viernes, 26 de noviembre de 2010

DEVASTATION. Capitulo 6

Capítulo 6

Largo viaje a ninguna parte.


Andábamos desfallecidos por una empinada carretera flanqueada a ambos lados por espesos bosques. Tras varias semanas de éxodo a través del estado, sorteando pueblos y ciudades tomadas por los infectados, el cansado grupo de supervivientes avanzaba lentamente. Hambrientos y deshidratados, con las reservas de alimentos agotadas desde el día anterior, caminábamos casi como autómatas movidos por una voluntad ajena.

Bob encabezaba el grupo con su escopeta Remington, recuerdo de sus años en el cuerpo. Detrás de él iba Esther, montada a caballo con Claire; y Samantha, a lomos de Bucéfalo, junto a Rosemary. Stacie, Rowie y yo íbamos a pie detrás de ellas, y en la cola del grupo Martin cubría nuestra retaguardia armado con su fusil M4.

El grupo guardaba silencio, habíamos aprendido a ser discretos y a movernos de forma furtiva para no atraer atenciones no deseadas. Era algo que ya surgía en nosotros por puro reflejo. Aunque en aquella ocasión quizás fuera porque estábamos tan al límite de nuestras fuerzas que reservábamos hasta el último ápice de energía en continuar avanzando, un paso tras otro.

Debido a eso, la única forma que encontrábamos para evadirnos de la fatiga era recreándonos en nuestros recuerdos. Revivir en nuestras cabezas momentos de nuestra vida pasada, se convirtió en ocasiones en la única forma de encontrar refugio y consuelo en aquella perturbadora realidad en la que nos habíamos despertado. Sin embargo, aquellos recuerdos reconfortantes poseían un doble filo, tan cortante y envenenado que te enviciaba el pensamiento con una ponzoña de tristeza y culpabilidad.

Las imágenes de mi niñez, con mi hermana en el jardín los calurosos días de verano mientras nuestros padres nos regaban con la manguera; o Rachel, mi amor de universidad, con quien estuve a punto de casarme, irremediablemente acaban hundiéndose en un pestilente pozo de pesadumbre y añoranza. Daba la impresión de que todo aquello perteneciera a una vida anterior o a un dulce sueño del que finalmente me había despertado.

No obstante, aún poseía un lazo de unión con aquel mundo, mi hermana. Intentaba recordarla, tenerla presente en todo momento pues me daba fuerzas para seguir adelante. Sin embargo, cuando reconstruía su cara mentalmente surgía borrosa, desfigurada, con una apariencia grotesca. Por ese motivo, en muchas ocasiones debía acudir a la foto desgastada de mi cartera para recuperar su bello y auténtico rostro.

Estaba tan absorto, evadido de todo cuanto me rodeaba, incluso de mi propio cuerpo, que no me di cuenta cuando el grupo se detuvo, y entonces, ¡PAM!, me estampé contra el trasero de Bucéfalo.

- Alto.- Bob nos hizo parar con el puño cerrado levantado en alto.

- ¿Qué ocurre?- le preguntó Esther sobre el caballo justo detrás de él.

- Allí.- señaló algo en la distancia carretera arriba.- Pásame los prismáticos.

- ¿Qué es?- pregunté con la mano sobre la frente a modo de visera.

- Pues parece ser una estación de servicios.- dijo observándola a través de las lentes de los prismáticos.

- -¿Ves algo?- obvié cualquier puntualización, pues sólo una cosa regía nuestro comportamiento al desplazarnos.

- No, parece despejado.- Bob no se mostraba muy convencido.

Sin embargo, la esperanza de conseguir algo de comida y agua ya comenzaba a germinar en nosotros con un efecto revitalizante. Sin darnos cuenta habíamos olvidado el cansancio y desánimo que nos aquejaba desde muchos kilómetros atrás, y nos dirigíamos al edificio con renovamos ánimos.

La desvencijada estación de servicios parecía llevar bastante tiempo abandonada. No habían tapiado las ventanas ni asegurado las puertas y el establecimiento tenía evidentes señales de pillaje o quizás de la incursión de algún infectado. La puerta de cristal, entreabierta, estaba hecha añicos. Martin, Bob y Rowie se acercaron cautelosamente para no ser sorprendidos por nada ni nadie que pudiera permanecer aún dentro y a continuación, se dispusieron a entrar armas en mano.

Mientras tanto, Stacie y Rosemary intentaban atisbar algo del interior a través de los mugrientos cristales de las ventanas. Esther y yo permanecimos junto a los polvorientos surtidores de gasolina haciendo guardia. Samantha y Claire cuidaban de los caballos, que pastaban por los alrededores del edificio, bajo la atenta mirada de su madre.

Escrutaba la espesura del bosque al otro lado de la carretera, y me vinieron a la cabeza las imágenes de lo vivido semanas antes en un bosque como aquel. Una sensación de vulnerabilidad se apoderó de mí y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. En ese momento, vigilando ambos extremos de la carretera, reparé en algo justo en la zona más alta de la colina.

Una mota borrosa que parecía levitar justo sobre la ondulante superficie de la carretera. No estaba seguro de que se trataba exactamente, pensé incluso que era algún defecto de mi vista. Pero observando fijamente aquel punto fluctuante sobre el ardiente asfalto, vi que se elevaba, estaba avanzando. Desconcertado le pedí los prismáticos a Esther.

A través de las lentes de los binoculares aquella figura aparecía completamente nítida. Del horizonte irregular surgieron unos hombros y luego un torso. Sus ropajes mugrientos y ennegrecidos por la sangre seca, y su forma de caminar errática y tambaleante delataban sin lugar a dudas la condición de aquel individuo.

Permanecí allí estático con los prismáticos pegados a mis cuencas oculares, rezando porque aquel fuera un rezagado, un infectado hambriento y deshidratado nada difícil de eliminar. Sin embargo, sabía que eran muy raras las ocasiones en que eso ocurría. Los jodidos siempre se agrupaban, no sé si por algún instinto animal básico o por una coincidencia brutal, pero formaban congregaciones que podían ir del par de docenas a miles e incluso decenas de miles. Desgraciadamente, aquella ocasión mis plegarias no fueron escuchadas y no tuve que esperar mucho tiempo para confirmar mis peores temores.

El corazón me dio un vuelco cuando detrás de aquel infectado surgieron otras figuras, primeros unos pocos y luego docenas de infectados hasta donde la curvatura del terreno me permitía atisbar. Posiblemente cientos de ellos avanzando con lentitud hacia donde nos encontrábamos.

Contemplaba atónito aquella horrible pesadilla caminante, cuando sin motivo aparente la horda de infectados comenzó a correr colina abajo a toda velocidad. Al bajar los prismáticos me di cuenta del resplandeciente y abrasador sol del mediodía que me daba justo de cara, y que sin duda se había reflejado en las lentes de los prismáticos, advirtiendo a los infectados de mi presencia.

Volví la cabeza hacia Esther en un movimiento que casi me produce un esguince cervical.

- ¡Esther, coge a las niñas!- dije apretando los dientes.

No hizo preguntas, por el tono de mi voz y la expresión de mi cara palidecida sabía perfectamente de que se trataba. Sin perder un segundo corrió hacia las niñas y se las llevó a la parte trasera del edificio junto con los dos caballos. Corrí hacia la puerta del establecimiento, susurrando el nombre de Bob con la pistola sostenida hacia abajo.

- ¿Qué ocurre?- Bob salió de entre la penumbra del interior de la gasolinera.

- ¡Infectados!- logré apenas pronunciar. El corazón me retumbaba en el pecho y en los oídos.

- ¡¿Dónde?!- empuñó con fuerza la escopeta contra su pecho.

- ¡En lo alto de la colina, son cientos y vienen hacia aquí a toda velocidad! - dije intentando parecer lo más entero posible, sin conseguirlo.- Debemos darnos prisa.

- Bien, entrad todos. ¡Vamos, entrad!- dijo desde el umbral de la puerta.

Rosemary, Stacie y yo entramos corriendo dentro del establecimiento, cruzándonos con Bob que nos cubría. Cuando pasé junto a él, me detuvo con gesto de preocupación:

- ¡¿Dónde está Esther y las niñas?!- preguntó angustiado al no verla con nosotros.

- Fueron a…- en ese momento el picaporte de la puerta metálica trasera empezó a girar ruidosamente.

Martin y Bob apuntaron sus armas hacia allí. Rowie, que estaba buscando algo de provecho en las estanterías desvalijadas, se colocó detrás de la puerta con el bate en alto preparado para asestar un golpe mortal al intruso/infectado. La puerta se abrió lentamente produciendo un chirrido metálico y una silueta alargada proyectada en el suelo cubierto de envoltorios y desechos pútridos comenzó a adentrarse lentamente en el interior.

- ¡No disparéis!- grité.

Entonces una pequeña figura con melena dorada apareció de detrás de la puerta. Los demás bajaron las armas, aliviados al ver que se trataba de la pequeña Claire con su hermana y su madre que habían escondido los caballos en la parte trasera.

- Vamos, coged lo que hayáis encontrado y larguémonos de aquí. Los infectados nos han descubierto.- dijo Bob.

Salimos a la parte trasera del edificio, llena de chatarra amontonada cubierta de óxido. En un extremo había una vieja camioneta Ford de los años cincuenta azul marino, perfecta para una huída rápida de aquella trampa. Desafortunadamente, estaba apoyada sobre cuatro bloques de hormigón donde antes habían estado las ruedas. Esther y las niñas se montaron en los caballos y nos adentramos en el denso bosque, adoptando la misma formación que poseíamos cuando avistamos aquella estación de servicios. Una vez más éramos conducidos sin remedio al interior de un bosque.

Huimos con rapidez por el bosque, intentando alejándonos del edificio todo lo posible lo más rápido que podíamos. A través de la frondosidad del bosque se podía oír el estrépito de la horda de infectados descendiendo la carretera que discurría paralela a nosotros.

Martin en nuestra retaguardia, no perdía de vista el bosque detrás nosotros, a la espera del momento en el que avistase a los rabiosos. Del mismo modo, Bob blandía su escopeta de un lado al otro, escudriñando la espesura del bosque delante del grupo.

Los primeros infectados no tardaron en intuirse entre los árboles a nuestras espaldas cual pálidas siluetas, pululando con rapidez en el boscaje distante. Avanzando hacia nosotros como atraídos por nuestro aroma, semejante a como es guiado un depredador por el olor de su presa.

- Seguid vosotras, encontrad un lugar seguro y espéranos allí.- le dijo Bob a su esposa.

Esther golpeó los costados del caballo y se perdió entre los árboles al galope. Mientras nosotros: Rowie, Martin, Bob y yo, nos escondíamos detrás de los árboles y nos preparamos. Me atreví a echar un vistazo, sacando levemente el lado derecho de la cara de detrás de la húmeda corteza, y vi la marabunta de infectados que se dirigía lentamente hacia nosotros.

Además, reparé en otra cosa. Una figura femenina apartada del grupo. Una chica de pelo rubio, inmóvil, ajena al paso lento e inquieto de los infectados, permanecía estática, mirando hacia donde me encontraba yo, El pelo le caía sobre la cara en mechones áureos que impedían ver con claridad su rostro.

De improviso, un infectado pasó justo delante de mí sin verme. Era una mujer de mediana edad, con el torso desnudo salpicado de sangre ennegrecida. Se acercó a la posición de Martin, al que podía ver esperando el momento para actuar. En ese momento, el estallido de una rama más adelante, tras el árbol en el que estaba guarecido Bob, alertó a la infectada. La pálida mujer se quedó observando estática la vegetación frente a ella unos segundos antes de embestir.

Martin, esperándose la explosiva reacción de la infectada, había desenvainado su cuchillo militar con suavidad. Entonces, cuando la mujer pasó junto al árbol el que se encontraba, la apresó tras él con una contundente llave constrictora y antes de que la infectada tuviera tiempo a reaccionar, le asestó dos puñaladas en el cráneo con un súbito movimiento.

A pesar de la rapidez con la que neutralizó a la mujer, algunos de los infectados cercanos se percataron del brevísimo gesto, y acto seguido una marea de infectados cargó en tropel contra nosotros.

- ¡Vamos, nos replegamos!- gritó Martin, abriendo fuego contra la estampida.

Emprendimos la retirada, corriendo tan rápido como nos era posible al mismo tiempo que manteníamos a raya a los infectados. Para entonces, ya no era tan patoso con el arma como lo había sido la última vez que nos vimos en una situación similar. Algo de lo que me sentía, por qué no decirlo, bastante orgulloso. Mi puntería se había afinado y mi capacidad para controlar el estrés y los nervios en situaciones límite era mucho mayor. Corría varios metros, cubierto por los demás, y luego me detenía para cubrirlos yo a ellos mientras avanzaban. Ese modo de retirada era más efectiva que salir por patas sin más.

Con los rabiosos no podías echar a correr esperando dejarlos atrás, puesto que aunque creyeras que lo habías hecho, bastaba con que pararás para recuperar el aliento un minuto y entonces se te echaban encima como una manada de hienas. Situaciones así habíamos visto demasiadas en las ciudades que observábamos a distancia antes de decidir si ir o no.

Seguíamos corriendo, con los infectados comiéndonos terreno cuando bruscamente el bosque se acabó y nos topamos con un río que abría una ancha brecha en el bosque.

- ¡Oh mierda! ¿y ahora qué?- farfullé con la voz entrecortada.

- ¡Aquí, aquí!- gritó Esther, río arriba.

Había pasado un de los dos caballos hasta el otro lado del río, tendiendo una cuerda entre ellos. De este modo podríamos cruzar sin ser arrastrados por la corriente, pues aunque la poca profundidad permitía hacerlo a pie, la corriente sí que era demasiado fuerte para cruzarlo sin ningún tipo de sujeción.

Las primeras en cruzar fueron Stacie y Rosemary que se reunieron con las niñas que ya estaban en la otra orilla a lomos de Bucéfalo. Los siguientes en hacerlo fuimos Esther, Rowie y yo, con los primeros infectados en alcanzarnos y mostrarnos sus dentaduras melladas. Martin nos siguió mientras que Bob y él lidiaban con los rabiosos que surgían de la penumbra del bosque.

Después de que todos hubieran pasado, Bob cruzó a lomos del caballo, cubierto por Martin, Rowie y yo de los infectados que iban apareciendo, desde el otro lado del río. Cuando llegó hasta nosotros, ya se había aglomerado un considerable número de infectados en la otra orilla. Nos quedamos observando con horror como eran barridos por la fuerte corriente al intentar alcanzarnos, y luego estampados duramente contra las rocas río abajo, desapareciendo bajo los rápidos sin volver a verlos salir a la superficie.

Lo cierto es que en ese momento, más que rabia u odio hacía ellos, lo que sentimos fue lástima por las personas que habían sido, con sueños y esperanzas, y en lo que se habían convertido. Nuevamente nos sumergimos en el seno del bosque, perdiéndonos a la vista de los infectados pero contemplando una vez más un futuro incierto frente a nosotros.

11 comentarios:

  1. Muy bueno, continúa, por favor. Un saludo desde Palencia.

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  2. Me sigue encantando.

    Muchisimas gracias de nuevo por continuar.

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  3. En la web Principal no actualizan cuando hay nuevos capítulos y Si no entramos a los relatos no sabemos nada.

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  4. Aiii... esos administradores, actualicen la página principal por favor que los lectores no se enteran de mis nuevos relatos jeje. Un saludo a todos.:)

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  5. HI!
    molesten las disculpas por el retraso!! Sobretodo tú Josué! ;)

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  6. ¡Dos capitulos casi seguidos!

    ¡Gracias Josue por no abandonar!

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  7. Esto sigue teniendo un buen nivel.

    Me encanta.

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  8. Muchas gracias a todos por los comentarios. Espero que les guste el siguiente capítulo y siga estando a la altura. Un saludo.

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  9. Gracias a ti tronco.

    Me acabo de fundir los seis capitulos seguidos.

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  10. Bien continuado, seguimos esperando los siguientes con ansia.

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  11. Espero poder postear la primera parte del séptimo capítulo de Devastation en breve. Lo voy a dividir en dos porque si no se me hará demasiado largo y quiero mandarles algo ya. Un saludo y me alegro de ver gente nueva, hasta pronto.

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