martes, 2 de noviembre de 2010

DEVASTATION. Capitulo 5

Capítulo 5

Naturaleza muerta.

Las primeras luces del alba comenzaron a diluir la negrura casi untuosa de la noche en una suave y reconfortante claridad. El cielo se teñía lentamente de color añil, como si aquel nuevo amanecer fuera la dinámica obra de un pintor expresionista en cuyo cielo nocturno sumergiera su pincel usado y los pigmentos en disolución barrieran la noche de la bóveda estrellada.

Martin empezaba a tornarse visible, aun sólo como una leve y difusa silueta armada, agazapada tras un árbol caído frente a nuestro precipitado refugio: una pequeña oquedad al final de un barranco. Me giré hacia donde yacían dormidas Stacey y Rosemary, acurrucadas una junto a la otra; apenas un par de horas antes habían sucumbido finalmente al sueño después de una larga noche en vela pendientes de cada chasquido de una rama o sonido en la penumbra.

También Rowie había caído víctima del cansancio. Estaba acostado al lado de las chicas, contraído instintivamente en posición fetal para conservar la mayor cantidad de calor corporal posible. Mientras los observaba, Rowie se despertó de golpe, desorientado y sin saber muy bien donde se encontraba durante los primeros segundos, se levantó y se sentó a mi lado.

- Pfff…daría mi brazo izquierdo por un café bien cargado.- murmuró, frotándose vigorosamente la cara para espabilarse.
- ¿Has conseguido dormir algo?- le pregunté.
- Bah…, apenas unas cabezadas.- respondió mientras ejercitaba los ojos, cerrándolos y abriéndolos con fuerza.- ¿Y tú?
- Tampoco. No dejo de ver a esas cosas cada vez que cierro los ojos. Y cuando los abro veo constantemente figuras detrás de cada árbol, detrás de cada arbusto…- cogí un par de pequeñas piedras del suelo y las lancé con desgana.
- Ya… - comprendía a lo que me refería, quizás por aquel motivo él mismo se había despertado.
- Lo peor de todo es no saber si son imaginaciones tuyas o si de verdad están ahí, deambulando a nuestro alrededor, rodeándonos...- comenzaban a descubrirse las siluetas de los árboles, los espacios entre ellos se aclaraban gradualmente y definían contornos en ocasiones engañosos.

En ese momento Martin se aproximó a nosotros.


- Chicos preparaos, en unos minutos nos ponemos en marcha, ¿ok?- nos dijo con voz tenue.
- Vale, bien.- asentimos Rowie y yo, alegrados de irnos de una vez de aquel sitio.
- Iré a despertar a las chicas.- dijo Rowie y se incorporó dificultosamente, sacudiéndose los restos de tierra y hojas secas del trasero.

- ¿Y bien, cuál es el plan?- le pregunté a Martin aún sentado.
- Por lo pronto abandonar estar situación, aquí somos demasiado vulnerables.- me respondió sin sentarse en el tronco, examinando exhaustivamente los alrededores.
- Ya, bien. ¿Qué dirección tomamos? – me incorporé.
- No lo sé…, esas cosas están por todas partes. Lo mejor será que nos alejemos en dirección opuesta a la de la que venimos y busquemos un paso seguro por donde llegar al pueblo o ciudad más cercana. Debe haber algún sitio al que no hayan llegado esas malditas cosas.- su tono se volvió más apagado y lleno de rabia a medida que acababa la frase.

- Chicaas… Chicaas… eei…- les susurró Rowie, meciéndolas suavemente para despertarlas.
- ¡¿Qué?! ¡¿Qué pasa?!- Stacey y Rosemary se despertaron sobresaltadas, como temiendo que las pesadillas que estarían teniendo se hubieran hecho realidad.
- Nada tranquilas, tranquilas. No pasa nada. Iros preparando, dentro de unos minutos nos vamos.- sin demora, se levantaron y se unieron a nosotros.

Sedientos y hambrientos, sin más equipaje que la mugrienta ropa que llevábamos puesta y el puñado de armas que teníamos, nos pusimos en macha hacia… seré honesto, no teníamos la menor idea de a dónde nos dirigíamos.


El bosque poseía una serenidad y benignidad que paradójicamente resultaban inquietantes. Nos movíamos a través de los árboles con la desquiciante sensación de sentirnos observados en todo momento. Convencidos de que en cualquier momento y como salido de la nada, aparecería un infecto de detrás de un árbol, seguido de otro, y luego de otro más, y otro.

Eran las doce de la mañana y el sol estaba bien alto en el cielo. La luz del mediodía intensificaba el color esmeralda de la clorofila de la vegetación, que parecía refulgir, creando una siniestra atmósfera verdosa, casi una neblina diría yo, que difuminaba los alrededores más allá de los árboles. No se escuchaba pájaro alguno, ningún placentero coreo de cantos que aliviara el estrés derivado de la falta de sueño y comida. Sólo el estallido de la hojarasca y las ramas caídas bajo nuestros pies, resonando en el mudo bosque.

Recuerdo ir caminando a la cola del grupo por el infinito bosque, agotado y con las tripas rugiendo, pensando en que no recordaba que el bosque fuera tan grande y espeso. A decir verdad, no recuerdo haberme adentrado tanto en toda mi vida. Me vinieron a la mente las palabras de mi padre, que para disuadirme cuando era niño de que no me adentrara en el bosque, me contaba historias de horripilantes monstruos de ojos rojos y brillantes que se comían a los niños que se adentraban solos en el bosque. Era irónico que, llegado aquel momento, mi padre no estuviera tan desencaminado después de todo.

En ese momento Martin se detuvo y nos ordenó parar. Por puro instinto nos agrupamos buscando refugio en el grupo.

- ¿Qué ocurre?- le susurré a Martin por encima del hombro.
- He oído algo ahí delante.- murmuró, buscando a través de la mirilla anaranjada de su ametralladora el origen del ruido extraño.


Fui a echar mano de mi pistola en la parte trasera del pantalón por si se trataba de nuevo infectados, pero no la encontré. Creí que quizás la habría perdido, que se me habría caído mientras corríamos o mientras pasábamos la noche. Pero entonces recordé que la noche anterior se la había dado a Rowie cuando huíamos de la casa. En ese mismo instante, el punzante sonido de los disparos de la nueve milímetros a escasos centímetros de mi oído derecho me taladró el tímpano. Rowie comenzó a disparar contra los arbustos delante de nosotros, blandiendo nerviosamente el arma con ambas manos.

Entonces recuerdo que me pareció que si hubiera sufrido un pinchazo muscular o algo así en el hombro, porque soltó el arma como si estuviera al rojo vivo. Luego apoyó la espalda contra un árbol y resbaló hasta quedar sentado en el suelo. Pude vislumbrar una sinuosa gota de sangre, deslizándosele por la camiseta desde debajo de su mano. Comprendí entonces que le había alcanzado un disparo.

- ¡A cubierto! ¡Detrás de los árboles, corred!- gritó Martin, disparando al follaje ráfagas breves mientras nos refugiábamos tras los árboles.

Rosemary atendió a Rowie, que se sujetaba el hombro con gesto de dolor, e intentó hacerle un vendaje improvisado con una tira que se había arrancado de su camisa. De pronto, una ronca voz masculina comenzó a hablar al otro lado de la vegetación

- ¡Tirad las armas, os tenemos rodeados! - dijo la voz tras el verdor, que me resultó muy familiar aunque no fui capaz de reconocer.
- ¡¿Quien habla?!- preguntó Martin.
- ¡Tirad las armas y nadie más resultará herido!- volvió a ordenar la voz.
- ¡No podemos hacer eso! ¿Cómo sé que no es un farol y no eres un pobre desgraciado con un rifle?- dijo Martin resguardado tras el grueso tronco.

Sin previo aviso, varios disparos procedentes de diferentes puntos del follaje hicieron saltar por los aires la corteza de los árboles tras los que nos escondíamos.

- ¿Aún crees que estoy de farol?- preguntó la voz con rabia.
- ¡Basta, no sigan disparando por favor! ¡Solamente huimos de esas malditas cosas, nada más! ¡Esto no ha sido más que un estúpido error! ¡Lo sentimos mucho, solo queremos seguir nuestro camino! ¡Por favor no sigan disparando!- les supliqué, temiendo que el siguiente de nosotros que resultase herido no tuviera la suerte de Rowie.

Se hizo el silencio tras la vegetación. No sabíamos si mis dotes diplomáticas habían dado resultado y si por el contrario estaban tramando algo, y nos estaban rodeando para acabar con nosotros.

- ¿Charlie? ¿Charlie eres tú?- preguntó el desconocido.

“No puede ser” pensé.

- …B… ¿Bob?- le pregunté, incrédulo.

Entonces de los arbustos salió un hombre robusto y calvo, mostrando las manos desnudas levantadas en alto.


- ¿¡Bob!?- no podía creer que fuera él.- ¡No dispares!-le grité a Martin- ¡!Booob!¡- corrí hacia él y lo abracé con tanta fuerza que casi nos caemos al suelo.
- ¿Cómo estas hijo?- me preguntó, sujetándome la cara con ambas manos.
- Bien. - le dije minimizando al máximo la respuesta para evitar preocuparlo.
- Me alegro mucho de verte sano y salvo hijo.- dijo con los ojos vidriosos.
- ¿Esther y las niñas, están bien?- la buscaba por todas partes con la vista.

Bob silbó, imitando el canto de un pájaro, y de la vegetación salieron Esther y las niñas con los caballos.

- ¡Esther! ¡Chicas!- al igual que Bob, Esther era como una segunda madre para mí y ver que se encontraba bien junto con las niñas me quitaba un enorme peso de encima.
- Hola Charlie cariño, me alegro mucho de que estés bien hijo mío.- me dijo acariciándome la cara con lagrimas en los ojos.
- Oye, ¿y Álex?- me preguntó Bob al no encontrarla entre el grupo.
- ... Fui a su trabajo, pero ya no estaba allí. De camino hacia aquí vi su coche destrozado en la cuneta, pero gracias a Dios ella no se encontraba dentro. Pensé entonces que quizás habría llegado antes de que te fueras y estuviera con vosotros.- esperé sin mucha esperanza una respuesta afirmativa.
- No cariño…- dijo Esther.- Nosotros tuvimos que huir de casa.
- Ya, hemos estado allí.- les dije.- Que desastre.
- Si…unas horas después de que te fueras empezaron a aparecer alguno que otro. Iban solos y parecían desorientados, muchos ni siquiera se pararon al pasar frente a la casa; aunque otros sí que lo hicieron. Pero no eran problema, los eliminábamos sin complicaciones. Hasta Sam acabó con más de uno desde la ventana de su cuarto.- Samantha asiente con una tímida sonrisa, sin saber quizás si sentirse orgullosa o culpable por ello.- Lo difícil fue cuando el sol comenzó a descender.
- Si…- asiente Esther con cara seria.
- Entonces empezaron a venir en grupos, primero de unos pocos pero luego de cincuenta o más de esas jodidas. Fue entonces cuando decidimos abandonar la casa, e irnos en los caballos.- dijo con gesto de resignación.
- Me alegro muchísimo de que os encontréis bien.- los volví a abrazar y fuimos junto al grupo de supervivientes.
- Bueno, os presento a Bob y Esther McKnight, son como mis segundos padres, y ellas son sus dos hijas: Samantha y Claire. Ellos son: Martin, Rosemary, Stacie y aquel es Rowie.- dije, señalándole al dolorido Rowie con la mano en el hombro.


Con una mezcla de arrepentimiento y recelo el grupo se presentó a los extraños. La presencia de las dos pequeñas, que permanecían pegadas a sus padres aún con el susto y miedo del tiroteo mantenido momentos antes reflejado en sus ojos, ayudaba a aliviar la posible tensión existente entre ellos. El hecho de que fueran unos padres que solamente protegían a sus hijas de unos extraños de gatillo fácil, les hacía sentir arrepentidos e incluso avergonzados, y servía de justificación más que suficiente para el hombro herido de Bob.

- A ver, echémosle un vistazo a ese hombro. Bueno hombretón no sufras, solo es un rasguño.- Esther se quitó la mochila y sacó de ella un botiquín médico.
- Siento lo del brazo hijo, pero peor quedaría un agujero en la cabeza ¿no crees? jaja- dijo Bob en tono maliciosamente burlón.
- Si…- Rowie forzó una sonrisa, intimidado por aquellos dos carrozas, que aunque parecían rondar los cincuenta o sesenta, desprendían una fuerza y vitalidad a tener muy en cuenta.
- ¡Aunque creo que deberías sentirte en deuda con mi mujer. Si Esther hubiese querido acabar contigo, ahora mismo te estaríamos cavando un hoyo a medida jajaja! – le dio una palmada en el hombro y Rowie se estremeció de dolor mientras que con una picara sonrisa, Esther y él se cruzaban la mirada.

Nos reunimos todos en círculo para planear nuestro siguiente movimiento: qué camino tomar para salir de aquel angustiante bosque y llegar a un lugar seguro que no hubiera sido arrasado por aquellas cosas.

- Hemos recorrido los alrededores con los caballos y esas malditas cosas están por todos partes. Tanto al norte como al este las hay a cientos, millares. Tienen rodeado todo este bosque. Es más, no deberíamos quedarnos mucho tiempo por aquí porque esas cosas se están adentrando cada vez más. Ya nos hemos encontrado con un par de ellos no muy lejos de aquí.- señala brevemente hacia la espesura bosque adentro.
- ¿Qué opciones tenemos?- pregunté, cruzando los brazos junto a mí pecho y sujetándome la barbilla con una mano en pose reflexiva.
- Al oeste el bosque se extiende cientos de millas hasta Kansas y como he dicho no es buena idea permanecer por mucho más tiempo en él. La única opción es el sur, el bosque acaba a poco más de 8 millas y luego es terreno bastante llano. Podemos seguir hasta Archie o Drexel.- les expuso Bob el plan, quizás el único viable.
- Bien, estoy de acuerdo.- me giré hacia Rowie que estaba a mi derecha - ¿Tú qué dices Rowie?
- Hagámoslo.- se encogió de hombros. Bueno, al menos de uno de ellos.
- ¿Chicas?- me dirigí hacia Stacie y Rosemary.
- No nos queda otra.- contestó escuetamente Stacie como era de costumbre en ella.
- Hagámoslo, no soportaría pasar una noche más en este bosque.- confesó Rosemary.
- ¿Y tú Martin, qué opinas?- le pregunté en último lugar.
- Mmm… es bastante peligroso. La autopista pasa muy cerca de aquí, y con los atascos de las últimas horas debe haberse convertido en un imán para los infectados. Toda esa gente…- no mostraba mucho convencimiento.
- Si…es terrible….- nos quedamos en silencio, pensando en todas las personas que habían resultado muertas, o no del todo, en las últimas horas.
- No me refiero a eso.- le miramos desconcertados.
- Esos animales rabiosos convierten a quien muerdan en uno de ellos. Si te encuentras entre una multitud y una persona herida se desvaneciera y despertase transformada en una de esas cosas… no te gustaría estar en medio de esa marea humana teniendo que esquivar tanto a las personas sanas como a las ya infectadas.- empuñó el fusil contra su pecho.- Por eso debemos mantenernos lejos de cualquier aglomeración de gente, de cualquier autopista o carreteras donde haya gente que pueda atraerlos, si es que no han dejado de serlo ya.

Por supuesto que con las últimas palabras se refería a gente ya infectada. Gente que había emprendido la huída al volante de su vehículo y que al quedar atrapada en un atasco irresoluble, retomaban el éxodo a pie (pertenencias al hombro), dando lugar a enormes mareas de gente que, cansada y atemorizada, cargaban con infinidad de cosas inservibles y pesadas en enormes caravanas.

Ya me había encontrado con algunas de aquellas multitudes cuando me dirigía a la ciudad para rescatar a mi hermana. Y luego al salir de ella, en las poblaciones periféricas; salvo que entonces, ya no eran personas con sus enseres a cuestas, huyendo de todo aquel infierno en hileras más o menos homogéneas y ordenadas, sino que eran mareas y mareas de esas desbocadas y encolerizadas bestias.

Llegué incluso a reconocer a alguna que otra persona a la que había visto horas antes, con sus caras de temor y desconcierto, buscando refugio en el cuerpo de sus padres, ó intentando reflejar calma en sus rostros para no preocupar más a su familia. Sin embargo, sus caras ya no reflejaban sentimientos, miedo, ya no reflejaban humanidad. Solamente furia animal en un gesto indefinible.

Obviamente, no habían tenido ninguna posibilidad cuando los infectados los alcanzaron mientras escapaban. Aglutinados en largas formaciones de kilómetros de longitud, los del interior del grupo, hostigados por los que venían justo detrás, sólo podían avanzar y avanzar, y los de los flancos, concentrados solo en salvarse, inconscientemente estrangulaban la formación en una densa sierpe de personas. De este modo cuando los infectados abordaban a los de la cola o los costados de la formación, solo hacía falta que el pánico cundiera entre la masa, y por supuesto que lo hacía, para provocar un efecto dominó que asfixiaba y aplastaba a los de en medio, y entorpecía a los que venían detrás.

Por eso he comentado lo del orden y organización a la hora de desplazarnos: incluso cuando corremos por nuestras vidas seguimos una pauta. El pánico nos hace embutirnos en una marea humana asfixiante, aún cuando disponemos de cientos y cientos de kilómetros de terreno para dispersarnos y huir sin atropellarnos los unos a los otros. Hasta esa indeseada característica de nuestra naturaleza escapaba a aquellas cosas, que avanzaban sin ningún tipo de orden o regularidad.


Incluso después rememorar el sufrimiento de aquellas pobres personas, acompañé a los demás, asintiendo y agachando la cabeza avergonzados de nosotros mismos por estar completamente de acuerdo con lo que estaba diciendo Martin. Aunque pudiéramos parecer unos insensibles desalmados que no sentían la menor lástima por aquellas pobres personas, lo cierto es que lo que único que buscábamos, por egoísta que pueda parecer, era simplemente sobrevivir.

Como decía Martin, la realidad era que ya no nos estábamos enfrentando a aquella horda de cientos o miles de infectados que irrumpía en la ciudad la madrugada anterior, sino que en aquellos momentos se trataría quizás de un número dos, tres, diez veces mayor. Ante tal situación no habría demasiado que pudiésemos hacer por mucho que quisiéramos.

- ¿Estamos todos de acuerdo?- todos asintieron o hicieron algún gesto de aprobación.- Bien…, pongámonos en marcha.

Rumbo al sur, el acrecentado grupo prosiguió su viaje a través del bosque. En silencio, por miedo a atraer a infectados cercanos, íbamos avanzando sin tener la posibilidad de compartir cualquier tema trivial de conversación que evadiera nuestras mentes de aquella situación extremadamente estresante.

Después de una hora y media, la lenta y tediosa marcha a través de aquel interminable bosque, empezaba a hacerse monótona, aburrida e incluso diría que algo soporífera. Llevábamos varias horas, desde que nos escondimos en aquella especie de madriguera, sin ver ni oír a un infectado, y empezaba a creer que quizás los habríamos dejado atrás. Tal vez los infectados de los que hablaba Bob habrían desistido y dado media vuelta.

Lo cierto es que inmersos en aquella burbuja de impenetrable frondosidad, nos sentíamos excluidos de la realidad que se vivía fuera de aquel bosque. El techo del bosque con las copas de los arboles estrechamente yuxtapuestas, amortiguaban considerablemente cualquier sonido del exterior, sin embargo por muy aislante que resultase no podíamos atribuirle el hecho de que hacía tiempo que no escucháramos el sonido de un helicóptero o un avión sobrevolando la zona, y eso era bastante extraño. ¿Dónde se suponía que estaba el ejército combatiendo a aquellas cosas?

Entonces y como era de esperar, aquella grotesca realidad no tardó en alcanzarnos de nuevo.

- Agachaos.- nos susurró Bob haciéndonos gestos con la mano.- Agachaos.

Tras los árboles se distinguían una figuras vacilantes, aproximándose desde nuestra retaguardia. Bob llamó a Stacie y Rosemary y las montó a cada una en un caballo, junto con Esther y las niñas.

- Pásame el rifle. No queda mucho hasta el límite del bosque, id a campo abierto y esperadnos. No tardaremos.- le dijo a Esther, montada a lomos del caballo.
- Bien. Ten mucho cuidado.- le apretó con fuerza la mano.
- Lo tendré.- despedidas como aquella había tenido cientos cuando estaba en el cuerpo y no sabía si iba a volver a casa de nuevo.
- Te quiero.- Esther se inclinó sobre el caballo y besó a su marido.
- Y yo a ti preciosa… Vamos, ve.- Bob la besó por última vez en la mano y la dejó ir.

Los caballos se perdieron entre la vegetación y nosotros nos preparamos para enfrentarnos a aquellos infectados y darles tiempo a las chicas para salir del bosque.

- Rowie, Charlie, ocupaos del flanco izquierdo. No abráis fuego hasta que os lo diga, ¿entendido?- dijo mirándonos a los ojos.
- Entendido.- contestamos al unísono Rowie y yo.

En el otro extremo, a nuestra derecha, Martin estaba tumbado en el suelo junto a un árbol, visualizando aquellas figuras a través de la mirilla color ámbar de su fusil. Bob estaba en el medio, con su rifle de caza con mira telescópica no tan sofisticada quizás como la del arma de Martin, pero igual de precisa y letal. Nos quedamos quietos en el suelo, mimetizados con la vegetación. La suciedad de nuestra ropa, que básicamente cubría nuestro cuerpo entero, nos servía de perfecto camuflaje.

Eran alrededor de una docena de infectados, hombres y mujeres, jadeando, y bufando, cubiertos de sangre ennegrecida. Tan mugrientos como nosotros, con la diferencia de que su repugnante apariencia se debida a la sangre y demás fluidos humanos en los que estaban ungidos. Muchos estaban semidesnudos, con las camisas o vestidos colgándoles hechos girones, mostrando sus pálidos cuerpos mutilados con infinidad de heridas y amputaciones. Sus ojos teñidos de color sangre se antojaban oscuros, como profundos agujeros en sus caras, otorgándoles una presencia más terrorífica aún. Caminaban pausadamente, jadeando, cuál depredador buscando su próxima presa. Desprendían una euforia incontenible, apreciable en sus movimientos nerviosos y frenéticos, como si la sangre les bullera dentro de las venas.

Uno de los infectados que iban a la cabeza del grupo se detuvo cuando se encontraban a escasos veinte metros de nosotros. Se quedó inmóvil, con la boca abierta cubierta de sangre, chorreando un fluido viscoso de color oscuro y los ojos inyectados en sangre clavados en nosotros. Podíamos escuchar su trabajosa y gutural respiración como anticipo de lo que nos esperaba. A penas permaneció quieto unos segundos y entonces embistió contra nosotros, seguido por el resto de infectados que cargaron en tropel. Comenzaba el enfrentamiento.

Un disparo efectuado por Bob atravesó la cabeza del encolerizado, que cayó al suelo inerte. Con la “fortuna” de que dio con la cabeza en una piedra, abriéndosele como una nuez desde el boquete que la bala había abierto en la parte trasera del cráneo y derramando viscosamente el cerebro licuado sobre la roca cubierta de musgo.

Ya descubiertos, nos incorporamos y continuamos disparando a la rabiosa horda. Notaba como si el corazón me fuera a salir por la boca, y temblaba tanto que no era necesario que los infectados se movieran para que errara el tiro. Intenté calmarme, respiré hondo y me concentré en apuntar a un blanco y luego disparar, y no al revés.

Por su parte, Rowie estrujaba el bate entre sus manos, preparado para arrancarle la cabeza al primer infectado que se le pusiera delante. Cuál sería su sorpresa cuando el primero que se puso al alcance de su bate fue un niño de no más de diez años. Incapaz de golpearle, Rowie puso el bate entre el chico y él, y aquel cayó al suelo de espalda. Le puso la pierna en el pecho para impedirle incorporarse, mientras el chaval le arañaba y tiraba del pantalón, intentando morderle la bota, sin que Rowie supiera muy bien qué hacer.

Miraba a aquel chico enloquecido, con el antebrazo izquierdo desgarrado hasta el hueso, y luego dirigía su vista a su bate de madera. Entonces, súbitamente la cabeza del chaval estalló en mil pedazos.

- ¡Espabila!- le espetó Martin con el cañón de su arma humeante, y volvió a dirigir su fuego hacia los infectados.

El chico parcialmente decapitado conservaba de forma precaria el lado derecho de la cara, en el cuál el ojo que aún poseía sufría espasmos en el párpado como consecuencia del agonizante sistema nervioso remanente, dando la impresión de seguir mirándole.



Veía como muchos infectados eran alcanzados por las balas en hombros, torsos y o extremidades sin inmutarse, sin siquiera frenar sus acometidas contra nosotros. Por ese motivo en un principio pensé que no estaba acertando ni un solo blanco. Sin embargo, cuando caían abatidos en el suelo, podía ver sus cuerpos absolutamente acribillados con las camisas o torsos repletos de agujeros.

Una cosa muy distinta ocurría cuando eran alcanzados en la cabeza. En esas ocasiones era como si les dieran al botón de apagado. Se volvían entes inanimados que caían de boca al suelo, completamente lánguidos, y debido a la inercia que sus cuerpos aún poseían por la carrera, se doblaban y retorcían, quedando en muchas ocasiones el tronco inferior y las piernas plegadas sobre sus espaldas en posturas que dolían solo de verlas.

- ¡Retrocedemos, son demasiados!- nos gritó Bob mientras se colgaba el rifle sin munición y echaba mano de su escopeta que llevaba a la espalda.

Nos replegamos en la dirección que había tomado Esther y las chicas. Lo hicimos por turnos, de modo que dos cubrían mientras que los otros dos corrían para luego estos cubrir a los demás. Continuamos con ese método de retirada “escalonada” hasta llegar a los límites del bosque.

Una vez salimos a campo abierto, con los infectados pisándonos los talones, seguimos cubriéndonos y corriendo. En la carrera, Rowie tropezó con un leño escondido entre la hierba y cayó al suelo de bruces. Un infectado se le echó encima, a la vez que Rowie interponía el bate entre él y las dentelladas del rabioso. El infectado, en cada intento por hincarle el diente a Rowie, se topaba con el bate, dejando la impresión de su dentadura en la madera.

Entonces, la mitad superior izquierda del cráneo del infectado voló por los aires y éste se desplomó, muerto, sobre Rowie. Miramos a nuestra izquierda, y en lo alto de una loma estaba Esther, a caballo junto con las demás chicas, empuñando su rifle con el cañón humeante.


- ¡Vamos, corred!- gritó Bob.

Subimos la colina y corrimos hasta los caballos. Bob sacó un par de objetos esféricos color verdoso de metal de una mochila azul.

- ¡Al suelo!- les quitó las anillas a las granadas a la vez con ambas manos y las lanzó contra los infectados.

El suelo tembló con las dos fuertes explosiones, y luego una lluvia de tierra y briznas de hierba. Cuando levanté la vista lo único que se veía era una nube de polvo y humo donde antes estaban los infectados. Una vez se disipó el humo, lo que quedaba de ellos eran cuerpos mutilados, no completamente desmembrados como se esperaría uno al ver las películas de Hollywood. Algunos sí que habían perdido alguna extremidad o parte de ella pero los demás seguían de una pieza y sólo estaban algo desorientados por las ondas expansivas. Suficiente para que a Martin y Bob les diera tiempo a rematarlos antes de que se recuperaran del trauma de las explosiones.

- Un regalo de mi mujer.- Martin asintió con cara de desconcierto, rodeados de cadáveres mutilados y humeantes.

Sin entretenernos mucho más por miedo a que las explosiones hubieran atraído a más infectados, abandonamos el lugar y retomamos nuestro viaje. Rumbo sur comenzamos nuestra búsqueda de un lugar seguro, libre de aquella terrible plaga, donde poder empezar de nuevo o simplemente sentirnos a salvo. Algún lugar debía quedar libre de la infección ¿o no?...





2 comentarios:

  1. Hacía ya tiempo que no me pasaba por aqui, pero me ha alegrado mucho ver la continuación.

    Mil grácias.

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  2. ¡De puta madre tronco!

    Ya tenía ganas de leer el siguiente capítulo.

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