CAPITULO 3
El camino a casa.
Entre chispas la yanta desprovista de neumático arañaba el asfalto con un incesante chillido metálico. Tras muchos kilómetros, mantener la dirección bajo control y que el coche no derrapase por la diferencia de tracción entre ambas ruedas traseras, se había convertido en una tarea agotadora. Además, produciendo tal estruendo éramos como un reclamo para los infectados allá por donde pasábamos.
En algunas de las poblaciones periféricas a Kansas City MO nos topamos con hordas de infectados que se alejaban de la ciudad arrasada. Deambulaban cabizbajos, ansiosos o frenéticos, extendiéndose por el territorio como una infección en un organismo. Hacíamos todo lo posible por eludir esos grupos o evitar llamar su atención, pero con la yanta chirriando sobre la carretera y alertándolos de nuestra posición, era como tañer la campana del almuerzo.
En esas ocasiones los infectados parecían reanimarse, abandonaban su marcha parsimoniosa y corrían tras el coche con un ansia salvaje. Debido a la rueda que carecía de neumático, nos era muy difícil alcanzar mucha velocidad sin que el coche fuera susceptible de patinar y descontrolarse, por lo que los infectados se acercaban a veces tanto que llegaban a aporrear la luna trasera mientras veíamos aterrorizados las expresiones de furia de sus rostros.
Concientes de que era cuestión de tiempo que no lográsemos escapar de los infectados y alguno de nosotros resultara herido, cambiamos la rueda afectada en cuanto pudimos. Nos detuvimos unos minutos en una solitaria carretera de tierra que serpenteaba en los límites de un bosque y Rowie se dispuso a colocar la rueda nueva. La autopista 71, que recorre verticalmente los condados al oeste de Missouri, pasaba a escasos setecientos metros de donde nos encontrábamos. Desde nuestra posición oteamos la parte alta de la autopista, que se elevaba sobre gruesos pilares a quince metros de altura, intentando averiguar el origen de lo que parecían unos gritos.
Se podía vislumbrar la parte superior de los vehículos, que sobresalían por encima de la barrera exterior de la autopista. Como era de esperar en una vía principal, estaba absolutamente saturada de vehículos a lo largo de toda su extensión. Kilómetros y kilómetros de embotellamiento en ambas direcciones hasta donde podía atisbar. Intente averiguar lo que estaba pasando allí arriba, entornando los ojos en un gesto intuitivo para enfocar la lejana imagen de la autopista. Entonces advertí la presencia de unos individuos, un grupo de aproximadamente una docena poco mas que unas oscuras figuras desgarbadas, corriendo hacia el extremo sur.
Corrían junto a los coches a toda velocidad como atraídos por el aroma de una presa cercana. Pasaban junto a una caravana cuando, de detrás de un coche rojo que estaba detenido justo delante, salieron un par de mujeres huyendo. Gritaban y corrían mientras aquellos individuos iban tras ellas. Uno de los infectados atrapó a la mujer que iba detrás por su larga melena y cayo al suelo de espaldas, desapareciendo bajo un grupo de infectado. La otra mujer, al ver que no tenía escapatoria y que le seria imposible escapar de sus rápidos perseguidores, prefirió tirarse al vacío a caer víctima de sus dentelladas.
La mujer se preparaba para saltar a la carrera el guarda carril sin importarle los quince metros de altura que la separaban del suelo, pero justo en el momento en el que daba el impulso para saltar desde el borde de la autopista, unos brazos la agarraron de la camiseta y tiraron de ella con violencia hacia el interior de la carretera. Los desesperados gritos de la mujer se siguieron escuchando con nitidez desde detrás del muro de hormigón durante un breve instante antes de silenciarse bruscamente.
Una vez más habíamos tenido el dudoso honor de ser testigos de la atrocidad desmesurada de la que hacían gala los infectados. Miré a mi derecha y vi que Rosemary temblaba violentamente con los ojos fijos en la autopista. Rowie y Stacie también habían presenciado aquel horror pero ninguno se atrevió a pronunciar una sola palabra al respecto. Permanecimos allí en silencio, resignados a ver escenas como aquella a lo largo de nuestro viaje.
De vuelta en el coche vi que Ben no se había movido del asiento trasero. Tenía mal aspecto, por el espejo retrovisor advertí que estaba empapado en sudor y su herida, hinchada y enrojecida, parecía infectada. Aunque no nos procesábamos demasiado afecto, me atreví a preguntarle como se encontraba:
- ¿Estás bien Ben?- su aspecto era pálido y enfermizo.
- Si…- dijo apenas murmurando.
- ¿Seguro? Esa herida no tiene muy buena pinta, parece infectada.- insistí con temor a resultar pesado.
- Sí. Estoy bien.- me dijo con dureza y se levantó el cuello de la camisa para esconder la mordedura inflamada.
Con todos ya dentro del coche y la rueda nueva colocada volvimos a emprender la marcha tras aquel breve paréntesis en nuestro éxodo, lamentablemente turbado por el imparable avance de la infección.
La siguiente población a la llegamos fue un suburbio de clase media a veinticinco kilómetros al sur de Kansas City MO aparentemente desierto en el condado de Jackson. Los efectos del caos vivido a primeras horas de la mañana eran más que evidentes. La carretera estaba flanqueada por dos hileras de casas de una sola planta. Sobre el saludable césped de algunas ellas destacaban juguetes de vivos colores que contrastaban con la imagen de un barrio sumido en el caos. La calle estaba sembrada de infinidad de objetos como maletas de ropa abiertas con el contenido diseminado por todo el asfalto; cubos de basura metálicos volcados que habían vomitado su hediondo contenido, expuesto al asfixiante calor de la tarde; una lancha de doces metros “varada” en medio de la carretera, e incluso un exquisito piano de cola Steinway & Sons reducido a un montón de madera lacada en un negro brillante.
Conducíamos sorteando el sin fin de objetos que minaban la carretera, y sin previo aviso un humo blanco comenzó a filtrarse de debajo del capo del coche. De inmediato el ligero humo se convirtió en una densa columna que apenas dejaba ver más allá. A continuación el coche empezó a hacer ruidos extraños y a dar violentos tirones. Luego el pedal del acelerador dejo de responder y el motor dio unos últimos traqueteos antes de apagarse mientras el coche rodaba lentamente por inercia hasta detenerse.
Al levantar el capo una blanca y espesa nube de vapor de agua escapo del habitáculo del motor. Estaba K.O.: el radiador estaba completamente destrozado, chorreando agua por el duro impacto al aterrizar cuando sobrevolamos la alambrada del ejercito; la dirección tampoco había salido muy bien parada, estaba torcida y una de las ruedas había quedado girada irreparablemente hacia afuera, lo que contribuía a que el coche tendiera a desviarse a la izquierda.
No tuvimos más remedio que seguir a pie y buscar otro vehiculo con el que llegar a casa de Bob. Sin embargo, en la calle no se veía un solo coche que pudiésemos utilizar. Era evidente que los ciudadanos de las zonas suburbanas y periféricas habían tenido tiempo para cargar sus coches y huir del desastre que se les avecinaba. Por este motivo, las aglomeraciones de vehículos que taponaban calles enteras no habían tenido lugar en sitios como aquel. Excepto por los bienes personales perdidos o abandonados en la huida que atestaban las calles, no se adivinaba la figura de vehiculo alguno.
Caminábamos furtivamente a través de los jardines delanteros de las casas, avanzando encorvados en un gesto instintivo por mostrar el menor bulto posible. Entonces escuchamos ruidos en el interior de una de ellas, por delante de nosotros en la acera de enfrente. Nos escondimos tras el porche de la vivienda más cercana y observamos desde nuestro escondrijo. Contemplamos sorprendidos que se trataba de un par de saqueadores, desvalijando las casas abandonadas. Armados con fusiles automáticos y escopetas, cargaban con un enorme televisor de plasma hasta el jardín delantero, donde habían situado una gran camioneta pick up llena de material electrónico y demás objetos de valor. No obstante, aun siendo delincuentes armados hasta los dientes, su condición de simples personas y no de infectados caníbales, nos hacia sentirnos aliviados e incluso, en cierto modo, cercanos a aquellos tipos.
Discutimos en voz baja la posibilidad de pedirles que nos llevaran con ellos hasta las afueras del pueblo. Rowie y yo echamos en completo silencio una rápida mano a “piedra, papel y tijera”, y cuando su piedra machacó a mi tijera, me preparé para descubrirme ante aquellos individuos potencialmente peligrosos e incluso mortales. Tome una bocanada de aire como si la atmósfera se limitase a aquel rincón del porche y salí del escondrijo mostrando las palmas de las manos a la vez que luchaba porque mis temblorosas piernas no cedieran:
-¡¿Hola…?!- vociferé tímidamente, caminando muy despacio con las manos en alto.
Uno de los dos tipos, armado con una escopeta, hacia guardia fuera de la casa, y nada mas verme, me apunto con su arma:
- ¡Quieto! ¡No te muevas!- gritó con el cañón de su escopeta dirigido hacia mi
El otro, que salía de la casa cargando un DVD y un home cinema, los dejo caer al suelo y se apresuró a alcanzar su ametralladora, la cual tenía colgada a la espalda.
- ¡No disparen! ¡No disparen! ¡No soy una de esas cosas! ¡No disparen por favor!- me pare en seco y levanté aun mas los brazos, mostrando las palmas desnudas de mis manos.
El tipo de la ametralladora me apuntó temblorosamente y sin mediar palabra una ráfaga de proyectiles hizo saltar por los aires el césped delante de mí. Quizás fuera la necesidad de que nos ayudaran a salir de allí de una pieza, o sencillamente un estado de shock que agarroto cada músculo de mi cuerpo, pero lo cierto es que no me moví un solo centímetro de donde me encontraba mientras las balas silbaban a mí alrededor. Cuando las balas cesaron y abrí los ojos, vi que el tipo de la escopeta sujetaba baja el arma del otro a la vez que parecía estar echándole un rapapolvo. Entonces me di cuenta de que el tipo del fusil no era mas que un niño que no superaría los veinte años, a diferencia del otro que era considerablemente mayor. Quien sabe, tal vez fueran padre e hijo.
De improvisto un grupo de infectados como salidos de la nada, embistió a los dos tipos completamente por sorpresa. El chico abrió fuego erráticamente sin acertar en ninguno de los infectados y cuando vio que estaban a punto de echárseles encima salio corriendo hacia el interior de la casa. A diferencia de aquel, el otro tipo permaneció impasible sin retroceder un solo paso, descargando su escopeta contra los infectados. Logro derribar a tres de ellos, los cuales cayeron fulminados por el potente impacto de los cartuchazos casi a quemarropa. A uno le acertó en plena cara y el disparo redujo su cabeza a una atomización sanguinolenta de sesos y pequeños trozos de hueso.
Sin embargo, al cuarto infectado solo lo alcanzo superficialmente en el brazo izquierdo y no logro evitar que se le abalanzara salvajemente sin darle tiempo a cargar el siguiente cartucho en la recamara. En el suelo, con el infectado lanzándole zarpazos y dentelladas a poco centímetros de la cara, el hombre intentó alcanzar un puñal que tenia atado al tobillo. No obstante, apunto estaba de sacarlo de su vaina cuando dos infectados mas le asaltaron y le mordieron en la cara y el cuello, provocándole una violenta hemorragia que inundó de sangre la acera.
Tras caer el hombre y su férrea resistencia, los demás infectados fueron tras el chico que había huido al interior de la casa. Entraron atropelladamente por la entrada principal de la casa mientras los otros tres devoraban el cadáver mutilado del hombre, tendido sobre un enorme charco de sangre. Por un momento no se escuchó nada en absoluto y de repente, el sonido amortiguado de unas ráfagas de ametralladora, seguido de un grito desgarrador del chico suplicando por si vida, el cual se interrumpió súbitamente.
Retrocedimos discretamente hacia los patios traseros de las casas para rodear a los infectados sin arriesgarnos a que nos descubrieran. Saltamos las vallas de madera que delimitaban los pequeños jardines traseros, atravesándolos sigilosamente e inspeccionando el siguiente antes de acceder a el. Estábamos cruzando uno de los jardines mientras nos ayudábamos los unos a los otros a subir la valla, utilizando nuestras manos como improvisado escalón. Ben, cuyo estado había empeorado considerablemente desde que paramos para cambiar la rueda, tropezó con un cochecito de pedales que había junto a la piscina. Apenas conseguía mantenerse en pie, y aun así su orgullo le impedía aceptar nuestra ayuda incluso cuando casi no podía sobrepasar la valla.
Tras pasar al otro lado, no sin bastantes dificultades, Rowie fue el siguiente en hacerlo. Le ofrecí un apoyo con mis manos entrecruzadas y paso al otro lado. Entonces escuche un ruido en el interior de la casa, gire la cabeza hacia la casa y en el umbral de la puerta corredera del jardín había un infectado, mirándome estático con sus ojos inyectados en sangre. De la boca entreabierta le brotaba una espuma rosácea que le brotaba con cada exhalación y que le resbalaba pecho abajo.
De un solo impulso conseguí encaramarme vacilantemente en lo alto de la valla mientras el infectado corría hacia a mi. Entonces el infectado me agarró dolorosamente por el tobillo con una fuerza inusitada, lo que me hizo perder el equilibrio y caer. Quedé suspendido boca abajo por el otro lado de la valla, con el infectado tirando del extremo de mi pierna y Rowie y un maltrecho Ben haciéndolo en el sentido opuesto.
En el forcejeo, la pistola se me resbaló de la parte trasera del cinturón y cayo al césped. Entonces Rowie la recogió y sin titubear, apuntó al infectado a la cara y le disparó en el ojo izquierdo a poco más de un palmo de distancia. El ojo estalló con una explosión de sangre y humor vítreo, a la vez que la parte trasera del cráneo explosionaba, despidiendo trozos de cráneo en una proyección de encéfalo licuado. El infectado cayó dentro de la piscina, hundiéndose de inmediato hasta el fondo cual pedazo de denso plomo.
A continuación, del interior de un par de casas más salieron infectados atraídos por el alboroto tan indeseado por nosotros. Arañaban y clavaban sus uñas en la madera de la valla, que se desprendían de sus dedos al tirar y quedaban incrustadas en los tablones al impulsarse hacia delante para pasar al otro lado. Después de cruzar al último jardín que daba a una calle perpendicular, fui el primero en pasar al otro lado desde donde ayudaría a los demás a cruzar. Pero nada mas había puesto los pies en el hormigón de la acera, me encontré con un cañón apuntándome a la cara.
- ¡No dispare, no dispare! - las palabras salieron de mi boca por acto reflejo mientras el tipo me apuntaba a través de la mirilla de su fusil con una postura y una actitud muy…
- ¿Qué hacéis? ¿Sois saqueadores?- pregunto sin dejar de encañonarme, mientras los demás cruzaban la valla.
- ¡No, no, no! Solamente intentamos llegar a casa.- dije con las manos en alto sin dejar de mirar nerviosamente hacia la valla detrás de mi.
El tipo nos retenía a punta de ametralladora en la acera, desconfiando de nuestras verdaderas intenciones cuando de pronto una estampida de infectados irrumpió violentamente al otro lado de la valla, impactando con dureza contra ella. Todos, excepto el desconocido que empezó a abrir fuego contra los infectados, echamos a correr calle abajo sin importarnos que nos disparara. De pronto la idea de caer fulminados por las balas resultaba mucho más atractiva que agonizar lenta y dolorosamente mientras un par de infectados te despedazan a dentelladas estando tú aún con vida.
Con el sonido de las ráfagas de disparos retumbando detrás nosotros llegamos al cruce desde el que podíamos ver la camioneta de los dos saqueadores masacrados. Nuestro billete de salida de aquel barrio nos esperaba al otro lado de la calle en forma de una enorme pick up. No disponíamos del tiempo necesario para cerciorarnos de que todo estaba despejado, así que nos preparamos y corrimos tan rápido como pudimos.
Las llaves estaban aun en el contacto y Rowie se hizo cargo del volante mientras los demás subíamos rápidamente a la camioneta. Tras arrancar con el potente rugido del motor, piso el pedal del acelerador y las ruedas traseras, buscando la tracción necesaria para mover tal mastodontico vehiculo, derraparon en el blando césped que salio despedido por la parte de atrás. Entonces por la esquina por la que habíamos venido apareció el tipo armado corriendo apuradamente y detrás de él una horda furiosa de infectados.
-¡Sube, rápido!- le gritamos casi al unísono, extendiéndole las manos para subirlo a la carrera en la camioneta.
Los infectados le seguían de cerca, eran incompresiblemente veloces y al tipo le resultaba muy duro mantenerse fuera de su alcance. En un último esfuerzo exprimió las pocas reservas que le permitían correr a tal velocidad y con un breve pero intenso sprint salto a la parte trasera de la camioneta. Lo sujetamos por el chaleco con bolsillos llenos de municiones que llevaba, y lo metí dentro del habitáculo. Por fin Rowie pudo pisar al máximo el acelerador y logramos dejar atrás a los enloquecidos infectados que cesaron en su intento por darnos caza en cuanto nos alejamos.
Aun resollando por el gran esfuerzo realizado pero ya con relativa tranquilidad de dejar por fin atrás aquel lugar, me presente al desconocido.
- Hola, soy Charlie.- me presente tendiéndole la mano en un gesto de diplomacia con el desconocido.
- Reyes, Martin Reyes.- contestó, levantando levemente una de las comisuras de los labios.
La pequeña población quedaba cada vez más lejos y el alivio y sensación de victoria y optimismo que nos había embargado al lograr escapar de los infectados se empezaban a diluir en una mezcolanza de temores y preocupaciones que cada uno de nosotros albergaba en silencio y que aún tendríamos que afrontar.
Por fin la continuación. Que ganas tenía.
ResponderEliminarMuy buen relato, ojala lo continues. Muchas gracioas por compartirlo.
ResponderEliminarGracias por continuarlo, esperamos con ansia la continuación.
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