De inmediato me apresuré a realizarle el masaje cardio-pulmonar, pero tras más de cinco minutos realizándole compresiones sin éxito Martin me detuvo.

- Ya no hay nada que hacer. Ha muerto.- me dijo con tono calmado, poniéndome la mano sobre el hombro para reconfortarme.

El cuerpo de Ben estaba frío, su color era pálido y amarillento, completamente cadavérico. Había muerto mucho antes de que yo me diera cuenta de que había dejado de respirar. Finalmente había sucumbido a la infección, después de escasas horas de ser herido, lo que me pareció algo muy preocupante. La velocidad con la que actuaba esa enfermedad era apabullante.

Le echamos por encima una lona que había en la parte trasera de la camioneta y que habíamos utilizado para abrigarlo al subir en ella. De pronto, después de un minuto de haber confirmado su muerte, la lona verde comenzó a moverse y debajo de ella Ben se despertó.

- ¿B…BBe…Ben…?- balbuceé a punto de hacérmelo encima.

Se incorporó y la lona resbaló sobre su cara, descubriendo su rostro desencajado. Las escleróticas de sus ojos estaban repletas de vasos sanguíneos rotos y dilatados, lo que otorgaba a sus ojos una espeluznante apariencia casi amenazante. Sin previo aviso, se me abalanzó súbitamente, agarrándome con una fuerza inusitada mientras intentaba clavarme los dientes en el cuello. Martin actuó con rapidez, lo sujetó por detrás y lo apartó de mí mientras se retorcía, intentando morderle. Con un rápido gesto Martin le torció el cuello y lo desnucó con un desagradable sonido al fracturarle las vértebras cervicales. En una fracción de segundo el infectado convulsivo se convirtió en un cuerpo flácido e inerte.

Enterramos el cadáver en un bosque próximo y marcamos su tumba con una cruz hecha con dos ramas atadas, en la que grabamos su nombre y la fecha de su muerte. Ni siquiera pudimos poner su apellido ni su fecha de nacimiento. Tan solo un nombre y una fecha que posiblemente nadie descubriría y que quizás acabaría por olvidarse. La peor de las muertes, una avocada al olvido. Así pues, reunidos en torno al montículo de tierra removida en medio de aquel lúgubre bosque le presentamos nuestro respeto a los restos de Ben y proseguimos con nuestro viaje.

Finalmente llegamos a casa de Bob cuando serian alrededor de las ocho de la noche, el sol comenzaba su descenso hacia el horizonte anaranjado y el panorama con el que nos encontramos no era nada alentador. La puerta principal estaba abierta de par en par, desclavada de sus bisagras, y uno de los entablados de las ventanas estaba destrozado. Martin y yo nos preparamos para acceder al interior pistola en mano. Él entró primero con su rifle M4 y yo le seguí, cubriéndole las espaldas con mi Glock. Los rastros de sangre coagulada seguían en el parque del suelo, el empapelado floreado de las paredes y los cuadros familiares del pasillo que llevaba a la cocina. Claras señales de la irrupción de infectados en la casa y de la posibilidad de que aún se encontraran allí.

Yo seguí recto hacia la cocina y Martin subió las escaleras para registrar el piso de arriba. Había cartuchos disparados de escopeta desperdigados por el suelo de la cocina que conducían hasta la puerta del jardín trasero. Abrí la puerta mosquitera que chirrió al empujarla lentamente y salí afuera. Tampoco allí estaban Bob, Esther ni las niñas. Entonces vi que las puertas del establo estaban abiertas y fui a investigar.

Los caballos no se encontraban allí ni sus monturas tampoco, lo que descartaba que se hubieran escapado. Entonces lo comprendí todo. Los infectados habrían conseguido irrumpir en el interior de la casa pero conociendo a Bob, tendría un plan B, un plan de huida. Seguramente habría dejado los caballos preparados con provisiones y listos para salir pitando en cuanto se vieran obligados.

Volví al interior de la casa aliviado al saber que los Mcknight estaban a salvo.

- Todo despejado.- me informó Martin tras confirmar que la casa estaba limpia de infectados.

- Bien. Empieza a anochecer, creo que lo mejor seria pasar aquí la noche y decidir mañana lo que hacemos.- le sugerí a los demás colocados entorno a mí.

- Si, creo que es lo mejor.- dijo Rowie asintiendo con la cabeza.

- Si, yo también.- le siguió Rosemary.

- Debemos reparar los daños causados en las ventanas y puertas como podamos y asegurar las vías de acceso. Lo mejor seria que durmiéramos todos juntos en el piso de arriba e hiciéramos turnos para dormir- sugirió en base a su extensa experiencia militar.

- Si, hagámoslo.- la experiencia militar de Martin nos era muy útil en las cuestiones tácticas y estratégicas.

Recompusimos los entablados de las ventanas y volvimos a clavar las puertas en sus marcos, y con la última luz del día nos parapetamos en el piso de arriba para pasar la noche. Siguiendo los consejos de Martin, elegimos la habitación de matrimonio por contar con un par de características básicas que la hacían más defendible que las demás: estar al final de un estrecho pasillo y poseer una sólida puerta de roble macizo.

Mientras nosotros aviábamos el dormitorio colocando los colchones recolectados de las demás habitaciones en el suelo, Martin dispuso una hilera de copas de cristal en lo alto de las escaleras las cuales había cogido del mueble del comedor donde Esther guardaba la vajilla. Según él, nos serviría de aviso si algún infectado entrase en la casa y decidiera subir al segundo piso.

Cerramos las cortinas, atrancamos la puerta e intentamos conciliar el sueño, algo nada fácil con la constante amenaza de los infectados en nuestras cabezas. Martin colocó una gran cómoda entre la puerta y él, y se situó en un lado de la habitación desde el que tenia una visión directa de la puerta. Se sentó en una silla, ametralladora en mano, y se preparó para hacer el primer turno de la noche.