El “Abismo de Vitjaz” no es un
concepto imaginario, es una imagen real que representa la fosa abisal que
existe entre las Islas Marianas, Filipinas, China y Japón. Con una profundidad
estimada de once mil metros, esta sima marina ostenta el record de ser la fosa
más profunda del planeta y también uno de los puntos más misteriosos que se
conocen, por detrás del triángulo de las Bermudas. Considerando su profundidad,
sería muy complicado poder encontrar los restos de las desapariciones que se
han producido en estas aguas.
Pero no todo son misterios y
rumores, esta zona siempre ha ofrecido a la comunidad científica enormes
posibilidades para la investigación acerca del origen de la Tierra, el
descubrimiento de nuevas especies y la posibilidad de experimentar con ingenios
mecánicos de última generación en las terribles presiones que se dan en este
precipicio marino.
Takeshi, es japonés, trabaja como
investigador para una gran empresa farmacéutica con sede en Japón. Desde que
era pequeño, siempre le han fascinado los minerales, fue su abuelo quien le
enseñó a buscarlos y observarlos, a creer en sus propiedades curativas y
espirituales. Luego, cuando se hizo mayor, también comprendió que los minerales
tienen otras muchas aplicaciones.
Era un lunes por la mañana, muy
temprano y Takeshi, junto con dos de sus colaboradores más cercanos volvían a
Japón después de pasar una semana en aguas filipinas, justo encima de la Fosa
de las Marianas, en una misión de exploración e investigación del lecho marino.
En concreto, debían recabar toda la información posible acerca de aquel punto
del océano. La temperatura de sus aguas, su composición, la composición de su
lecho y el cartografiado por guía laser de todo el perímetro que pudiesen. Era
una misión conjunta con otros científicos de 5 países.
Takeshi, ahora rumbo a Japón, está
en su camarote, recostado en su cama y mirando hacia el ojo de buey, recuerda
con nitidez lo que sucedió el tercer día de investigaciones. Cierra los ojos
para poder visualizar mentalmente lo ocurrido y acabar de asimilarlo:
El gran “Ojo de Halcón”, que era así
como le llamaban al batiscafo de fabricación conjunta Chino – Japonés, era la
máquina más potente jamás inventada para la exploración de las profundidades
marinas. En aquel momento ya se encontraba a unos 8 mil metros de profundidad.
Iba descendiendo por el borde de una gran pared que se perdía en la profundidad
del abismo, de esta forma podía ir recogiendo muestras de minerales y también
realizando fotografías y grabaciones de la pared, lo que podría arrojar datos
sobre su antigüedad y la exposición a las grandes presiones.
Takeshi iba comentando con sus
colegas como gran parte de las imágenes que les iba retransmitiendo “Ojo de
Halcón”; se correspondían en su mayor parte con rocas de origen volcánico y lo
mucho que le gustaría encontrar algún hallazgo interesante, sobre todo para la
generación de nuevos productos farmacéuticos hasta la fecha desconocidos. De
vez en cuando podían ver algún que otro tipo de calamar aun no clasificado,
peces abisales de tamaño diminuto, pero fundamentalmente, lo que se percibía
era la gran oscuridad del mar, una soledad que por veces les hacía encoger el
corazón.
Takeshi se quedó un rato más en el
camarote científico mientras el resto preparaban la cubierta para el izado del
batiscafo, habían decidido que al día siguiente realizarían el descenso
completo a los once mil metros.
Mientras el resto se afanaba por
despejar la cubierta, Takeshi se encendió un cigarrillo y se reclinó en su
silla, mirando las imágenes de las rocas que retransmitía “Ojo de Halcón”. Pero
hubo algo que lo sobresaltó, un ruido que al principio le pareció cosa del
mecanismo de la cámara de grabación, pero que luego parecía como si algo
estuviese arañando la superficie de acero y titanio del sumergible. Estaba
absorto en el ruido, cuando pudo ver, en apenas tres segundos una escena que lo
dejó petrificado:
La videocámara enfocó lo que parecía
una mano, pudo apreciar como apenas quedaban restos de la carne que recubrían
sus huesos, de las falanges colgaban pequeños pingajos de piel putrefacta y le
faltaban dos dedos. Tenía un color blanco apagado, y los restos de algo que
parecían pequeñas venas flotaban con el movimiento de la corriente marina.
Cuando Takeshi aun se estaba
frotando los ojos ante la incredulidad que le producía aquella visión sucedió
algo increíble, la mano se movió, y agarró férreamente la base de la antena de
radio. En ese momento, una luz iluminó toda la pantalla del ordenador y justo
antes de producirse un ruido sordo, se hizo la oscuridad total. El ordenador de
Takeshi, se había apagado y pronto un olor a quemado inundó toda la habitación.
Para cuando salió a la cubierta, “Ojo
de Halcón” salía del mar. Solo pensaba en lo que había visto, y que pudo ser
todo fruto del cansancio y la imaginación.
Aparentemente no había ningún cuerpo
ni extremidad agarrada al batiscafo, y cuando parecía que todo estaba en orden
y solo había sido una alucinación, uno de los científicos chinos, se maldecía y
vociferaba gritando que todo el circuito cerrado de grabación había quedado
inservible, no funcionaba nada. Aquello, hizo que el corazón de Takeshi
empezase a latir más y más deprisa, se acercó corriendo a “Ojo de Halcón” y
pudo comprobar con horror, como en uno de los laterales forrados con fibra de
vidrio habían quedado unas marcas que parecían, sin lugar a dudas, unos
arañazos realizados por algo con una enorme fuerza.
Ese algo, él sabía lo que era, lo
acababa de ver en su ordenador 20 minutos antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario