domingo, 8 de abril de 2012

La Era de los Muertos _ por Segu Miguens

CAPÍTULO 1.1. LOS AVISTAMIENTOS - (OCÉANO PACÍFICO, AL SUR DE LAS ISLAS MARIANAS). 

            El “Abismo de Vitjaz” no es un concepto imaginario, es una imagen real que representa la fosa abisal que existe entre las Islas Marianas, Filipinas, China y Japón. Con una profundidad estimada de once mil metros, esta sima marina ostenta el record de ser la fosa más profunda del planeta y también uno de los puntos más misteriosos que se conocen, por detrás del triángulo de las Bermudas. Considerando su profundidad, sería muy complicado poder encontrar los restos de las desapariciones que se han producido en estas aguas.
            Pero no todo son misterios y rumores, esta zona siempre ha ofrecido a la comunidad científica enormes posibilidades para la investigación acerca del origen de la Tierra, el descubrimiento de nuevas especies y la posibilidad de experimentar con ingenios mecánicos de última generación en las terribles presiones que se dan en este precipicio marino.
            Takeshi, es japonés, trabaja como investigador para una gran empresa farmacéutica con sede en Japón. Desde que era pequeño, siempre le han fascinado los minerales, fue su abuelo quien le enseñó a buscarlos y observarlos, a creer en sus propiedades curativas y espirituales. Luego, cuando se hizo mayor, también comprendió que los minerales tienen otras muchas aplicaciones.
            Era un lunes por la mañana, muy temprano y Takeshi, junto con dos de sus colaboradores más cercanos volvían a Japón después de pasar una semana en aguas filipinas, justo encima de la Fosa de las Marianas, en una misión de exploración e investigación del lecho marino. En concreto, debían recabar toda la información posible acerca de aquel punto del océano. La temperatura de sus aguas, su composición, la composición de su lecho y el cartografiado por guía laser de todo el perímetro que pudiesen. Era una misión conjunta con otros científicos de 5 países.
            Takeshi, ahora rumbo a Japón, está en su camarote, recostado en su cama y mirando hacia el ojo de buey, recuerda con nitidez lo que sucedió el tercer día de investigaciones. Cierra los ojos para poder visualizar mentalmente lo ocurrido y acabar de asimilarlo:
            El gran “Ojo de Halcón”, que era así como le llamaban al batiscafo de fabricación conjunta Chino – Japonés, era la máquina más potente jamás inventada para la exploración de las profundidades marinas. En aquel momento ya se encontraba a unos 8 mil metros de profundidad. Iba descendiendo por el borde de una gran pared que se perdía en la profundidad del abismo, de esta forma podía ir recogiendo muestras de minerales y también realizando fotografías y grabaciones de la pared, lo que podría arrojar datos sobre su antigüedad y la exposición a las grandes presiones.
            Takeshi iba comentando con sus colegas como gran parte de las imágenes que les iba retransmitiendo “Ojo de Halcón”; se correspondían en su mayor parte con rocas de origen volcánico y lo mucho que le gustaría encontrar algún hallazgo interesante, sobre todo para la generación de nuevos productos farmacéuticos hasta la fecha desconocidos. De vez en cuando podían ver algún que otro tipo de calamar aun no clasificado, peces abisales de tamaño diminuto, pero fundamentalmente, lo que se percibía era la gran oscuridad del mar, una soledad que por veces les hacía encoger el corazón.
            Takeshi se quedó un rato más en el camarote científico mientras el resto preparaban la cubierta para el izado del batiscafo, habían decidido que al día siguiente realizarían el descenso completo a los once mil metros.
            Mientras el resto se afanaba por despejar la cubierta, Takeshi se encendió un cigarrillo y se reclinó en su silla, mirando las imágenes de las rocas que retransmitía “Ojo de Halcón”. Pero hubo algo que lo sobresaltó, un ruido que al principio le pareció cosa del mecanismo de la cámara de grabación, pero que luego parecía como si algo estuviese arañando la superficie de acero y titanio del sumergible. Estaba absorto en el ruido, cuando pudo ver, en apenas tres segundos una escena que lo dejó petrificado:
            La videocámara enfocó lo que parecía una mano, pudo apreciar como apenas quedaban restos de la carne que recubrían sus huesos, de las falanges colgaban pequeños pingajos de piel putrefacta y le faltaban dos dedos. Tenía un color blanco apagado, y los restos de algo que parecían pequeñas venas flotaban con el movimiento de la corriente marina.
            Cuando Takeshi aun se estaba frotando los ojos ante la incredulidad que le producía aquella visión sucedió algo increíble, la mano se movió, y agarró férreamente la base de la antena de radio. En ese momento, una luz iluminó toda la pantalla del ordenador y justo antes de producirse un ruido sordo, se hizo la oscuridad total. El ordenador de Takeshi, se había apagado y pronto un olor a quemado inundó toda la habitación.
            Para cuando salió a la cubierta, “Ojo de Halcón” salía del mar. Solo pensaba en lo que había visto, y que pudo ser todo fruto del cansancio y la imaginación.
            Aparentemente no había ningún cuerpo ni extremidad agarrada al batiscafo, y cuando parecía que todo estaba en orden y solo había sido una alucinación, uno de los científicos chinos, se maldecía y vociferaba gritando que todo el circuito cerrado de grabación había quedado inservible, no funcionaba nada. Aquello, hizo que el corazón de Takeshi empezase a latir más y más deprisa, se acercó corriendo a “Ojo de Halcón” y pudo comprobar con horror, como en uno de los laterales forrados con fibra de vidrio habían quedado unas marcas que parecían, sin lugar a dudas, unos arañazos realizados por algo con una enorme fuerza.
            Ese algo, él sabía lo que era, lo acababa de ver en su ordenador 20 minutos antes.

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