domingo, 3 de enero de 2010

DEVASTATION por Josue Fajardo Hermogenes

CAPITULO I
El Comienzo:
Fresca Mañana

Martes 6 de junio de 2001.
Serían alrededor de las 9:20 de la mañana cuando el suave rumor de lo que parecían unas sirenas lejanas me sacó de mi sueño. Hacía una mañana perfecta, con un inmenso cielo azul y un sol espléndido.
Tomé una bocanada de la fresca brisa matinal y fui a darme una ducha. Al acabar bajé a la cocina y encendí el pequeño televisor de la encimera. Me dispuse a prepararme algo para desayunar.
Vertía leche en mi tazón de cereales sin prestar demasiada atención a lo que daban en la televisión. Sin embargo, cuando iba a tomar la primera cucharada de cereales, una palabra procedente de la reportera de las noticias del canal 4 llamó mi atención: “zombies”. Entonces subí el volumen para ver de que variopinta noticia se trataba.

La reportera, visiblemente nerviosa, informaba de que una enorme masa de personas descontroladas estaba sembrando el pánico en las calles de la ciudad. Además, y esto me pareció de lo más surrealista, comunicaba que: “los disparos efectuados por los agentes de policía no logran detenerlos, siguen caminando hacia los coches de la policía sin que logren abatirlos”. Intenté averiguar el lugar del que se trataba y donde estaba ocurriendo tal locura. Pude distinguir que se trataba de la calle Broadway Boulevard en Kansas City.
Parecía ser la retransmisión de un tiroteo entre la policía y un gran número de individuos completamente fuera de control. Había muchos policías apostados tras sus coches patrulla disparando a las personas que corrían a toda velocidad hacia ellos. Sin embargo, aquellos hacían caso omiso de los boquetes que las balas de los rifles y escopetas hacían en sus cuerpos.
Los individuos se aproximaban a los agentes de policía a toda carrera. Poseían un gesto de furia en sus rostros apenas humano. Se vio como algunos agentes eran alcanzados por aquellos individuos e incluso el cámara tuvo la sangre fría de filmar uno de los ataques:
El policía fue derribado e intentaba alcanzar su arma que se hallaba a cinco metros de él y que había volado por los aires con el violento impacto. Pedía ayuda a sus compañeros para que se lo quitaran de encima mientras intentaba zafarse. Pero sus compañeros estaban desbordados, apenas conseguían mantener a raya las oleadas de rabiosos atacantes.
El individuo ignoraba los disparos que le hacían a escasos metros. Intentaba abrirse paso entre los antebrazos del policía a mordiscos y zarpazos como un animal furioso. Cuando consiguió traspasar la barrera que el agente creaba con sus brazos, el furioso atacante fue directo a la cara del policía. De un solo bocado le arrancó la nariz y tras desfigurarle la cara entre mordiscos y golpes, se dirigió hacia su cuello. De una poderosa dentellada le desgarró gran parte. Fue entonces cuando algunos compañeros acudieron en su ayuda y lograron por fin quitárselo de encima. Los dos policías lo sujetaban por ambos brazos, procurando mantenerse fuera del alcance de sus dientes. Entonces un tercero colocó el cañón de su arma frente al rostro del rabioso individuo y abrió fuego. Sólo entonces el animal rabioso que era aquel hombre reposó inerte sobre el asfalto mientras un charco de sangre se expandía desde el boquete que la bala había abierto en la parte trasera de su cráneo.
Pero ya era demasiado tarde para el policía herido. Hacía tiempo que sus gritos se habían ahogado bajo las bocanadas de sangre que el agente expulsaba con cada expiración en su intento por respirar mientras su vida se le escapaba con cada chorro de viva sangre arterial que su yugular completamente seccionada proyectaba a varios metros de distancia.
Entonces otro de los individuos rabiosos cargó contra los medios que se habían apostado al otro lado de la calle para retransmitir la noticia. Todos salieron corriendo en estampida mientras eran perseguidos por aquellas bestias. En la huída la cámara siguió recogiendo durante la huída una tambaleante imagen de los pies del cámara y el suelo. Unos minutos después la imagen se perdió entre estática.

No sé cuanto tiempo permanecí allí sentado mirando la nieve de la pantalla del televisor en estado casi catatónico. Con una cucharada de fríos y pasados cereales aún en la mano. Cuando volví en mí, me puse en pie de un salto y descolgué violentamente el teléfono de la pared. Intenté llamar a mi hermana menor Alex que trabajaba en el centro de la ciudad. Era relaciones públicas de una empresa de telecomunicaciones a pocas manzanas de donde había ocurrido el incidente.
Intenté una y otra vez contactar con ella. Tenía que saber si estaba bien. Además, ella me podría aclarar que demonios estaba ocurriendo allí. ¡Podría ser alguna estrategia promocional de una nueva película de Hollywood! Mi cabeza intentaba buscar una explicación racional mientras esperaba que el teléfono diera tono. Sin embargo, una voz femenina me informó de que todas las líneas estaban ocupadas. Eso me puso más nervioso aún.
Comprendí que algo iba realmente mal. Me tomé un minuto para ordenar la maraña de pensamientos que en esos momentos era mi cabeza e intentar pensar que debía hacer.
Pero lo único que pensaba era que lo que acababa de ver no podía ser verdad: ¡Los zombies no existen!, ¡La gente no se mata a mordiscos!- gritaba dentro de mi cabeza. La imagen de aquellos individuos corriendo furiosamente hacia los policías sin que la descarga de disparos en sus cuerpos les afectara lo más mínimo rebatía todas las teorías que desesperadamente intentaba desarrollar mentalmente. De repente, un nombre se apareció en letras mayúsculas en mi cabeza: BOB.
Bob era mi vecino más cercano. Era un tipo muy cuerdo y razonable, su fuerte y optimista personalidad me haría ver las cosas con más calma. Necesitaba hablar con alguien urgentemente.
Ni siquiera se me ocurrió coger el coche. No sé por qué motivo en ese momento me pareció mejor idea ir a pie y así lo hice. Simplemente no paré de correr, luchando contra el alboroto de mi cabeza, hasta que llegué a casa de los Mcknight.
Conocía a Bob desde que era niño. Entonces él era un respetable agente del Departamento de Policía de Kansas City.
A los dieciocho años me había trasladado a la ciudad para ir a la universidad y tras licenciarme en Historia conseguí un trabajo como profesor suplemente en un instituto de Topeka, cerca de Kansas City. Por lo que nuestra relación se limitaba a breves visitas que le hacía cuando iba de vacaciones a casa de mis padres.
Tras la muerte de mis padres, decidí trasladarme a la casa familiar donde mi hermana y yo habíamos crecido. Era una pequeña casa a las afueras de la ciudad. Situada en una zona agrícola- ganadera, estaba rodeada de hectáreas y hectáreas terreno delimitadas por interminables cercas de madera que marcaban el final de la tierra de una familia y el comienzo de la de otra. Bob y su familia eran los únicos vecinos en varios kilómetros a la redonda. Su casa estaba a menos de un kilómetro de la de mis padres.
Cuando me trasladé, Bob llevaba retirado cuatro años tras treinta y siete en el cuerpo. Tras su jubilación Bob se dedicó junto a su mujer a comercializar leche y carne que les proporcionaban las más de treinta vacas que poseían.
Su esposa Esther, era una mujer que había pasado toda su vida trabajando en su granja y criando a sus dos hijas, Claire de catorce años y Samanta de diecisiete. Eran como la noche y el día. Dos polos opuestos, que lejos de atraerse, chocaban constantemente. Claire era una chica dulce y cariñosa y Samanta había sacado el carácter fuerte de su madre. Le gustaba practicar con la escopeta de su padre y galopar a lomos de Bucéfalo, su caballo. El nombre se lo había puesto por el caballo de Alejandro Magno, quien le fascinaba.

Mientras corría hacia la casa de Bob, me reconfortaba pensando que Bob estaría jugando con sus hijas o charlando con su esposa en el jardín sin dar la más mínima importancia a lo que ocurría. Pero la situación que me encontré en casa de los Mcknight estaba lejos de tranquilizarme.
Toqué a la puerta y una voz masculina al otro me preguntó con dureza:
¿Quién es?- pregunto Bob al otro lado de la puerta.
¡Bob soy yo, Charlie!- logré decir con la voz entrecortada por la carrera.
Me pareció ver el ojo de alguien entre las cortinas y acto seguido pude oír como era arrastrado algo muy pesado y luego se abría la puerta que estaba cerrada con llave.
Al entrar me encontré con un Bob visiblemente preocupado que sostenía en la mano una escopeta.
-¿Qué tal Charlie?- me pregunto tendiéndome la mano.
-¿Bob has visto por la tele…- pregunté, pero antes que acabara Bob me respondió.
-Si- dijo anticipándose, sabiendo perfectamente a lo que me refería.
Miré a mi derecha y vi como Samantha rodaba los muebles del salón hacia las ventanas bloqueándolas. Después miré a mi izquierda y Esther hacía lo mismo que su hija con los muebles del comedor.
-¡¿Qué esta pasando Bob?!- le pregunté sin dejar de apretar los dientes.
- No lo sé Charlie. Pero no pinta bien- dijo con pose preocupada pero calmada.
Entonces Bob fue hacia la cocina con la escopeta aún en la mano y yo detrás de él.
Cruzamos la cocina y salimos por la puerta que daba al gran jardín trasero de la casa.
Allí Bob estaba recolectando tablas de madera de todo los tamaños. Yo no dejaba de hacerle preguntas intentando entender lo que estaba pasando:
-¿Has visto lo de los ataques a los policías en el centro de la ciudad?- le pregunté desesperado.
-Si. Lo llevan repitiendo toda la mañana.- dijo mientras continuaba aumentando su colección de listones de madera.
- ¡¿Pero quien son esos tipos, son terroristas?!- pregunté muy preocupado.
- No lo creo.- murmuró continuando con lo suyo sin siquiera mirarme.
-¡¿Son de alguna mafia?!- volví a preguntar.
- No… - murmuró Bob.
-¡¿Entonces qué, son de algún tipo de secta?!- seguí preguntando.
- ¡No Charlie, no son de una secta!- me imperó por fin mirándome.

Nada tenía sentido. No conseguía encontrarle la lógica a lo que estaba ocurriendo.
Caminé unos metros por el jardín con las mano sobre la cabeza, esperando que en cualquier momento me despertará o al menos que se me ocurriera algo.
Fijé mi mirada en el horizonte y vi la silueta de la ciudad. Me quedé unos minutos observando y pude distinguir lo que parecían columnas de humo ascendiendo desde ella. De pronto el sonido de unos rotores me sacó de mi ensimismamiento. Un helicóptero militar se dirigía sin ninguna duda hacia allí.
El nombre de mi hermana me vino a la cabeza con angustia:
-¡ALEX!- pensé.
Me giré hacia Bob que seguía reuniendo diferentes cosas e intenté buscar un poco de alivio en su calmada forma de ser. Pero nada más lejos:
-¿Crees que esto es muy serio?- le pregunté esperando recibir una respuesta tranquilizadora.
- No lo sé...- dijo mirándome a los ojos.
- ¿Quiénes son esa gente que atacó a la policía?- pregunté
- Mejor di… “Qué”.´- dijo.
-¿Cómo?- pregunte desconcertado.
- ¿Te fijaste en como las balas de las pistolas no los derribaban?- preguntó, dejando las cosas y parando por primera vez desde que iniciamos la conversación.
- Si- dije intentando averiguar a donde quería llegar.
- ¿Y supongo que viste lo que hacían cuando alcanzaban a los agentes de policía, no?-
me preguntó con una mezcla de indignación y lástima por sus compañeros caídos.
- Si…- respondí con un gesto de repulsión al recordar como aquel individuo había desgarrado el cuello del policía de un mordisco.
Bob se quedó en silencio para permitirme a mi llegar a una conclusión que, si bien ya había barajado, descarté con igual rapidez al considerarla descabellada.
Cuando le dí vueltas y vueltas a todas las teorías que se me ocurrían y me percaté de que en realidad se reducían a una sola, miré a Bob, que seguía con lo suyo y me atreví a preguntarle:
-¿No estarás pensando que son… zombies?- pregunté sin convicción alguna pero con cierta inquietud, temiendo la respuesta de Bob.
- ¿Zombies? No…- respondió rotundamente.
- Menos mal, pensaba que ibas a decir que eran…- no me dejó terminar la frase.
- Infectados más bien- dijo.
- ¿¿Qué??- pregunté completamente descolocado.
- Personas infectadas.- no había el más mínimo atisbo de duda en sus palabras.
Hice un esfuerzo por olvidar el grado de dispárate que había alcanzado aquella conversación y seguí preguntando a Bob sobre su teoría a cerca de lo que estaba ocurriendo:
-¿Infectadas, por qué?- pregunté intrigado.
- Ni idea.- no se molestó en teorizar al respecto. A Bob le bastaba con ver lo que retransmitían por televisión y por el panorama de humo y helicópteros de los que yo me acababa de percatar, para convencerse de que aquello era una clara señal de que algo no iba bien en absoluto.
-¿Bob, crees que esto vaya a más?- le pregunté.
- Creo que si…- dijo convencido.
- Bob… debo ir a la ciudad. Álex aún sigue allí… – le dije esperando algún consejo.
Bob me miró con el gesto desencajado:
-¡¿Alex?!- preguntó horrorizado. Para él era como una hija más.
- Si…- dije casi sin voz.
- Charlie te acompañaría pero debo terminar aquí, mis hijas…- dijo con sentimiento de culpa.
- Lo sé Bob, no te preocupes.- le contesté, poniéndole la mano en el hombro para reconfortarle.
- Espera- me dijo y entró en la casa como si se hubiera acordado que tenía la comida al fuego.

No dejaba de pensar. De planear como iba a ir a la ciudad, iba a recoger a mi hermana y salir de allí cuanto antes. No tenía porque pasar nada. Y con suerte ella me llamaría diciéndome que se encontraba bien.
Bob volvió del interior de la casa con una pequeña bolsa negra en la mano.
Del interior sacó una pistola:
- ¿Y eso?- pregunté inquietado.
- Esto es una Glock 9mm. Una de las pistolas más fiables que existen.- dijo mientras la sujetaba por su empuñadura y la examinaba.
- ¿Qué vas a hacer con ella?- le pregunté un poco preocupado.
- Es para ti.- dijo ofreciéndomela por la empuñadura.
- ¿Para mi, para qué quiero yo una pistola?- pregunté, sujetando la pistola como si sostuviera una bomba a punto de explotar.
- Para protegerte hasta que vuelvas. No sabes lo que te vas a encontrar en la ciudad.- dijo muy serio.
Me di cuenta de que iba completamente en serio y eso me confirmó la gravedad de la situación. Sujetaba aquella arma con mucho respeto temiendo que en cualquier momento se fuera a disparar y me volara la tapa de los sesos a mi mismo.
Bob la cogió por la parte superior y comenzó a darme un cursillo intensivo de dos minutos sobre el funcionamiento y manejo de aquella arma:
- Mira Charlie, esto es el cargador. Dentro hay 17 balas.- dijo. Había apretado un diminuto botón y el cargador cayó por su propio peso. Me lo mostró y lo volvió a introducir de un rápido movimiento.
- Entonces tiras hacia atrás de la corredera. Así.- seguía mostrándome.-
Ahora hay una bala en la recámara.
-¿Ves este botón de aquí en el gatillo?- Bob señaló un diminuto botón en el mismo gatillo de la pistola.
- Si- dije. Hasta entonces sólo había asentido con la cabeza a cada pregunta que me hacía Bob.
- Bien. Esto es el seguro. Se desactiva cuando disparas y se vuelve a activar automáticamente cuando paras. Por lo que el arma esta siempre lista para ser disparada y es segura en todo momento. No estés preocupado porque se te dispares las pelotas o algo así.- bromeó con una leve sonrisa- No se disparará si tú no quieres que se dispare.
- Vale - respondí más aliviado.
- Toma, ahora repítelo tú mismo desde el principio- me dijo ofreciéndome el arma.
Cogí el arma procurando que no me temblara el pulso.
Al sentir el peso que le daba al arma el cargador lleno de balas, comprendí que eran ellas las que le conferían al arma su amado y odiado peligro mortal. La sola idea de saber que ese artefacto que sujetaba con la mano podía arrebatar una vida con la facilidad de apretar el gatillo fue suficiente para que el brazo me empezara temblar sin control.
Bob cogió la pequeña bolsa negra que había puesto sobre la mesa donde anteriormente había reunido su colección de madera, y sacó de ella otros dos cargadores.
- Charlie, aquí tienes otros dos cargadores ¿de acuerdo?- me dijo mientras los sujetaba con una misma mano como si fueran un par de cartas de una baraja de naipes.
Entonces cogí la bolsa e introduje la pistola dentro junto con los cargadores de repuesto.
Bob me tendió la mano con una leve sonrisa y nos dimos un abrazo como padre e hijo más que como dos amigos. Él había sido desde la muerte de mi padre la única figura paterna que yo había tenido. En realidad lo quería como a un padre, y aunque nunca se lo había dicho, estaba seguro de que él lo sabía.

Abandoné la casa de Bob y fui corriendo a mi casa con la oscura bolsa bajo el hombro. Al entrar en casa para coger las llaves del coche encendí el televisor para ver si estaban dando noticias nuevas sobre la horrible situación. Reproducían un mensaje de emergencia:

“Se le pide a la población del estado de Kansas que mantengan la calma. No abandonen sus hogares si no es estrictamente necesario.
Si deben circular por las autopistas, por favor, háganlo con orden y calma.
Repetimos, no abandonen sus hogares si no es absolutamente necesario y si se encuentra en la carretera, conduzca con calma y responsabilidad”

Al verlo supe que mi viaje hasta la ciudad no iba a ser nada fácil, ni tan tranquilo como esperaba que fuese.
Salí de mi casa con las llaves del coche en la mano, fui hasta el coche, coloqué la bolsa bajo el asiento del conductor y arranqué el coche. Pisé el acelerador y salí a toda velocidad, levantando tras de mi una enorme nube de polvo.
Aún no sabía lo que me deparaba mi viaje a la ciudad… Continuará.

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