lunes, 14 de mayo de 2012
La Era de los Muertos _ por Segu Miguens
domingo, 8 de abril de 2012
La Era de los Muertos _ por Segu Miguens
martes, 20 de marzo de 2012
La Era de los Muertos _ por Segu Miguens
Desde décadas atrás, muchas personas y grupos se reúnen y juntos van a observar el cielo desde lo alto de la misteriosa montaña de Montserrat, en Barcelona. Buscan indicios, una visión que les confirme que existe vida extraterrestre y poder sentir el extraño poder que despide esta montaña que ha sido siempre identificada como mágica.
martes, 15 de marzo de 2011
La Crisis Zombie _ Prólogo y Capítulo 1
LA CRISIS ZOMBIE
Por S.I. Benedicto A.
Prólogo:
La verdad es que nunca creí que los Zombis pudieran existir. Si en 15 años los curas no me convencieron de la existencia de Dios, como podéis pensar que me creyera que los muertos se iban a levantar para devorarme.
Siempre me gustaron los Survival Horrors de las consolas... ¿quién no quiso en alguna ocasión ser Criss Redfield o León Scout?. Aunque también os digo que cuando no podéis cargar si te matan y te duele de verdad, no es tan divertido.
Volviendo al tema no os creáis todo lo de las pelis, a ver muy desencaminados no van pero no es todo tan fácil ni tan retorcido. Por ejemplo las crisis de zombis mundiales son casi imposibles. Vale que son difíciles de matar pero por suerte no somos tan tontos como los de las películas tipo "Mikel... Mikel... estás ahí...?". Las crisis zombis son aisladas y hoy por hoy no afectan a los animales. Además los cuerpos humanos tienen que alimentarse para continuar funcionando, por lo cuál eso de estar 6 millones de cuerpos andando manteniéndose del aire no os lo creáis.
Que el virus lo crea una farmacéutica, eso no te digo que no, el última reconocido fue por una empresa muy conocida que no voy a nombrar, solo diré que es famosa por sus pastillas para el dolor de cabeza.
Importante: los muertos no se levantan, menos mal... lo que nos faltaba. Lo malo es que no sienten dolor, no duermen, se les endurecen los músculos por el constante bombeo de adrenalina, son capaces de usar herramientas básicas, corren que se las pelan, tienen el doble de fuerza (siendo zombis sanos) que una persona normal y una mordedura, sangre, saliva... te puede infectar.
La parte buena es que si les disparas no mueren al instante (excepto corazón y cerebro) pero se desangran como las personas normales, se rompen huesos… los muertos están muertos, por lo cuál el índice de transformados no es tan alto. No atacan por comida sino porque la infección (así la llamo yo) afecta al cerebro haciendo que se inflame y expanda, en consecuencia el cerebro se aplasta con el cráneo volviendo loco y violento al infectado (como los doberman) y lo que aún no se es porqué no se atacan entre ellos.
No atacan por hambre (habitualmente) sino porque son así, para comer está la comida.
Lo malo de esto es que conseguir comida para sobrevivir es complicado.
La verdad si lo piensas bien no todo es malo en un mundo zombi.
Por ejemplo el despertador de la mañana pierde sentido, no más cenas con gente que no aguantas, no más atascos, no tienes que aguantar a la suegra (en caso de crisis zombi no es la primera persona en la que pienso), si sobrevives junto a una chica que esté medio bien triunfas seguro con la frasecita esa de "éste podría ser nuestro último día".
Bueno lo básico que debéis saber sobre mí. Solo deciros que era un chico normal, con un curro normal, no sé artes marciales, ni soy un exmilitar experimentado, no soy un genio pero no soy estúpido y en un mundo zombi el que sobrevive no es él mas fuerte, sino el que mejor se sabe adaptar y el que piensa un poco las cosas antes de actuar.
Mi nombre... podéis llamarme John Doe "J.D." para los amigos (se pronuncia Ion Dou "fonéticamente en castellano"). Por si acaso no manejáis mucho ingles no, no soy ingles pero siempre me ha gustado ese nombre, es el nombre que le ponen a los muertos desconocidos en América y la verdad no me queda mucho para convertirme en eso.
Cáp. 1 El Despertar
Lunes por la mañana, ya son las 7:50 a.m. o eso dice mi quinta alarma del móvil.
Qué pereza, me levanto aún un tanto aturdido de la resaca del fin de semana, ni siquiera el quedarme el domingo encerrado en casa me basta para curarla jeje ya no estoy hecho un chaval. Voy a la ducha, me visto y como siempre salgo para el hospital y llego mi media de 15 minutos tarde.
Como siempre, la calle está desierta y yo atajo por una de las puertas de incendios laterales que siempre están abiertas (puñetera ley anti-tabaco).
Parece que no han llegado las limpiadoras, unas manchas de sangre manchan el suelo, debe haber sido duro el fin de semana en urgencias, pero bueno es lo que tienen los fines de semana del verano; la gente sale, bebe y no controla. Yo sigo mi ascenso por el pequeño tramo de escaleras hasta la entreplanta donde está mi mesa, lugar donde paso mis días haciendo las mismas y repetitivas estadísticas y cálculos. Que “raro”, la puerta de la oficina está cerrada, ¿hoy teníamos fiesta? Bueno, estará de vacaciones la puntual de la oficina. Yo a lo mío, cojo la llave escondida en el marco de la puerta y abro. Enciendo todas las luces, el aire acondicionado, no os imagináis el calor que se mete en un hospital.
Las 8:40 y la gente sin aparecer, “tendrán una reunión los que no están de vacaciones”, decido encender la radio para dejar de oír el ronroneo del aire, qué extraño, no se escucha nada, trato de sintonizar mi canal favorito, total como estoy solo, pero no funciona. Bueno miraré el correo, que sorpresa Internet no funciona. Me acerco a informática y tampoco hay nadie. Bueno, me tomare un café para despejar la última pereza. Va hombre no puede ser también está cerrado. Nada, me beberé una de esas cápsulas imitación de expreso.
Las 9:30 y sigo solo aunque no será por faena. Oigo unos tacones en la lejanía. Ya no estoy solo, algo es algo, cruzo los dedos para que sea la chica nueva de la oficina, me quedo mirando desde encima de mi monitor hacia el final del pasillo. Al poco aparece una figura un poco desgarbada y con el pelo alborotado y manchada de sangre de pies a cabeza. Me levanto de un salto de la silla y le grito si necesita ayuda. La mueca que había en su cara no la olvidaré nunca, era una mezcla de odio y felicidad. Acto seguido comienza a correr hacia mí con un grito inteligible.
Me quedo paralizado, ella seguía corriendo hacia mí, no me puedo mover, cuando me quiero dar cuenta ya estoy de espaldas en el suelo y ella sobre mí trata de golpearme y morderme. Cuando oigo el chasquido de sus dientes rozando mi oreja reacciono instintivamente y me la quito de encima de un brusco codazo y tal es la casualidad que al caer de espaldas se golpea la nuca con la esquina de un escritorio y un “crack” sordo inunda la habitación. Es el ultimo sonido que emite.
Aún sigo tendido en el suelo asimilando lo que acaba de pasar. Un pensamiento no deja de rondarme la cabeza: “He matado a una mujer”,”fue en defensa propia”,”fue un accidente”. Al cabo de unos minutos me sobrepongo, me levanto y la observo tendida en el suelo pero con esa mueca diabólica aún en su cara. Le tomo el pulso y no hay respuesta. Ya es tarde y el charco de sangre que rodea su cabeza como una aureola. Es enorme ya. Manchado de sangre y aún temblando me acerco a urgencias a avisar de ello.
Bajo por las escaleras, giro a la derecha, vuelvo a girar a la derecha y cuando atravieso la puerta de doble hoja no me puedo creer lo que ven mis ojos.
domingo, 23 de enero de 2011
DEVASTATION. Capitulo 7_ Primera parte
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Capítulo 7
Oasis
Parte 1
- Bien..., creo que podremos parar por aquí a descansar, los chicos lo necesitan. Y yo también.- le comentó Bob a su esposa, junto a él a lomos del caballo con Claire, encabezando la columna.- Escuchad, vamos a parar por aquí a tomarnos un descanso, nos vendrá bien quitarnos la ropa mojada y entrar un poco en calor ¿de acuerdo?- las prendas empapadas y los zapatos encharcados, gélidos, incrementaban la sensación de frío que comenzaba a calar hasta los huesos en un bosque ya de por sí crudo.
Nos reunimos a los pies de un árbol cuyas gruesas raíces emergían entre la hojarasca. Esther ató a los caballos a una de ellas, junto a nosotros, y colocamos la ropa mojada entorno a la pequeña hoguera, apenas unas brasas chisporroteantes. Esther sacó unas mantas del equipaje que llevaba sobre los caballos.
- Uff, ¡qué frííío!- dijo Rosemary, calentándose las manos junto al hogar.
- Bueno Rowie, enséñanos las “exquisiteces” que has conseguido para nosotros.- dijo Bob frotándose las manos junto al calor.
- ¡Oh sí, me había olvidado por completo!- corrió hacia los caballos y de uno los bultos que llevaban, sacó una bolsa blanca de plástico.
- ¡Siii, comidaaa!- dijo Rosemary tapada con una manta a cuadros de franela.
- Vamos a ver.- Rowie buscó en el interior de la bolsa de plástico, que había llenado de los restos aprovechables que logró encontrar en la estación de servicios antes de que tuviéramos que salir corriendo.- Mmm tenemos: tres chocolatinas bastante aplastadas- las niñas se miraron, relamiéndose los labios. - un par de bolsas de patatas fritas sabor crema de cebolla.
- Puag, cebolla…- exclamó Stacie con gesto de repugnancia.
- ¡A mí como si son con sabor a mofeta jajaja!- dijo Rosemary.
- Pues ahí tienes una, compártela con Esther.- Rowie le lanzó la bolsa de patatas fritas aplastadas y reducidas casi a polvo.
- ¡Gracias!- abrió la bolsa y olió el aroma de las patatas fritas con sabor a crema de cebolla como si fuera el más exquisito de los manjares.
- También tenemos un par de latas de Mr. Pibb. ¡Ah! Y como colofón final….- corrió de nuevo hasta los caballos y buscó en la bolsa sobre el caballo.- Atención damas y caballeros, niñas vosotras deberéis esperar unos años, la joya de la corona: una botella de vino de mi bodega personal “Bordeaux vigne”- dijo con un acento francés no muy logrado y mostrando la botella como si se tratara de un objeto en subasta.
- ¡Bravo!- exclamó Bob, aplaudiendo con los brazos en alto.- Esto se va pareciendo más una celebración.
- ¿Qué celebramos?- preguntó Stacie. Rowie descorchó la botella con una navaja.
- Celebramos estar vivos y ¡juntos! Celebramos seguir encontrando motivos para sonreír y soltar una carcajada. Celebramos poder disfrutar de esta botella de vino del mundo del ayer…, con la familia de hoy. ¡Salud!- le dio un lingotazo a la botella y la pasó para que los demás tomasen su trago embriagador del ayer.
De ese modo, reunidos en torno a una hoguera y rememorando viejas historias, anécdotas, y recuerdos agradables, nos transportamos a aquel mundo que había dejado de existir y por un momento aquello no fue más que una escapada a la naturaleza de unos cuantos ciudadanos huyendo de sus ajetreadas vidas, para al día siguiente volver a la rutina de una vida insípida y aburrida que añorábamos con todas nuestras fuerzas.
Entonces, como el duro suelo que te saca de un delicioso sueño al caerte de la cama, el estallido amortiguado de una explosión retumbó en todo el bosque, procedente de todas direcciones. Todos nos pusimos en pie de un salto blandiendo nuestras armas en un acto reflejo adquirido con el paso de los días y las semanas.
- ¡¿Qué ha sido eso?!- sentía los latidos desbocados de mi corazón en mi garganta.- ¡¿Son ellos?!
- Sea lo que sea no ha sido lejos.- murmuró Martin, escudriñando la espesura del bosque a través de la mirilla de su arma.
- Recoged, nos vamos.- dijo Bob, Esther se apresuró a cargarlo todo en los caballos, incluidas las niñas.
A menos de un kilómetro nos encontramos una cerca de madera mimetizada con el entorno, por el abundante musgo que crecía en ella, que marcaba un vacío en la frondosidad. Rodeaba una cabaña perdida en medio de ninguna parte. Agazapados entre la hierba junto a la valla vimos que habían numerosos cuerpos en descomposición entorno a la casa: agujereados a balazos, calcinados, despedazados, etc. Uno aún con vida, tenía una pierna atrapada en un cepo para osos e incansable intentaba zafarse, estirando los brazos en un vano esfuerzo por alcanzar la casa.
En el porche de la entrada, un hombre mayor con gafas de sol parecía dormir sentado en una mecedora. Con las piernas cruzadas sobre la barandilla, tenía consigo una escopeta de doble cañón cuya culata reposaba sobre su generosa barriga y el cañón en la baranda de madera.
- ¿Qué hacemos, nos acercamos?- pregunté.
- Esperad.- Martin nos detuvo. Señaló uno de los cuerpos, desmembrado y humeante, yaciendo junto a un pequeño cráter en la tierra.- Minas.
- ¡Oh no!- pensé en voz alta al recrear en mi cabeza lo que me habría pasado si hubiera corrido hacia la casa sin más.
- Iré yo primero, pisad donde pise yo, ¿entendido? Si es que no queréis volar por los aires.- se sacó el cuchillo de la vaina y pasó con cuidado a otro lado de la cerca.
- Yo te cubro.- dijo Bob, acomodando la culata de su rifle en su hombro.
Tanteaba el suelo, introduciendo el cuchillo en un ángulo horizontal en la tierra para dar con los artefactos mientras nosotros, varios metros por detrás, colocábamos cada pie sobre las marcas de sus pisadas, teniendo cuidado con las minas que iba encontrando y que desenterraba parcialmente para que supiéramos exactamente donde se encontraban.
Nos acercamos a la casa con cautela, con toda la atención del infectado atrapado pero sin perder de vista al tipo de la mecedora y manteniéndonos lejos de las ventanas por si el tipo tuviera compañía, infectada o no, en el interior. No obstante, el tipo parecía estar demasiado quieto. No percibíamos ningún movimiento de su vientre al respirar. Martin se acercó y le tomó el pulso, pero como sospechábamos estaba muerto. A juzgar por la palidez y frigidez de su piel habría fallecido varias horas antes, quizás de un fulminante ataque al corazón. Tenía toda la pinta.
Desde los resquicios por los que las cortinas de encaje permitían atisbar, espiamos el interior de la casa. Estaba bastante oscuro, parecía no haber nadie más dentro. Martin, Bob y yo nos prepararon para entrar. Rowie se acercó a la mecedora, apartó la rígida mano del tipo de la empuñadura y cogió la escopeta. Tras comprobar que estaba cargada, miró en una mano el bate de béisbol con marcas de dientes impresas y en la otra la escopeta, y se decantó por ésta última.
Giré el pomo de la puerta y ésta se abrió sin más dificultad. Entonces accedimos al interior, en silencio, en busca de algún otro huésped. Yo me quedé en el salón mientras que Martin y Bob registraban las habitaciones; y aunque la cabaña parecía no albergar a más personas, sería de lo único de lo que carecería.
El tipo aquel había convertido el salón de la cabaña en una especie de bastión de resistencia del fin del mundo. Ametralladoras y pistolas de todos los calibres y modelos, rifles de francotirador, fusiles de asalto, varias cajas de granadas, lanza granadas, explosivos plásticos C-4 repartidos por todo el salón, lanzacohetes, además de diverso equipo militar como gafas de visión nocturna e infrarrojos, radios, y mucho más abarrotaba el salón en soportes en las paredes, taquillas o sencillamente amontonado por toda la estancia.
Reconozco que lo primero que se me pasó por la cabeza fue “¡Nos ha tocado la lotería!”, sin embargo, mi lado escéptico me hacia preguntarme ¿quién demonios podría tener acceso a tal armamento?, mucho del cual parecía restringido a uso exclusivamente militar, como los RPG que había almacenados en cajas de color verde en una esquina del salón.
Me dirigí a los retratos que había sobre la chimenea. El tipo de afuera aparecía en muchas de las fotografías: retratos familiares con la esposa y su único hijo, imágenes de niños jugando en la arena de la playa y el césped del jardín, imágenes de tiernos y entrañables momentos familiares. Sin embargo, una de ellas, detrás de algunas fotografías de trofeos en fructíferos días de pesca, me daría la respuesta que estaba buscando. En ella, el tipo del porche aparecía enfundado en un traje militar, con innumerables condecoraciones y distinciones que denotaban su alto rango en la jerarquía militar. ¿Un coronel, o quizás un general? No conocía demasiado bien el código de rangos militares. Otro retrato similar en el extremo opuesto de la chimenea, mostraba que su hijo había seguido sus pasos.
Ojeaba uno de las imágenes en la que dos niños pequeños, un niño y una niña, mojaban a su padre con pistolas de agua, sin evitar pensar en Alex, ¿se encontraría bien, al igual que yo con otro grupo de supervivientes? Algo detrás del centelleante cristal llamó mi atención. Un cordón de coloridos cables pasaba detrás de todos los retratos y fotografías, perdiéndose a ambos extremos de la chimenea. Lo seguí a través de todos los recovecos y esquinas del salón hasta darme de bruces con uno de los montones de de C-4 que había visto al entrar. Cada uno de los cables que formaban el cordón estaba conectado con una preocupante cantidad de explosivos repartidos por toda la estancia.
- Oh Dios mío…- di unos pasos hacia atrás horrorizado, temiendo que explotara en cualquier momento. En ese momento Martin volvió al salón.
- Creo que deberíais ver algo…- nos hizo un gesto con la cabeza para que fuéramos con él.
Abrió la puerta de una habitación al final del pequeño pasillo, y dentro había una furiosa mujer atada a la cama de pies y manos, obviamente infectada. La reconocí de inmediato, era la mujer de los retratos, era la mujer del tipo de la mecedora.
- ¡Oh Dios mío!- exclamó Rosemary, echándose hacia atrás como queriendo escapar de la infectada por puro instinto.
- ¿Qué hacemos con ella?- preguntó Rowie.
- Va siendo hora de que descanse en paz.- Martin le apuntó a la cabeza y disparó una sola bala que esparció los sesos rosáceos de la mujer por todo el cabezal de la cama.
- También tenéis que ver algo en el salón…- les dije señalando con la cabeza que me siguieran.
Salimos al salón y les mostré el entramado de cables conectados a los explosivos colocados por todo el salón.
- ¡JO-DER!- exclamó Stacie.- ¿¡Esta cabaña es una maldita bomba!?
- Pff… esto no es bueno.- dijo Martin al verlo con las manos sobre su fusil en su pecho.
- ¿Qué hacemos?- pregunté.
- Yo te lo diré: ¡Largarnos de aquí echando leches!- zanjó Stacie.
- A ver…- dijo Martin, poniéndose de cuclillas.- no parece estar activada, aún estamos vivos ¿no?- dijo con una leve sonrisa pícara mientras comprobaba los explosivos.
- El viejo ese sería uno de esos putos paranoicos conspiracionistas que pensaría que tarde o temprano vendrían a liquidarlo unos hombres vestidos de negro y entonces montaría todo este tinglado.- comentó Rowie con tono pretencioso.
- Vale, ahora cuéntame algo que realmente pueda resultarme difícil de creer y que justifique todo esto, aparte del puto infectado con un jodido cepo en la pierna que hay en el jardín delantero y la otra docena de cuerpos más sembrados alrededor de toda la casa.- le espeté.
- ¿Y entonces qué vamos a hacer?- preguntó Rosemary con temor en su voz.
Nos miramos entre nosotros sin decir palabra pero sabiendo el pensamiento de la mayoría del grupo.
- ¿Qué os parece la idea de quedarnos aquí?- preguntó Martin.
- ¿Perdón? ¿Cómo dices? ¿A caso me falla a mí la vista y en lugar de pastelitos de mermelada veo una maldita montaña de explosivos? ¿Porque eso es lo que me parece desde aquí, ¡una jodida bomba! - dijo Stacie fuera de sí.
- No parecen estar activadas. Seguramente sería su último recurso en el caso de que se viera atrapado y la forma de llevarse a unos cuantos de esos cabrones con él.- dijo Martin con el coraje propio de los marines.- Lo único que sé es que no podemos renunciar a este sitio, es un… ¡regalo del cielo!
- Allí puedes acabar si no nos largamos de aquí ahora mismo…- murmuró Stacie.
- ¿No buscábamos un lugar seguro?, éste es ese lugar, ¡es perfecto! Estamos en un lugar remoto, en una casa fortificada rodeada por un campo de minas, con cámaras de vigilancia afuera- habíamos visto varias cámaras en el exterior de la casa mientras nos acercábamos al porche.-, tenemos armas y munición de sobra para declarar la tercera guerra mundial, y además he visto una despensa hasta arriba de comida, ¡si la racionamos nos puede durar meses! Vamos, ¿qué más pedís?, éste es el lugar que estábamos buscando. Nuestro hogar hasta que toda esta mierda pase.- esperó la respuesta afirmativa de todos.
- Yo me apunto.- Rowie fue el primero en acceder.
- Y yo.- le siguió Rosemary.
- Yo busco lo mejor para mi familia, y ahora mismo lo es esta cabaña.- dijo Bob, abrazando contra sí a las niñas.
- Yo también lo creo, ahora mismo es nuestra mejor baza.- era eso o seguir deambulando por aquel bosque a la espera de encontrarnos con otro grupo de infectados del que finalmente no pudiéramos escapar.
- ¿Y bien Stacie, tú qué dices?- le preguntamos.
- Mierda…, supongo que tenéis razón.- dijo Stacie.- Esta bien. Me consuela saber que si eso explota no me enteraré de nada…
Lo siguiente que hicimos, tras de acordar nuestro asentamiento en aquella cabaña abandonar la vida nómada que llevábamos teniendo durante el último mes, fue enterrar los cuerpos del matrimonio en el jardín delantero, detrás de la zona minada. Bob dijo unas palabras, celebrando que por fin su descanso en paz juntos en un lugar mejor del que dejaban sin duda y luego dándoles las gracias por el futuro que nos habían regalado en forma de aquella cabaña. Un lugar seguro y aislado del mundo con el que, a diferencia de ellos, nosotros aún tendríamos que lidiar y combatir.
viernes, 26 de noviembre de 2010
DEVASTATION. Capitulo 6
Capítulo 6
Largo viaje a ninguna parte.
Andábamos desfallecidos por una empinada carretera flanqueada a ambos lados por espesos bosques. Tras varias semanas de éxodo a través del estado, sorteando pueblos y ciudades tomadas por los infectados, el cansado grupo de supervivientes avanzaba lentamente. Hambrientos y deshidratados, con las reservas de alimentos agotadas desde el día anterior, caminábamos casi como autómatas movidos por una voluntad ajena.
Bob encabezaba el grupo con su escopeta Remington, recuerdo de sus años en el cuerpo. Detrás de él iba Esther, montada a caballo con Claire; y Samantha, a lomos de Bucéfalo, junto a Rosemary. Stacie, Rowie y yo íbamos a pie detrás de ellas, y en la cola del grupo Martin cubría nuestra retaguardia armado con su fusil M4.
El grupo guardaba silencio, habíamos aprendido a ser discretos y a movernos de forma furtiva para no atraer atenciones no deseadas. Era algo que ya surgía en nosotros por puro reflejo. Aunque en aquella ocasión quizás fuera porque estábamos tan al límite de nuestras fuerzas que reservábamos hasta el último ápice de energía en continuar avanzando, un paso tras otro.
Debido a eso, la única forma que encontrábamos para evadirnos de la fatiga era recreándonos en nuestros recuerdos. Revivir en nuestras cabezas momentos de nuestra vida pasada, se convirtió en ocasiones en la única forma de encontrar refugio y consuelo en aquella perturbadora realidad en la que nos habíamos despertado. Sin embargo, aquellos recuerdos reconfortantes poseían un doble filo, tan cortante y envenenado que te enviciaba el pensamiento con una ponzoña de tristeza y culpabilidad.
Las imágenes de mi niñez, con mi hermana en el jardín los calurosos días de verano mientras nuestros padres nos regaban con la manguera; o Rachel, mi amor de universidad, con quien estuve a punto de casarme, irremediablemente acaban hundiéndose en un pestilente pozo de pesadumbre y añoranza. Daba la impresión de que todo aquello perteneciera a una vida anterior o a un dulce sueño del que finalmente me había despertado.
No obstante, aún poseía un lazo de unión con aquel mundo, mi hermana. Intentaba recordarla, tenerla presente en todo momento pues me daba fuerzas para seguir adelante. Sin embargo, cuando reconstruía su cara mentalmente surgía borrosa, desfigurada, con una apariencia grotesca. Por ese motivo, en muchas ocasiones debía acudir a la foto desgastada de mi cartera para recuperar su bello y auténtico rostro.
Estaba tan absorto, evadido de todo cuanto me rodeaba, incluso de mi propio cuerpo, que no me di cuenta cuando el grupo se detuvo, y entonces, ¡PAM!, me estampé contra el trasero de Bucéfalo.
- Alto.- Bob nos hizo parar con el puño cerrado levantado en alto.
- ¿Qué ocurre?- le preguntó Esther sobre el caballo justo detrás de él.
- Allí.- señaló algo en la distancia carretera arriba.- Pásame los prismáticos.
- ¿Qué es?- pregunté con la mano sobre la frente a modo de visera.
- Pues parece ser una estación de servicios.- dijo observándola a través de las lentes de los prismáticos.
- -¿Ves algo?- obvié cualquier puntualización, pues sólo una cosa regía nuestro comportamiento al desplazarnos.
- No, parece despejado.- Bob no se mostraba muy convencido.
Sin embargo, la esperanza de conseguir algo de comida y agua ya comenzaba a germinar en nosotros con un efecto revitalizante. Sin darnos cuenta habíamos olvidado el cansancio y desánimo que nos aquejaba desde muchos kilómetros atrás, y nos dirigíamos al edificio con renovamos ánimos.
La desvencijada estación de servicios parecía llevar bastante tiempo abandonada. No habían tapiado las ventanas ni asegurado las puertas y el establecimiento tenía evidentes señales de pillaje o quizás de la incursión de algún infectado. La puerta de cristal, entreabierta, estaba hecha añicos. Martin, Bob y Rowie se acercaron cautelosamente para no ser sorprendidos por nada ni nadie que pudiera permanecer aún dentro y a continuación, se dispusieron a entrar armas en mano.
Mientras tanto, Stacie y Rosemary intentaban atisbar algo del interior a través de los mugrientos cristales de las ventanas. Esther y yo permanecimos junto a los polvorientos surtidores de gasolina haciendo guardia. Samantha y Claire cuidaban de los caballos, que pastaban por los alrededores del edificio, bajo la atenta mirada de su madre.
Escrutaba la espesura del bosque al otro lado de la carretera, y me vinieron a la cabeza las imágenes de lo vivido semanas antes en un bosque como aquel. Una sensación de vulnerabilidad se apoderó de mí y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. En ese momento, vigilando ambos extremos de la carretera, reparé en algo justo en la zona más alta de la colina.
Una mota borrosa que parecía levitar justo sobre la ondulante superficie de la carretera. No estaba seguro de que se trataba exactamente, pensé incluso que era algún defecto de mi vista. Pero observando fijamente aquel punto fluctuante sobre el ardiente asfalto, vi que se elevaba, estaba avanzando. Desconcertado le pedí los prismáticos a Esther.
A través de las lentes de los binoculares aquella figura aparecía completamente nítida. Del horizonte irregular surgieron unos hombros y luego un torso. Sus ropajes mugrientos y ennegrecidos por la sangre seca, y su forma de caminar errática y tambaleante delataban sin lugar a dudas la condición de aquel individuo.
Permanecí allí estático con los prismáticos pegados a mis cuencas oculares, rezando porque aquel fuera un rezagado, un infectado hambriento y deshidratado nada difícil de eliminar. Sin embargo, sabía que eran muy raras las ocasiones en que eso ocurría. Los jodidos siempre se agrupaban, no sé si por algún instinto animal básico o por una coincidencia brutal, pero formaban congregaciones que podían ir del par de docenas a miles e incluso decenas de miles. Desgraciadamente, aquella ocasión mis plegarias no fueron escuchadas y no tuve que esperar mucho tiempo para confirmar mis peores temores.
El corazón me dio un vuelco cuando detrás de aquel infectado surgieron otras figuras, primeros unos pocos y luego docenas de infectados hasta donde la curvatura del terreno me permitía atisbar. Posiblemente cientos de ellos avanzando con lentitud hacia donde nos encontrábamos.
Contemplaba atónito aquella horrible pesadilla caminante, cuando sin motivo aparente la horda de infectados comenzó a correr colina abajo a toda velocidad. Al bajar los prismáticos me di cuenta del resplandeciente y abrasador sol del mediodía que me daba justo de cara, y que sin duda se había reflejado en las lentes de los prismáticos, advirtiendo a los infectados de mi presencia.
Volví la cabeza hacia Esther en un movimiento que casi me produce un esguince cervical.
- ¡Esther, coge a las niñas!- dije apretando los dientes.
No hizo preguntas, por el tono de mi voz y la expresión de mi cara palidecida sabía perfectamente de que se trataba. Sin perder un segundo corrió hacia las niñas y se las llevó a la parte trasera del edificio junto con los dos caballos. Corrí hacia la puerta del establecimiento, susurrando el nombre de Bob con la pistola sostenida hacia abajo.
- ¿Qué ocurre?- Bob salió de entre la penumbra del interior de la gasolinera.
- ¡Infectados!- logré apenas pronunciar. El corazón me retumbaba en el pecho y en los oídos.
- ¡¿Dónde?!- empuñó con fuerza la escopeta contra su pecho.
- ¡En lo alto de la colina, son cientos y vienen hacia aquí a toda velocidad! - dije intentando parecer lo más entero posible, sin conseguirlo.- Debemos darnos prisa.
- Bien, entrad todos. ¡Vamos, entrad!- dijo desde el umbral de la puerta.
Rosemary, Stacie y yo entramos corriendo dentro del establecimiento, cruzándonos con Bob que nos cubría. Cuando pasé junto a él, me detuvo con gesto de preocupación:
- ¡¿Dónde está Esther y las niñas?!- preguntó angustiado al no verla con nosotros.
- Fueron a…- en ese momento el picaporte de la puerta metálica trasera empezó a girar ruidosamente.
Martin y Bob apuntaron sus armas hacia allí. Rowie, que estaba buscando algo de provecho en las estanterías desvalijadas, se colocó detrás de la puerta con el bate en alto preparado para asestar un golpe mortal al intruso/infectado. La puerta se abrió lentamente produciendo un chirrido metálico y una silueta alargada proyectada en el suelo cubierto de envoltorios y desechos pútridos comenzó a adentrarse lentamente en el interior.
- ¡No disparéis!- grité.
Entonces una pequeña figura con melena dorada apareció de detrás de la puerta. Los demás bajaron las armas, aliviados al ver que se trataba de la pequeña Claire con su hermana y su madre que habían escondido los caballos en la parte trasera.
- Vamos, coged lo que hayáis encontrado y larguémonos de aquí. Los infectados nos han descubierto.- dijo Bob.
Salimos a la parte trasera del edificio, llena de chatarra amontonada cubierta de óxido. En un extremo había una vieja camioneta Ford de los años cincuenta azul marino, perfecta para una huída rápida de aquella trampa. Desafortunadamente, estaba apoyada sobre cuatro bloques de hormigón donde antes habían estado las ruedas. Esther y las niñas se montaron en los caballos y nos adentramos en el denso bosque, adoptando la misma formación que poseíamos cuando avistamos aquella estación de servicios. Una vez más éramos conducidos sin remedio al interior de un bosque.
Huimos con rapidez por el bosque, intentando alejándonos del edificio todo lo posible lo más rápido que podíamos. A través de la frondosidad del bosque se podía oír el estrépito de la horda de infectados descendiendo la carretera que discurría paralela a nosotros.
Martin en nuestra retaguardia, no perdía de vista el bosque detrás nosotros, a la espera del momento en el que avistase a los rabiosos. Del mismo modo, Bob blandía su escopeta de un lado al otro, escudriñando la espesura del bosque delante del grupo.
Los primeros infectados no tardaron en intuirse entre los árboles a nuestras espaldas cual pálidas siluetas, pululando con rapidez en el boscaje distante. Avanzando hacia nosotros como atraídos por nuestro aroma, semejante a como es guiado un depredador por el olor de su presa.
- Seguid vosotras, encontrad un lugar seguro y espéranos allí.- le dijo Bob a su esposa.
Esther golpeó los costados del caballo y se perdió entre los árboles al galope. Mientras nosotros: Rowie, Martin, Bob y yo, nos escondíamos detrás de los árboles y nos preparamos. Me atreví a echar un vistazo, sacando levemente el lado derecho de la cara de detrás de la húmeda corteza, y vi la marabunta de infectados que se dirigía lentamente hacia nosotros.
Además, reparé en otra cosa. Una figura femenina apartada del grupo. Una chica de pelo rubio, inmóvil, ajena al paso lento e inquieto de los infectados, permanecía estática, mirando hacia donde me encontraba yo, El pelo le caía sobre la cara en mechones áureos que impedían ver con claridad su rostro.
De improviso, un infectado pasó justo delante de mí sin verme. Era una mujer de mediana edad, con el torso desnudo salpicado de sangre ennegrecida. Se acercó a la posición de Martin, al que podía ver esperando el momento para actuar. En ese momento, el estallido de una rama más adelante, tras el árbol en el que estaba guarecido Bob, alertó a la infectada. La pálida mujer se quedó observando estática la vegetación frente a ella unos segundos antes de embestir.
Martin, esperándose la explosiva reacción de la infectada, había desenvainado su cuchillo militar con suavidad. Entonces, cuando la mujer pasó junto al árbol el que se encontraba, la apresó tras él con una contundente llave constrictora y antes de que la infectada tuviera tiempo a reaccionar, le asestó dos puñaladas en el cráneo con un súbito movimiento.
A pesar de la rapidez con la que neutralizó a la mujer, algunos de los infectados cercanos se percataron del brevísimo gesto, y acto seguido una marea de infectados cargó en tropel contra nosotros.
- ¡Vamos, nos replegamos!- gritó Martin, abriendo fuego contra la estampida.
Emprendimos la retirada, corriendo tan rápido como nos era posible al mismo tiempo que manteníamos a raya a los infectados. Para entonces, ya no era tan patoso con el arma como lo había sido la última vez que nos vimos en una situación similar. Algo de lo que me sentía, por qué no decirlo, bastante orgulloso. Mi puntería se había afinado y mi capacidad para controlar el estrés y los nervios en situaciones límite era mucho mayor. Corría varios metros, cubierto por los demás, y luego me detenía para cubrirlos yo a ellos mientras avanzaban. Ese modo de retirada era más efectiva que salir por patas sin más.
Con los rabiosos no podías echar a correr esperando dejarlos atrás, puesto que aunque creyeras que lo habías hecho, bastaba con que pararás para recuperar el aliento un minuto y entonces se te echaban encima como una manada de hienas. Situaciones así habíamos visto demasiadas en las ciudades que observábamos a distancia antes de decidir si ir o no.
Seguíamos corriendo, con los infectados comiéndonos terreno cuando bruscamente el bosque se acabó y nos topamos con un río que abría una ancha brecha en el bosque.
- ¡Oh mierda! ¿y ahora qué?- farfullé con la voz entrecortada.
- ¡Aquí, aquí!- gritó Esther, río arriba.
Había pasado un de los dos caballos hasta el otro lado del río, tendiendo una cuerda entre ellos. De este modo podríamos cruzar sin ser arrastrados por la corriente, pues aunque la poca profundidad permitía hacerlo a pie, la corriente sí que era demasiado fuerte para cruzarlo sin ningún tipo de sujeción.
Las primeras en cruzar fueron Stacie y Rosemary que se reunieron con las niñas que ya estaban en la otra orilla a lomos de Bucéfalo. Los siguientes en hacerlo fuimos Esther, Rowie y yo, con los primeros infectados en alcanzarnos y mostrarnos sus dentaduras melladas. Martin nos siguió mientras que Bob y él lidiaban con los rabiosos que surgían de la penumbra del bosque.
Después de que todos hubieran pasado, Bob cruzó a lomos del caballo, cubierto por Martin, Rowie y yo de los infectados que iban apareciendo, desde el otro lado del río. Cuando llegó hasta nosotros, ya se había aglomerado un considerable número de infectados en la otra orilla. Nos quedamos observando con horror como eran barridos por la fuerte corriente al intentar alcanzarnos, y luego estampados duramente contra las rocas río abajo, desapareciendo bajo los rápidos sin volver a verlos salir a la superficie.
Lo cierto es que en ese momento, más que rabia u odio hacía ellos, lo que sentimos fue lástima por las personas que habían sido, con sueños y esperanzas, y en lo que se habían convertido. Nuevamente nos sumergimos en el seno del bosque, perdiéndonos a la vista de los infectados pero contemplando una vez más un futuro incierto frente a nosotros.
martes, 2 de noviembre de 2010
DEVASTATION. Capitulo 5
Capítulo 5
Naturaleza muerta.
Martin empezaba a tornarse visible, aun sólo como una leve y difusa silueta armada, agazapada tras un árbol caído frente a nuestro precipitado refugio: una pequeña oquedad al final de un barranco. Me giré hacia donde yacían dormidas Stacey y Rosemary, acurrucadas una junto a la otra; apenas un par de horas antes habían sucumbido finalmente al sueño después de una larga noche en vela pendientes de cada chasquido de una rama o sonido en la penumbra.
También Rowie había caído víctima del cansancio. Estaba acostado al lado de las chicas, contraído instintivamente en posición fetal para conservar la mayor cantidad de calor corporal posible. Mientras los observaba, Rowie se despertó de golpe, desorientado y sin saber muy bien donde se encontraba durante los primeros segundos, se levantó y se sentó a mi lado.
- Pfff…daría mi brazo izquierdo por un café bien cargado.- murmuró, frotándose vigorosamente la cara para espabilarse.
- ¿Has conseguido dormir algo?- le pregunté.
- Bah…, apenas unas cabezadas.- respondió mientras ejercitaba los ojos, cerrándolos y abriéndolos con fuerza.- ¿Y tú?
- Tampoco. No dejo de ver a esas cosas cada vez que cierro los ojos. Y cuando los abro veo constantemente figuras detrás de cada árbol, detrás de cada arbusto…- cogí un par de pequeñas piedras del suelo y las lancé con desgana.
- Ya… - comprendía a lo que me refería, quizás por aquel motivo él mismo se había despertado.
- Lo peor de todo es no saber si son imaginaciones tuyas o si de verdad están ahí, deambulando a nuestro alrededor, rodeándonos...- comenzaban a descubrirse las siluetas de los árboles, los espacios entre ellos se aclaraban gradualmente y definían contornos en ocasiones engañosos.
En ese momento Martin se aproximó a nosotros.
- Chicos preparaos, en unos minutos nos ponemos en marcha, ¿ok?- nos dijo con voz tenue.
- Vale, bien.- asentimos Rowie y yo, alegrados de irnos de una vez de aquel sitio.
- Iré a despertar a las chicas.- dijo Rowie y se incorporó dificultosamente, sacudiéndose los restos de tierra y hojas secas del trasero.
- ¿Y bien, cuál es el plan?- le pregunté a Martin aún sentado.
- Por lo pronto abandonar estar situación, aquí somos demasiado vulnerables.- me respondió sin sentarse en el tronco, examinando exhaustivamente los alrededores.
- Ya, bien. ¿Qué dirección tomamos? – me incorporé.
- No lo sé…, esas cosas están por todas partes. Lo mejor será que nos alejemos en dirección opuesta a la de la que venimos y busquemos un paso seguro por donde llegar al pueblo o ciudad más cercana. Debe haber algún sitio al que no hayan llegado esas malditas cosas.- su tono se volvió más apagado y lleno de rabia a medida que acababa la frase.
- Chicaas… Chicaas… eei…- les susurró Rowie, meciéndolas suavemente para despertarlas.
- ¡¿Qué?! ¡¿Qué pasa?!- Stacey y Rosemary se despertaron sobresaltadas, como temiendo que las pesadillas que estarían teniendo se hubieran hecho realidad.
- Nada tranquilas, tranquilas. No pasa nada. Iros preparando, dentro de unos minutos nos vamos.- sin demora, se levantaron y se unieron a nosotros.
Sedientos y hambrientos, sin más equipaje que la mugrienta ropa que llevábamos puesta y el puñado de armas que teníamos, nos pusimos en macha hacia… seré honesto, no teníamos la menor idea de a dónde nos dirigíamos.
El bosque poseía una serenidad y benignidad que paradójicamente resultaban inquietantes. Nos movíamos a través de los árboles con la desquiciante sensación de sentirnos observados en todo momento. Convencidos de que en cualquier momento y como salido de la nada, aparecería un infecto de detrás de un árbol, seguido de otro, y luego de otro más, y otro.
Eran las doce de la mañana y el sol estaba bien alto en el cielo. La luz del mediodía intensificaba el color esmeralda de la clorofila de la vegetación, que parecía refulgir, creando una siniestra atmósfera verdosa, casi una neblina diría yo, que difuminaba los alrededores más allá de los árboles. No se escuchaba pájaro alguno, ningún placentero coreo de cantos que aliviara el estrés derivado de la falta de sueño y comida. Sólo el estallido de la hojarasca y las ramas caídas bajo nuestros pies, resonando en el mudo bosque.
Recuerdo ir caminando a la cola del grupo por el infinito bosque, agotado y con las tripas rugiendo, pensando en que no recordaba que el bosque fuera tan grande y espeso. A decir verdad, no recuerdo haberme adentrado tanto en toda mi vida. Me vinieron a la mente las palabras de mi padre, que para disuadirme cuando era niño de que no me adentrara en el bosque, me contaba historias de horripilantes monstruos de ojos rojos y brillantes que se comían a los niños que se adentraban solos en el bosque. Era irónico que, llegado aquel momento, mi padre no estuviera tan desencaminado después de todo.
En ese momento Martin se detuvo y nos ordenó parar. Por puro instinto nos agrupamos buscando refugio en el grupo.
- ¿Qué ocurre?- le susurré a Martin por encima del hombro.
- He oído algo ahí delante.- murmuró, buscando a través de la mirilla anaranjada de su ametralladora el origen del ruido extraño.
Fui a echar mano de mi pistola en la parte trasera del pantalón por si se trataba de nuevo infectados, pero no la encontré. Creí que quizás la habría perdido, que se me habría caído mientras corríamos o mientras pasábamos la noche. Pero entonces recordé que la noche anterior se la había dado a Rowie cuando huíamos de la casa. En ese mismo instante, el punzante sonido de los disparos de la nueve milímetros a escasos centímetros de mi oído derecho me taladró el tímpano. Rowie comenzó a disparar contra los arbustos delante de nosotros, blandiendo nerviosamente el arma con ambas manos.
Entonces recuerdo que me pareció que si hubiera sufrido un pinchazo muscular o algo así en el hombro, porque soltó el arma como si estuviera al rojo vivo. Luego apoyó la espalda contra un árbol y resbaló hasta quedar sentado en el suelo. Pude vislumbrar una sinuosa gota de sangre, deslizándosele por la camiseta desde debajo de su mano. Comprendí entonces que le había alcanzado un disparo.
- ¡A cubierto! ¡Detrás de los árboles, corred!- gritó Martin, disparando al follaje ráfagas breves mientras nos refugiábamos tras los árboles.
Rosemary atendió a Rowie, que se sujetaba el hombro con gesto de dolor, e intentó hacerle un vendaje improvisado con una tira que se había arrancado de su camisa. De pronto, una ronca voz masculina comenzó a hablar al otro lado de la vegetación
- ¡Tirad las armas, os tenemos rodeados! - dijo la voz tras el verdor, que me resultó muy familiar aunque no fui capaz de reconocer.
- ¡¿Quien habla?!- preguntó Martin.
- ¡Tirad las armas y nadie más resultará herido!- volvió a ordenar la voz.
- ¡No podemos hacer eso! ¿Cómo sé que no es un farol y no eres un pobre desgraciado con un rifle?- dijo Martin resguardado tras el grueso tronco.
Sin previo aviso, varios disparos procedentes de diferentes puntos del follaje hicieron saltar por los aires la corteza de los árboles tras los que nos escondíamos.
- ¿Aún crees que estoy de farol?- preguntó la voz con rabia.
- ¡Basta, no sigan disparando por favor! ¡Solamente huimos de esas malditas cosas, nada más! ¡Esto no ha sido más que un estúpido error! ¡Lo sentimos mucho, solo queremos seguir nuestro camino! ¡Por favor no sigan disparando!- les supliqué, temiendo que el siguiente de nosotros que resultase herido no tuviera la suerte de Rowie.
Se hizo el silencio tras la vegetación. No sabíamos si mis dotes diplomáticas habían dado resultado y si por el contrario estaban tramando algo, y nos estaban rodeando para acabar con nosotros.
- ¿Charlie? ¿Charlie eres tú?- preguntó el desconocido.
“No puede ser” pensé.
- …B… ¿Bob?- le pregunté, incrédulo.
Entonces de los arbustos salió un hombre robusto y calvo, mostrando las manos desnudas levantadas en alto.
- ¿¡Bob!?- no podía creer que fuera él.- ¡No dispares!-le grité a Martin- ¡!Booob!¡- corrí hacia él y lo abracé con tanta fuerza que casi nos caemos al suelo.
- ¿Cómo estas hijo?- me preguntó, sujetándome la cara con ambas manos.
- Bien. - le dije minimizando al máximo la respuesta para evitar preocuparlo.
- Me alegro mucho de verte sano y salvo hijo.- dijo con los ojos vidriosos.
- ¿Esther y las niñas, están bien?- la buscaba por todas partes con la vista.
Bob silbó, imitando el canto de un pájaro, y de la vegetación salieron Esther y las niñas con los caballos.
- ¡Esther! ¡Chicas!- al igual que Bob, Esther era como una segunda madre para mí y ver que se encontraba bien junto con las niñas me quitaba un enorme peso de encima.
- Hola Charlie cariño, me alegro mucho de que estés bien hijo mío.- me dijo acariciándome la cara con lagrimas en los ojos.
- Oye, ¿y Álex?- me preguntó Bob al no encontrarla entre el grupo.
- ... Fui a su trabajo, pero ya no estaba allí. De camino hacia aquí vi su coche destrozado en la cuneta, pero gracias a Dios ella no se encontraba dentro. Pensé entonces que quizás habría llegado antes de que te fueras y estuviera con vosotros.- esperé sin mucha esperanza una respuesta afirmativa.
- No cariño…- dijo Esther.- Nosotros tuvimos que huir de casa.
- Ya, hemos estado allí.- les dije.- Que desastre.
- Si…unas horas después de que te fueras empezaron a aparecer alguno que otro. Iban solos y parecían desorientados, muchos ni siquiera se pararon al pasar frente a la casa; aunque otros sí que lo hicieron. Pero no eran problema, los eliminábamos sin complicaciones. Hasta Sam acabó con más de uno desde la ventana de su cuarto.- Samantha asiente con una tímida sonrisa, sin saber quizás si sentirse orgullosa o culpable por ello.- Lo difícil fue cuando el sol comenzó a descender.
- Si…- asiente Esther con cara seria.
- Entonces empezaron a venir en grupos, primero de unos pocos pero luego de cincuenta o más de esas jodidas. Fue entonces cuando decidimos abandonar la casa, e irnos en los caballos.- dijo con gesto de resignación.
- Me alegro muchísimo de que os encontréis bien.- los volví a abrazar y fuimos junto al grupo de supervivientes.
- Bueno, os presento a Bob y Esther McKnight, son como mis segundos padres, y ellas son sus dos hijas: Samantha y Claire. Ellos son: Martin, Rosemary, Stacie y aquel es Rowie.- dije, señalándole al dolorido Rowie con la mano en el hombro.
Con una mezcla de arrepentimiento y recelo el grupo se presentó a los extraños. La presencia de las dos pequeñas, que permanecían pegadas a sus padres aún con el susto y miedo del tiroteo mantenido momentos antes reflejado en sus ojos, ayudaba a aliviar la posible tensión existente entre ellos. El hecho de que fueran unos padres que solamente protegían a sus hijas de unos extraños de gatillo fácil, les hacía sentir arrepentidos e incluso avergonzados, y servía de justificación más que suficiente para el hombro herido de Bob.
- A ver, echémosle un vistazo a ese hombro. Bueno hombretón no sufras, solo es un rasguño.- Esther se quitó la mochila y sacó de ella un botiquín médico.
- Siento lo del brazo hijo, pero peor quedaría un agujero en la cabeza ¿no crees? jaja- dijo Bob en tono maliciosamente burlón.
- Si…- Rowie forzó una sonrisa, intimidado por aquellos dos carrozas, que aunque parecían rondar los cincuenta o sesenta, desprendían una fuerza y vitalidad a tener muy en cuenta.
- ¡Aunque creo que deberías sentirte en deuda con mi mujer. Si Esther hubiese querido acabar contigo, ahora mismo te estaríamos cavando un hoyo a medida jajaja! – le dio una palmada en el hombro y Rowie se estremeció de dolor mientras que con una picara sonrisa, Esther y él se cruzaban la mirada.
Nos reunimos todos en círculo para planear nuestro siguiente movimiento: qué camino tomar para salir de aquel angustiante bosque y llegar a un lugar seguro que no hubiera sido arrasado por aquellas cosas.
- Hemos recorrido los alrededores con los caballos y esas malditas cosas están por todos partes. Tanto al norte como al este las hay a cientos, millares. Tienen rodeado todo este bosque. Es más, no deberíamos quedarnos mucho tiempo por aquí porque esas cosas se están adentrando cada vez más. Ya nos hemos encontrado con un par de ellos no muy lejos de aquí.- señala brevemente hacia la espesura bosque adentro.
- ¿Qué opciones tenemos?- pregunté, cruzando los brazos junto a mí pecho y sujetándome la barbilla con una mano en pose reflexiva.
- Al oeste el bosque se extiende cientos de millas hasta Kansas y como he dicho no es buena idea permanecer por mucho más tiempo en él. La única opción es el sur, el bosque acaba a poco más de 8 millas y luego es terreno bastante llano. Podemos seguir hasta Archie o Drexel.- les expuso Bob el plan, quizás el único viable.
- Bien, estoy de acuerdo.- me giré hacia Rowie que estaba a mi derecha - ¿Tú qué dices Rowie?
- Hagámoslo.- se encogió de hombros. Bueno, al menos de uno de ellos.
- ¿Chicas?- me dirigí hacia Stacie y Rosemary.
- No nos queda otra.- contestó escuetamente Stacie como era de costumbre en ella.
- Hagámoslo, no soportaría pasar una noche más en este bosque.- confesó Rosemary.
- ¿Y tú Martin, qué opinas?- le pregunté en último lugar.
- Mmm… es bastante peligroso. La autopista pasa muy cerca de aquí, y con los atascos de las últimas horas debe haberse convertido en un imán para los infectados. Toda esa gente…- no mostraba mucho convencimiento.
- Si…es terrible….- nos quedamos en silencio, pensando en todas las personas que habían resultado muertas, o no del todo, en las últimas horas.
- No me refiero a eso.- le miramos desconcertados.
- Esos animales rabiosos convierten a quien muerdan en uno de ellos. Si te encuentras entre una multitud y una persona herida se desvaneciera y despertase transformada en una de esas cosas… no te gustaría estar en medio de esa marea humana teniendo que esquivar tanto a las personas sanas como a las ya infectadas.- empuñó el fusil contra su pecho.- Por eso debemos mantenernos lejos de cualquier aglomeración de gente, de cualquier autopista o carreteras donde haya gente que pueda atraerlos, si es que no han dejado de serlo ya.
Por supuesto que con las últimas palabras se refería a gente ya infectada. Gente que había emprendido la huída al volante de su vehículo y que al quedar atrapada en un atasco irresoluble, retomaban el éxodo a pie (pertenencias al hombro), dando lugar a enormes mareas de gente que, cansada y atemorizada, cargaban con infinidad de cosas inservibles y pesadas en enormes caravanas.
Ya me había encontrado con algunas de aquellas multitudes cuando me dirigía a la ciudad para rescatar a mi hermana. Y luego al salir de ella, en las poblaciones periféricas; salvo que entonces, ya no eran personas con sus enseres a cuestas, huyendo de todo aquel infierno en hileras más o menos homogéneas y ordenadas, sino que eran mareas y mareas de esas desbocadas y encolerizadas bestias.
Llegué incluso a reconocer a alguna que otra persona a la que había visto horas antes, con sus caras de temor y desconcierto, buscando refugio en el cuerpo de sus padres, ó intentando reflejar calma en sus rostros para no preocupar más a su familia. Sin embargo, sus caras ya no reflejaban sentimientos, miedo, ya no reflejaban humanidad. Solamente furia animal en un gesto indefinible.
Obviamente, no habían tenido ninguna posibilidad cuando los infectados los alcanzaron mientras escapaban. Aglutinados en largas formaciones de kilómetros de longitud, los del interior del grupo, hostigados por los que venían justo detrás, sólo podían avanzar y avanzar, y los de los flancos, concentrados solo en salvarse, inconscientemente estrangulaban la formación en una densa sierpe de personas. De este modo cuando los infectados abordaban a los de la cola o los costados de la formación, solo hacía falta que el pánico cundiera entre la masa, y por supuesto que lo hacía, para provocar un efecto dominó que asfixiaba y aplastaba a los de en medio, y entorpecía a los que venían detrás.
Por eso he comentado lo del orden y organización a la hora de desplazarnos: incluso cuando corremos por nuestras vidas seguimos una pauta. El pánico nos hace embutirnos en una marea humana asfixiante, aún cuando disponemos de cientos y cientos de kilómetros de terreno para dispersarnos y huir sin atropellarnos los unos a los otros. Hasta esa indeseada característica de nuestra naturaleza escapaba a aquellas cosas, que avanzaban sin ningún tipo de orden o regularidad.
Incluso después rememorar el sufrimiento de aquellas pobres personas, acompañé a los demás, asintiendo y agachando la cabeza avergonzados de nosotros mismos por estar completamente de acuerdo con lo que estaba diciendo Martin. Aunque pudiéramos parecer unos insensibles desalmados que no sentían la menor lástima por aquellas pobres personas, lo cierto es que lo que único que buscábamos, por egoísta que pueda parecer, era simplemente sobrevivir.
Como decía Martin, la realidad era que ya no nos estábamos enfrentando a aquella horda de cientos o miles de infectados que irrumpía en la ciudad la madrugada anterior, sino que en aquellos momentos se trataría quizás de un número dos, tres, diez veces mayor. Ante tal situación no habría demasiado que pudiésemos hacer por mucho que quisiéramos.
- ¿Estamos todos de acuerdo?- todos asintieron o hicieron algún gesto de aprobación.- Bien…, pongámonos en marcha.
Rumbo al sur, el acrecentado grupo prosiguió su viaje a través del bosque. En silencio, por miedo a atraer a infectados cercanos, íbamos avanzando sin tener la posibilidad de compartir cualquier tema trivial de conversación que evadiera nuestras mentes de aquella situación extremadamente estresante.
Después de una hora y media, la lenta y tediosa marcha a través de aquel interminable bosque, empezaba a hacerse monótona, aburrida e incluso diría que algo soporífera. Llevábamos varias horas, desde que nos escondimos en aquella especie de madriguera, sin ver ni oír a un infectado, y empezaba a creer que quizás los habríamos dejado atrás. Tal vez los infectados de los que hablaba Bob habrían desistido y dado media vuelta.
Lo cierto es que inmersos en aquella burbuja de impenetrable frondosidad, nos sentíamos excluidos de la realidad que se vivía fuera de aquel bosque. El techo del bosque con las copas de los arboles estrechamente yuxtapuestas, amortiguaban considerablemente cualquier sonido del exterior, sin embargo por muy aislante que resultase no podíamos atribuirle el hecho de que hacía tiempo que no escucháramos el sonido de un helicóptero o un avión sobrevolando la zona, y eso era bastante extraño. ¿Dónde se suponía que estaba el ejército combatiendo a aquellas cosas?
Entonces y como era de esperar, aquella grotesca realidad no tardó en alcanzarnos de nuevo.
- Agachaos.- nos susurró Bob haciéndonos gestos con la mano.- Agachaos.
Tras los árboles se distinguían una figuras vacilantes, aproximándose desde nuestra retaguardia. Bob llamó a Stacie y Rosemary y las montó a cada una en un caballo, junto con Esther y las niñas.
- Pásame el rifle. No queda mucho hasta el límite del bosque, id a campo abierto y esperadnos. No tardaremos.- le dijo a Esther, montada a lomos del caballo.
- Bien. Ten mucho cuidado.- le apretó con fuerza la mano.
- Lo tendré.- despedidas como aquella había tenido cientos cuando estaba en el cuerpo y no sabía si iba a volver a casa de nuevo.
- Te quiero.- Esther se inclinó sobre el caballo y besó a su marido.
- Y yo a ti preciosa… Vamos, ve.- Bob la besó por última vez en la mano y la dejó ir.
Los caballos se perdieron entre la vegetación y nosotros nos preparamos para enfrentarnos a aquellos infectados y darles tiempo a las chicas para salir del bosque.
- Rowie, Charlie, ocupaos del flanco izquierdo. No abráis fuego hasta que os lo diga, ¿entendido?- dijo mirándonos a los ojos.
- Entendido.- contestamos al unísono Rowie y yo.
En el otro extremo, a nuestra derecha, Martin estaba tumbado en el suelo junto a un árbol, visualizando aquellas figuras a través de la mirilla color ámbar de su fusil. Bob estaba en el medio, con su rifle de caza con mira telescópica no tan sofisticada quizás como la del arma de Martin, pero igual de precisa y letal. Nos quedamos quietos en el suelo, mimetizados con la vegetación. La suciedad de nuestra ropa, que básicamente cubría nuestro cuerpo entero, nos servía de perfecto camuflaje.
Eran alrededor de una docena de infectados, hombres y mujeres, jadeando, y bufando, cubiertos de sangre ennegrecida. Tan mugrientos como nosotros, con la diferencia de que su repugnante apariencia se debida a la sangre y demás fluidos humanos en los que estaban ungidos. Muchos estaban semidesnudos, con las camisas o vestidos colgándoles hechos girones, mostrando sus pálidos cuerpos mutilados con infinidad de heridas y amputaciones. Sus ojos teñidos de color sangre se antojaban oscuros, como profundos agujeros en sus caras, otorgándoles una presencia más terrorífica aún. Caminaban pausadamente, jadeando, cuál depredador buscando su próxima presa. Desprendían una euforia incontenible, apreciable en sus movimientos nerviosos y frenéticos, como si la sangre les bullera dentro de las venas.
Uno de los infectados que iban a la cabeza del grupo se detuvo cuando se encontraban a escasos veinte metros de nosotros. Se quedó inmóvil, con la boca abierta cubierta de sangre, chorreando un fluido viscoso de color oscuro y los ojos inyectados en sangre clavados en nosotros. Podíamos escuchar su trabajosa y gutural respiración como anticipo de lo que nos esperaba. A penas permaneció quieto unos segundos y entonces embistió contra nosotros, seguido por el resto de infectados que cargaron en tropel. Comenzaba el enfrentamiento.
Un disparo efectuado por Bob atravesó la cabeza del encolerizado, que cayó al suelo inerte. Con la “fortuna” de que dio con la cabeza en una piedra, abriéndosele como una nuez desde el boquete que la bala había abierto en la parte trasera del cráneo y derramando viscosamente el cerebro licuado sobre la roca cubierta de musgo.
Ya descubiertos, nos incorporamos y continuamos disparando a la rabiosa horda. Notaba como si el corazón me fuera a salir por la boca, y temblaba tanto que no era necesario que los infectados se movieran para que errara el tiro. Intenté calmarme, respiré hondo y me concentré en apuntar a un blanco y luego disparar, y no al revés.
Por su parte, Rowie estrujaba el bate entre sus manos, preparado para arrancarle la cabeza al primer infectado que se le pusiera delante. Cuál sería su sorpresa cuando el primero que se puso al alcance de su bate fue un niño de no más de diez años. Incapaz de golpearle, Rowie puso el bate entre el chico y él, y aquel cayó al suelo de espalda. Le puso la pierna en el pecho para impedirle incorporarse, mientras el chaval le arañaba y tiraba del pantalón, intentando morderle la bota, sin que Rowie supiera muy bien qué hacer.
Miraba a aquel chico enloquecido, con el antebrazo izquierdo desgarrado hasta el hueso, y luego dirigía su vista a su bate de madera. Entonces, súbitamente la cabeza del chaval estalló en mil pedazos.
- ¡Espabila!- le espetó Martin con el cañón de su arma humeante, y volvió a dirigir su fuego hacia los infectados.
El chico parcialmente decapitado conservaba de forma precaria el lado derecho de la cara, en el cuál el ojo que aún poseía sufría espasmos en el párpado como consecuencia del agonizante sistema nervioso remanente, dando la impresión de seguir mirándole.
Veía como muchos infectados eran alcanzados por las balas en hombros, torsos y o extremidades sin inmutarse, sin siquiera frenar sus acometidas contra nosotros. Por ese motivo en un principio pensé que no estaba acertando ni un solo blanco. Sin embargo, cuando caían abatidos en el suelo, podía ver sus cuerpos absolutamente acribillados con las camisas o torsos repletos de agujeros.
Una cosa muy distinta ocurría cuando eran alcanzados en la cabeza. En esas ocasiones era como si les dieran al botón de apagado. Se volvían entes inanimados que caían de boca al suelo, completamente lánguidos, y debido a la inercia que sus cuerpos aún poseían por la carrera, se doblaban y retorcían, quedando en muchas ocasiones el tronco inferior y las piernas plegadas sobre sus espaldas en posturas que dolían solo de verlas.
- ¡Retrocedemos, son demasiados!- nos gritó Bob mientras se colgaba el rifle sin munición y echaba mano de su escopeta que llevaba a la espalda.
Nos replegamos en la dirección que había tomado Esther y las chicas. Lo hicimos por turnos, de modo que dos cubrían mientras que los otros dos corrían para luego estos cubrir a los demás. Continuamos con ese método de retirada “escalonada” hasta llegar a los límites del bosque.
Una vez salimos a campo abierto, con los infectados pisándonos los talones, seguimos cubriéndonos y corriendo. En la carrera, Rowie tropezó con un leño escondido entre la hierba y cayó al suelo de bruces. Un infectado se le echó encima, a la vez que Rowie interponía el bate entre él y las dentelladas del rabioso. El infectado, en cada intento por hincarle el diente a Rowie, se topaba con el bate, dejando la impresión de su dentadura en la madera.
Entonces, la mitad superior izquierda del cráneo del infectado voló por los aires y éste se desplomó, muerto, sobre Rowie. Miramos a nuestra izquierda, y en lo alto de una loma estaba Esther, a caballo junto con las demás chicas, empuñando su rifle con el cañón humeante.
- ¡Vamos, corred!- gritó Bob.
Subimos la colina y corrimos hasta los caballos. Bob sacó un par de objetos esféricos color verdoso de metal de una mochila azul.
- ¡Al suelo!- les quitó las anillas a las granadas a la vez con ambas manos y las lanzó contra los infectados.
El suelo tembló con las dos fuertes explosiones, y luego una lluvia de tierra y briznas de hierba. Cuando levanté la vista lo único que se veía era una nube de polvo y humo donde antes estaban los infectados. Una vez se disipó el humo, lo que quedaba de ellos eran cuerpos mutilados, no completamente desmembrados como se esperaría uno al ver las películas de Hollywood. Algunos sí que habían perdido alguna extremidad o parte de ella pero los demás seguían de una pieza y sólo estaban algo desorientados por las ondas expansivas. Suficiente para que a Martin y Bob les diera tiempo a rematarlos antes de que se recuperaran del trauma de las explosiones.
- Un regalo de mi mujer.- Martin asintió con cara de desconcierto, rodeados de cadáveres mutilados y humeantes.
Sin entretenernos mucho más por miedo a que las explosiones hubieran atraído a más infectados, abandonamos el lugar y retomamos nuestro viaje. Rumbo sur comenzamos nuestra búsqueda de un lugar seguro, libre de aquella terrible plaga, donde poder empezar de nuevo o simplemente sentirnos a salvo. Algún lugar debía quedar libre de la infección ¿o no?...